CRÓNICA DE LIBROS

por Hernán Loyola

......................Destierros y tinieblas, por Miguel Arteche. Poemas, Santiago, Editora Zig-Zag, 1964.

Las palabras "destierros" y "tinieblas" tienen, en la poesía de Miguel Arteche, una connotación de sentido cristiano. Porque Arteche es un poeta católico, posiblemente el más respetable y esforzado de los escritores católicos de nuestro país. De ahí que para penetrar en su poesía -a ratos oscura o francamente hermética- sea precios ubicarse en el núcleo cristiano y religioso de su inspiración. En este enraizamiento de la lírica artechiana residen, a nuestro juicio, su fuerza y su interés, pero creemos que también surgen de aquí sus limitaciones insalvables.

Vamos por partes. Desde una perspectiva cristiana, el "destierro" sería la situación en que se encuentra el hombre sobre la tierra, aquello que –escatológicamente- definiría la condición humana. Porque si bien es verdad que el hombre es un ser que debe vivir sobre la tierra, sin embargo, su destino final, su patria última sería trascendente. Esto es: aquella plenitud total a la que el hombre aspira no podrá realizarse sino en un ámbito sobrenatural, en una existencia supraterrena: en un Más Allá. Pero este Más Allá no sería sólo un "territorio", sino ante todo un estado de inmersión en la divinidad, en su luz y en su amor.

Nos estamos refiriendo a algo bien sabido, claro está, pero creemos que no es inoportuno explicitarlo aquí una vez más. En el fondo, corresponde a aquello que escribió el poeta del siglo XV: "Este mundo es el camino/ para el otro, que es morada/ sin pesar". No obstante, tal concepción cristiano-medieval del "destierro" parece experimentar en Arteche –como en otros escritores católicos contemporáneos- una especie de actualización. El "destierro" que padece el hombre mientras vive sobre la tierra se traduciría en una apetencia incumplida, en un hambre siempre insatisfecha de infinito, lo cual sería la raíz definitiva de la angustia personal, de "la angustia del hombre contemporáneo". Estaríamos así frente a lo que se ha dado en llamar "un cristianismo existencial".

En substancia, ¿hay algo de nuevo en este cristianismo existencial? Creemos que no. Es verdad que sus expresiones filosóficas o artísticas –literarias, en este caso- tienen una apariencia distinta, un tono dramático o angustiado que antes no tenían, o una atmósfera de desgarramiento con perfiles novedosos. Pero en rigor es la misma concepción cristiana del mundo y de la realidad –la misma estática cosmovisión cristiana- la que intenta ser aplicada a nuestros días. Lo que sucede es que las circunstancias históricas actuales sitúan a los intelectuales católicos una vez más –ya que esto ha sucedido en todos los períodos de cambios revolucionarios- ante conflictos tremendos. Y hoy, sin duda, de un modo culminante. Mientras más honesto, lúcido y bien intencionado sea el intelectual católico de hoy, mayor y más conmovedora será su dificultad para compaginar su concepción del universo con el examen objetivo de los hechos, contradicciones y problemas, del mundo contemporáneo.

Queremos decir, entonces, que la poesía de Miguel Arteche no es un caso aislado. Su calidad de conjunto es indiscutible, justamente porque expresa –con procedimientos artísticos de bastante jerarquía- la actual crisis de conciencia de la realidad que viven amplios sectores humanos, las deformaciones, cercenamientos y escamoteos más o menos conscientes que se producen en ellos cuando examinan el momento histórico que están viviendo... y poetizando.

En el caso de Arteche, es evidente que su visión idealista de la existencia humana (idealista en cuanto enrraíza en una filosofía cristiana) determina los rasgos claves y fundamentales de su poesía 1952-1962, recogida en el volumen que comentamos. Señalemos, entre otros rasgos un enfoque negativo de la condición humana; una crítica limitada o parcelada o muy escondida frente a la realidad social; pesimismo; elección de motivos sombríos o crispantes; ideas obsesivas de ruina, caducidad o muerte; un clima desgarrado y patético, aunque envuelto a ratos en una cierta frialdad intelectual; el manejo continuo de interrogantes dramáticas que traducen, al fin de cuentas, un profundo sustrato de desesperanza... pero también un anhelo muy hondo (y muy humano) de respuestas claras en lo terrenal. Tal es el conflicto, que asoma en el trasfondo de estos versos.

Ahora bien, las determinaciones ideológicas que pesan sobre Miguel Arteche (y que dependen ciertamente en sus determinaciones y vínculos socio-económicos) lo incapacitan para reflejar esperanzada y satisfactoriamente la realidad terrenal y humana, y conducen a su poesía por derroteros inevitablemente oscuros. De ahí que sea decisiva en los versos de Arteche una "tendencia apocalíptica" (la destrucción final, el anhelo del advenimiento del reino de Dios y su justicia: es decir, la solución extraterrena a las angustias de la especie humana); y de ahí que también resulte decisiva en Arteche la tendencia a enfatizar (quizás a contrapelo) los rasgos más negros de la situación actual de la humanidad y a interpretarlos simplemente como el resultado de una "erosión del espíritu cristiano" en el mundo de hoy. (Nota: las frases subrayadas en este párrafo pertenecen al poeta, quien las formuló al ser entrevistado por el autor de este comentario. H.L.).

No res casual, entonces, que para Miguel Arteche, el correlato natural de los "destierros" sean precisamente las "tinieblas" y no, por ejemplo, las esperanzas. Al titular su libro el poeta ha logrado en un sentido quizás inesperado para él, un profundo acierto.

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El poemario de Arteche comprende unas 70 composiciones, escritas entre 1952 y 1962, aproximadamente. No aparecen agrupadas según un orden cronológico de composición, sino por afinidad temática. Los poemas de la sección VII son los que mejor resumen la experiencia espiritual del "destierro", en especial el titulado "Hambre": "Sin huella, sin olfato, sin arrimo./ Como perro sin huella que en la puerta/ del mundo araña, muerde,..../ ..../ y aúllo porque el hambre está desierta/ de ti y de mí, mi Dios, cuando te gimo./ .... perro/ definitivamente n el destierro,/ sin huella, sin olfato, sin arrimo."

Cuanto más cercanos a 1962, los poemas de Arteche tienden a plasmarse en formas tradicionales y cerradas, como sonetos y canciones, con abundante manejo de metros clásicos del idioma, como el endecasílabo. Se confirma con ello la tendencia de la mejor poesía actual hacia un retorno de los esquemas métricos tradicionales, claro está que a un nivel diferente. Nos parece que en el fondo de esta tendencia -incluido el caso de Arteche- vibra el intento del hombre contemporáneo por introducir un principio de ordenación o de clarificación en el caos circundante, en su conciencia, de una realidad en crisis. Por supuesto que este fenómeno se presenta en Arteche con características peculiares, diferentes a las que se dan en la poesía de otros autores que tienen una divergente concepción del mundo y de la vida, como es el caso, por ejemplo, de Efraín Barquero.

Los poemas de la sección IV constituyen , a nuestro parecer, la zona de mayor calidad lírica dentro del libro. Todos ellos parecen tener en común una raíz anecdótica: el encuentro con cierta habitación vacía, pero saturada de recuerdos ("Comedor"); una experiencia de soledad ante una mesa de café ("El Café"); la visión de un mutilado tren español, de noche ("El Mutilado") o de una criatura enferma que viaja en un bus ("El Niño Idiota"). En este último poema , según el propio autor, se ha querido simbolizar un grado inhumano de aislamiento o de incomunicabilidad entre los hombres. Obsérvese, de paso, lo significativo de la elección de determinados motivos-símbolos (el mutilado, el niño idiota) y el exasperado tratamiento de ellos, con enfoques de fim felinesco.

Un gran poema de este mismo grupo es titulado "Golf". Quien se ubique en la perspectiva cristiana del autor, percibirá toda su intensidad verbal, y su tono de entrañable y amarga ironía. Se tarta de una meditación de Viernes Santo, y refleja la relación de un católico sincero y consecuente al leer en la prensa que ciertos círculos han aprovechado la festividad sagrada para celebrar un campeonato de golf. A través de un juego de planos aislados, construido a un nivel de alta calidad y con gran economía de recursos, el poeta contrapone una imagen del proceso siempre renovado de la pasión de Cristo y la imagen de un caballero que al mismo tiempo se distrae jugando al golf, indiferente y ajeno al significado cristiano de un sacrificio que día a día se repite, y que se repetirá hasta la consumación de los siglos: "El gallo trae la espina./ La espina trae al ladrón./ El ladrón la bofetada./ Hora de sexta en el sol./ -Y el caballero hipnotiza/ una pelota de golf.-/ Tiembla el huerto con la espada./ A sangre tienen sabor/ las aguas que da el olivo./ El gallo otra vez cantó./ -Y el caballero golpea/ una pelota de golf.-/ Traen túnica de grana./ Visten de azote al perdón./ Y el salivazo corroe/ del uno al tres del amor./ -Y el caballero que corre/ tras la pelota de golf.-/ Duda el clavo y el vinagre/ y duda el procurador/..."

Este poema extraordinario bastaría para consagrar a Miguel Arteche. Pero no es sólo su origen anecdótico lo que les confiere un valor especial a éste y a los otros poemas mencionados. Es que hay en ellos, sin duda, un grado singular de aproximación a la realidad de nuestro tiempo. Aunque la profundidad de la crítica y de la ironía -como ya lo dijimos antes- sólo alcanza hasta ciertos límites explícitos. Creemos, sin embargo, que en los casos de "Golf", de "El Café" y de "Restaurante", hay mucho más que aquello que el poeta pretendió decir. Para honor. Suyo. Desgraciadamente, no es el momento de analizarlo aquí.

Resultan mucho más débiles, en cambio, aquellos poemas en que Arteche pretende situarse en un plano de experiencias intemporales, suprahistóricas, puramente espirituales, ajenas a un tiempo real y a los objetos concretos. Así ocurre con sus tres "Invocaciones a Nuestra Señora del Apocalipsis". Aunque suponemos que el sentimiento cristiano inspirador es igualmente poderoso y sincero en estos poemas, los resultados son evidentemente inferiores.

Con lo cual queda demostrado, una vez más, que la calidad del producto lírico no es sólo cuestión de talento -que a Arteche no le falta- sino que responde también a ciertas determinaciones objetivas, situadas más allá de la voluntad del poeta. Situadas en lo más hondo de la realidad histórica.

 

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