ENSAYOS ESTILÍSTICOS POR HUGO MONTES
(Gredos, Madrid, 1975)

(por Alone)

"Nace este libro de una fe profunda...". Atención. El autor de estas palabras no es un cualquiera, más o menos lector, más o menos maestro, sino un especialista en el arte de expresar sus ideas mediante la palabra.

Y vamos precisamente a oírle hablar de ese arte.

Pues bien, cuando se ve abocado al viejo dilema de la crítica literaria y si ha de ser ésta objetiva, fundada en principios, o subjetiva y sujeta a la simple impresión personal, Hugo Montes, prosista, poeta por añadidura, catedrático, no emplea el término científico "certeza" o "certidumbre", sino ese otro, tan ondulante y elástico, cargado de pasiones e incluso de inspiración: la fe.

Diferencia importante.

Tanto que la primera mira con cierto desdén al que, hablando en primera persona, confiesa lo que ha sentido, no niega lo que ha sufrido ni tampoco gozado con la lectura de tal obra o tal autor, incluso al que, para no engañar a nadie y como prueba de humildad, llama a todo eso "historia personal". Lo cual, sea dicho, toman muchos al revés, como demostración de orgullo, movidos del respeto supersticioso que la letra de molde inspira al que sólo en privado logra desahogarse.

Pero no perdamos de vista la fe ni al autor de Ensayos estilísticos. Después de aplicarle el epíteto de profunda, cosa que a ningún hombre de ciencia se le ocurriría sino en caso de duda, Hugo Montes se refiere a "las posibilidades de acercamiento a la poesía con algo más que el gusto subjetivo".

¡Qué de prudencia, cuántas precauciones! Se diría que él mismo está asombrado de su audacia.

Y tiene razón.

Porque justamente ahí, en ese filo de la navaja, se alza y divide los campos, la separación entre dos escuelas, dos procedimientos, dos caracteres perfectamente definidos; los que creen y esperan descubrir algún día las leyes psicológicas, las maneras justas y precisas que tiene el cerebro de funcionar y los que ante tal perspectiva alzan los ojos, miran el horizonte y suspiran, como los pescadores de Bretaña de que habla Renán: "¡Que la mer est grande et ma barque petite!".

No así los partidarios de la crítica objetiva. Esos no solamente afirman, sino que imponen autoritariamente a los demás el reconocimiento de las leyes literarias agregando que la obligación del crítico se reduce a decir si los escritores les han cumplida cumplido o no, para darles en el primer caso su premio y, en el segundo, aplicarles el castigo.

Hubo, como se abrá, a fines del pasado siglo, dos ilustres representantes de esas escurelas divergentes, M. Lemaitre y M. Brunetiére, a quien las malas lenguas atribuían al primero esre exabrupto:

-¿Así que usted, cuando un libro le gusta lo alaba siempre? ¡Yo, jamás!

Pero bastan los circunloquios de que Hugo Montes se vale para comprender que su fe dista del fanatismo. Trátase además de un verdadero profesor, de un catedrático efectivo, que imparte lecciones, que tiene alumnos, y posee su materia a fondo.

Por lo demás él mismo nos relata la historia de su libro, de estos Ensayos estilísticos, tan bellamente impresos en la Editorial Gredos de Madrid y pertenecientes a la Biblioteca Románica Hispánica dirigida por Dámaso Alonso.

"Es libro -dice- surgido en la conferencia y en la clase. Su destinatario normal, por lo mismo, es el estudiante y el auditor de esta cosa rara e inútil, pero tan inevitable que se llama poesía. Sí, sigue habiendo personas que escuchan las voces del poeta, del poema. Mas a menudo éste se le torna esquivo; se descorazonan entonces y caen en el peligro de un alejamiento penoso. Se trata de restablecer la relación, de procurar que renazca la fe -de nuevo la palabra- en la eficacia alternadora del poema y en las capacidades para su adecuada captación".

Sin llegar a las doscientas páginas los ensayos hallan modo de discurrir condensadamente sobre una cantidad suculenta de asuntos y autores, enfocando sucesivamente el tema central, el estilo y la estilística y, después, a esa luz, las figuras de Azorín, Menéndez Pelayo, los Machado, Rubén Darío, César Vallejo, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, tres poetas de Costa Rica, país donde las lecciones se desarrollaron, Hugo Lindo y Miguel Arteche.

Se compenderá que hay comentarios para largo.

En la imposibilidad de apuntar siquiera toda la sucesión de "semejanzas y diferencias" entre los juicios del autor y los de su comentarista nos limitaremos al que nos parece el mejor de todos, tanto por lo certero de sus opiniones como por la vitalidad que el trozo entero respira.

Además hace ya largo tiempo que Arteche estaba ausente. Y nos place volverlo a encontrar en cuerpo y alma, joven todavía y ya maduro.

"Miguel Arteche -pág.154- es alto, ligeramente pálido. Usa anteojos de marco grueso, habla con vehemencia y sabe ser cordial, pero no prodiga su cordialidad. Miguel Arteche -cosa rara- contesta las cartas, escribe como de prisa en hojas grandes y claras, con letra o a máquina, siempre en orden. Es un hombre de estudio: conoce muchísimo de literatura española, inglesa y norteamericana, de poesía de Hispanoamérica. Y trabaja y trabaja".

Como temiendo endurecer su estampa hasta la sequedad, Hugo Montes atenúa y diversifica estos conceptos, descubre en su talento otros matices y, tras una comparación certera y honrosísima con el gran Rulfo de México, acude al medio soberano de evocar toda imagen: la cita. Y tenemos este bello poema inquietante:

Cuando se fue Magdalena.
Cuando tan lejos se fue,
nadie supo si llovía
la noche de su partida,
cuando se fue Magdalena,
cuando se fue.

Nadie vio si se alejaba
por el mar y la montaña.
Nunca se fue Magdalena,nunca tan lejos se fue.
Nadie dijo si algún día
Magdalena volvería.
Nadie sabe.
..............Yo lo sé.
Nunca volvió Magdalena.
Yo, que estoy muerto, lo sé.

Sentidas estas estrofas al juicio de un crítico objetivo, armado de rigurosos principios estéticos, seguramente, si la breve composición le ha gustado, no le faltarán razones para probar su excelencia, como igualmente, si le disgustó, hallará de seguro en su código los argumentos condenatorios.

Y esto con la mayor seguridad del mundo.

Sólo que existe un peligro: que el análisis, aplicado al placer, destruya ese placer y nos deje en las manos un delicado polvo de ceniza. Respetemos, mejor, el misterio y no pretendamos desarmar el secreto de esa creatura viva que es un poema como el de Arteche, cargado de seducción y de trsiteza.

(en diario El mercurio, Santiago, domingo 16 de mayo de 1976.)

 

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