MIGUEL ARTECHE: DE LA AUSENCIA A LA NOCHE

por Hernán del Solar

Tenemos en este volumen los tres libros que representan plenamente la personalidad poética de Arteche: Solitario, mira hacia la ausencia, Otro continente y Destierros y tinieblas. Las obras anteriores, como El Sur dormido, por ejemplo, poseen indiscutible valor, serían -para otro poeta- el apogeo de su actividad; pero en Miguel Arteche -como ahora podemos advertirlo- fueron un ejercicio lleno de gracia, caminos que llevaban hacia esta madurez que le sitúa, sin exageración alguna, en el reducido grupo de poetas que presiden actualmente el quehacer creador en el mundo poético de nuestra lengua.

Antes tuvimos en él la agilidad evocadora, la descripción muy bella de lugares y circunstancia de la vida cotidiana, de los sueños que disparan su flecha precisa hacia el corazón innumerable del tiempo en fuga. En sus poemas nos acogían paisajes de la infancia y la adolescencia, pueblos dormidos, gente que caminaba por los versos como milagrosamente van por el aire o el agua seres imaginados. Teníamos, leyéndole, la continua sensación de que repentinamente podría desvanecerse todo, como cuando se abren los ojos y se borra el universo que el sueño sustenta. Y esto nos bastó para sentirnos acompañados de un poeta que se mostraba pródigo en regalarle hermosas imágenes a nuestra sensibilidad.

De pronto, Miguel Arteche se sume más hondamente en sí mismo, en busca de hallazgos más perdurables. Y salen a su encuentro nuevas posibilidades de cantar, voces escondidas, imágenes inéditas, figuras a veces graves, o bien resplandecientes, portadoras de secretos que nunca pueden captar nuestros sentidos en su convivencia con la realidad. Sus lectores reparamos, sin tardanza, que el poeta se ha renovado dichosamente, que su poesía va a ser, en adelante, de una penetración agudísima, y nos va a dar no sólo la gracia de las cosas, de la vida, sino su hondura incógnita.

Los tres libros que ahora se juntan en este volumen recién editado por Zig-Zag nos ponen ante esta nueva etapa de la poesía de Miguel Arteche, que ha ido vigorizándose, haciéndose más pura, más colmada de significaciones, durante los últimos quince años.

Si se va de un libro a otro, sin preocuparse de las divisiones establecidas por los años de su primera publicación, es de veras difícil darse cuenta de los cambios. Si prescindimos del hecho cronológico de que Solitario, mira hacia la ausencia reúne los poemas escritos entre 1949 y 1952. Otro continente (.......)
y la intensidad no observa mudanza verdadera, es siempre la misma poesía, en un solo conjunto, como si se tratara de un poema más o menos extenso, que guarda su unidad.

Esta impresión nos domina a causa de que el poeta mantiene -externa e internamente- a través de todo el volumen , una misma actitud ante la vida, ante Dios y el hombre, ante la inquietud de su alma. Es una actitud que, si está asistida por el dolor, no cae nunca en la desesperanza. La meditación sobre cómo la vida es permanente hallazgo de la muerte; las sensaciones punzantes recibidas en la observación de la caducidad de todo; la silenciosa angustia que abre sus brazos y oprime cada vez que las interrogaciones fundamentales quedan sin respuesta; todo esto no empaña nunca la voz del poeta, que siempre es clara, digna, como revestida de un serenidad venida de tiempos muy antiguos, de un viejo e inteligente cansancio que -si es poco lo que espera- aguarda, sin embargo, sin desgarrarse.

La soledad que hallamos en este libro está amparada de música, de una armonía leve, en constante expansión, que va ennobleciendo las imágenes del amor, de la melancolía, de la ausencia, de la noche.

En mis rodillas dobla tu cabeza de otoño,
reposa con olvido; la música no ha muerto.
En tu cabello se hunden los sonidos y brilla
la lluvia entre tus ojos.
..................................Cierra,
cierra la puerta.

Ésta es la preocupación más honda del poeta de principio a fin de los versos del volumen: aislarse para llegar al conocimiento; cerrar puertas y recoger llaves, y no distraerse, por cosa alguna ajena, de la actividad poética que persigue sus ocultas verdades, el goce cabal de sus éxtasis, la forja musical, etérea, muy íntima del poema.

Todas las cosas le estimulan a la acción creadora. En esa densa noche que ha construido como refugio personal, donde pasado y presente muestran su anhelo de que se les ilumine, el poeta enciende sus lámparas -libre, solitario- se entrega a la evocación de cuanto ha sido en él y su contorno, alcanza el conocimiento de su propio corazón, palpa la piel del tiempo, medita, canta.

De este modo, percibiendo su ininterrumpido desaparecer, sintiéndose el ausente continuo, detrás de cada presencia suya, tan fugaz, en todo momento de su vida y de su muerte, le nace al poeta una reciedumbre de espíritu que es amor de cuanto existe, de todas las apariencias creadas y posibles, cada una de ellas con su sombra secreta, que no es otra cosa que el latido de la poesía, revelado al oído de quien busca para adueñarse de ella.

La noche solitaria de Miguel Arteche, donde las palabras iluminadas van a caza de lo ausente (la vida en su tránsito), para crearlo en el verso, y ponerlo en seguida en lo lejano de la nostalgia, ha anbierto sus amplios ventanales, a la admiración de cada uno de sus lectores. Entramos en este reino musical y profundo, avanzamos protegidos por el canto, sabemos que la poesía está de fiesta y, al encontrarla, sentimos enriquecida una zona muy íntima del espíritu.

en diario El Mercurio, sábado 1º de enero, 1966, pág.18

 

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