LA POESÍA DE ARTECHE

por Jaime Valdivieso

Nadie duda a esta hora que Miguel Arteche es uno de nuestros grandes poetas. Autor de media docena de importantes libros, traducidos a varios idiomas, Arteche se destaca desde su obra más temprana como un impecable artesano del verso, y por su contenido y trascendencia de raíz cristiana. Son memorables algunos de sus poemas como "El café" y "La bicicleta". No es ajeno a una cierta influencia cristiana-católica de Gabriela Mistral, sobre todo en lo que se refiere a la figura y la vida de Cristo. Sin embargo, su poesía es fundamentalmente urbana, pues se siente siempre la presencia de la fugacidad del tiempo y un cierto temblor metafísico propios de la ansiedad y angustia de la ciduad.

En este libro, Fénix de madrugada, Ediciones Rumbos, 1994, 139 páginas, como él lo indica, reúne poe,as de los últimos 15 años, 1975-92, años trágicos en nuestra historia y que Arteche ha testimoniado con furor y compasión en algún poema anterior como "El joven torturado", soneto de versos blancos, en que, rimados, Miguel consigue una gran maestría.

Ahora veo que tu sangre salta
y el miedo sube ya las escaleras,
y abren la puerta a medianoche y entra
la mano que te lleva.

No es extraño que este libro comience con un poema largo, "Monólogo en la torre", cuyo tema es el torturador acosado por las "parcas" de la conciencia culpable. Poema arquetípico del hombre perseguido y castigado por sus propios fantasmas que él ha instituido. Poema despojado de todo esquematismo, sostenido por versos de semejante extensión, Arteche crea un hablante con el cual se identifica en el espesor de la soledad, del acoso de los muertos y en el desamparo rotundo de una acción convertida en oprobio para siempre:

El pulso de las olas late y late.
Si llamas a tus guardias, no responden.
En las explanadas de la Torre ves
sólo el silencio cuya piel divide
el alarido fantasmal de la
gaviota. Las estrellas se han hundido.
Alguien se yergue sobre aquella roca.
¿Y tu poder? ¿Y aquellos que mandabas?
El poder que se pierde es para siempre
un cigarrillo pisoteado.

Poeta de la forma pero también que ha ido acumulando una larga experiencia de la vida y de los hombres: conclusiones filosóficas que vienen no sólo de la literatura sino del roce con la miseria humana y que se elaboran en el alambique de la soledad del espíritu y la inteligencia.

Ochenta y seis textos de la misma intensidad, aunque de impecable elaboración. Todos escritos desde la serena altura de los años, de la cercanía de la muerte, de lo que se aprende cuando se sabe que todo ocurre más allá de los sentidos, detrás de esas mil puertas que esconde la realidad: poesía de la ambigüedad y del misterio. Y son estos los poemas mejores, poemas llenos de voces mágicas y de una trascendencia, pensamos, que van más allá de sus creencias religiosas, productos de una mirada sobre sí mismos y sobre el mundo, donde trata de apresar entre las manos aquello que permanecerá en la realidad por la presencia del espíritu, porque por allí pasó el hombre, y por donde pasa el hombre deja una huella que no se borra, que queda prendida a las cosas, a la materia, y a la naturaleza toda. El hombre no muere, debido a la presencia terca del espíritu, más allá de cualquier religión: ésa es la lectura que nos interesa: por donde pasó el hombre el espacio ni es más el mismo, el hombre lo culturiza, al decir de Lezama Lima, lo transfroma de naturaleza en cultura: sólo las voces, los gestos, las palabras que quedan flotando en ella aire invisible y que dan fe de que nuestra vida no fue en vano, dicen que algún sentido tenía, aunque nadie se entere:

Un nombre: sólo un nombre, sólo sílabas
que pronto olvidarán. ¿Qué es el morir
para el que ha muerto?: médanos y más médanos
de playas que no son, por donde silban
pájaros que no están: pasos sin pasos.
No estás siquiera dentro de ti mismo.
No tienes nombre. Nunca te llamaron.
Jamás te llamarán: cines et manes.

Pero el óleo te lleva de la mano.

Miguel Arteche con este libro parece cerrar su ciclo, vuelta a las raíces profundas de su ser y sensibilidad, tal como todo artista que va completando su misión en esta tierra: así sucedió con Huidobro, con Neruda, con Mistral, con De Rokha, y es lo que Borges estremecedoramente expresa en su "Poema conjetural":

A esta ruinosa tarde me llevan
el laberinto múltiple de pasos
que mid días tejieron desde un d....
la niñez

en: revista Punto final, nr.325, 18 de septiembre de 1994, p.28.

 

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