EL CRISTO HUECO, NOVELA DE MIGUEL ARTECHE por Hugo Montes No siempre los poetas se las arreglan bien con su afán de novelar. La poesía les suele inmovilizar los personajes, las descripción lírica no siempre calza con las necesidades de ambientación del argumento, la misma relación pasa a veces a visión poética. Ni Huidobro ni Neruda resultaron grandes novelistas; el mismo Pedro Prado anduvo en confusión de géneros. El caso inverso suele ser peor, como cuando Manuel Rojas escribe canciones transeúntes o cuando Pío Baroja se mete con unos romances de suburbio. Hay que pasar de prisa por estos intentos y volver a lo que es el centro de gravedad de cada escritor. Miguel Arteche ya había intentado una incursión narrativa en La otra orilla (1963). Ahora nos envía desde Madrid, en una edición espléndida hecha por Pomaire, El Cristo hueco, novela de realismo fantástico centrada en la situación de los católuicos en el año 3.000. La portada lleva una imagen bizantina en que Jesús aparece con mirada fija y rostro severo a la vez que sereno, y dos cabezas humanas de ceño fruncido y preocupado. Es como un símbolo del interior: el Cristo de antes, ahora y el futuro que encierra la paz, y los hombres poderosos vencidos por su propio poder. El poeta no traicionó al novelista. Yendo a lo más externo, aquí hay personajes de carne y hueso, acción dinámica, ambientación funcional, diálogo justo. Acertadas descripciones de corte lírico se dan con alguna frecuencia sólo al final del capítulo, luego de una narración intensa e inquietante, y tienen la tarea de aligerar la impresión del lector, que de otro modo habría quedado sobrecargado de emociones. El relato va en primera persona. Se trata de un yo acosado por dos fuerzas antagónicas: el mundo unificado en la técnica prodigiosa y el espíritu de amor y justicia que encarnan los parias, los rebeldes, los perseguidos, los insatisfechos. Después de un triunfo bélico decidido por un apocalíptico Diluvio de fuego, los australes dominan la Tierra y buena parte del espacio interplanetario; a Marte se llega como si tal cosa. Han constituido un gobierno central que pretende haber solucionado a sus súbditos todos los problemas: se vive en el ocio, hay medicina curativa y rejuvenecedora al alcance de todos, los Centros de Placer permiten satisfacer cualquier deseo carnal, el agua del sueño facilita el salto de un día a otro sin ningún problema. Es el orden nuevo en que no caben los celos (hay libertad sexual), la nostalgia (eso es algo peligroso, porque inhibe y permite añorar tiempos superados)... ni el auténtico amor. Existe una iglesia oficial sostenedora de los Centros de Alabanza, bien ligada al poder político a través de un Consejo episcopal que en poco se diferencia del Gran Consejo, director junto con el Presidente, de todo el gobierno mundial. Roma fue destruida, el Papa asesinado, los cristianos aniquilados. Pero un pequeño grupo logró escapar. Los refugiados en Marte perecieron; los de la Tierra son precisamente los parias señalados. Un padre Manuel, sacerdote de verdad, continúa diciendo el peligroso oficio prohibido, y en torno de él esperan los parias. Se mata al padre Manuel, más su espíritu continúa en medio de los suyos. Y va ocurriendo lo increíble: la luz de los parias se difunde. Sin poder, sin libertad, sin organización externa, ellos obran en el amor y la verdad. Su presencia llega hasta la casa del Gobernador -el yo narrativo- en la persona del criado Pedro. Su aliado mayor está en la desazón que los hombres del nuevo Estado sienten por dentro. La ciencia y la técnica no logran la paz que una mirada del perseguido o del moribundo logran infundir. La trama se personifica en el grupo protagonista, en que una mujer -Magdalena- tiene función principal. Ya se ve el simbolismo de los nombres: Manuel, Pedro, la Magdalena. Este realismo fantástico va sobre todo al interior. O sea, no descansa en la fantasía ordenada hacia el desarrollo del mundo futuro, sino al conflicto entre ese desarrollo y el hombre en su espíritu, que permanece inmutable a través de los siglos. De ahí también, el alcance de actualidad de los conflictos de la novela. ¿Hasta dónde éstos no son problemas de hoy? ¿Dónde se radica el cristiano auténtico? ¿Cabe la alianza del poderoso y el católico? Mundo de cuestiones de ahora y siempre, abordado sin sectarismo, con amplitud y audacia en una de las novelas más interesantes que conocemos. La Pantalla capaz de mostrar el pasado y el futuro permite a Miguel Arteche el uso de una técnica actual, alteradora de la cronología y unificadora de los planos interiores y externos. Mas todo centrado en el ser humano, en sus angustias y su única esperanza. en: diario El sur, Concepción, domingo 19 de octubre de 1969. |
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