UN POETA TRASCENDENTE: MIGUEL ARTECHE

por Claudio Ariel Fernández

Mucho se habla de lo que debe ser la poesía. Se citan continuamente autores, definiciones que a nada conducen pues parcializan un proceso integral y, muy generalmente, se cae en engorrosas disquisiciones donde la retórica que se utiliza, distorsiona el pensamiento original. Es muy cierto que, considerando la época que nos toca vivir, igual a otras en lo que a novedad y suspenso científico sucede; muy distinta, por cierto, en lo que se refiere al mecanismo tecnológico que la sociedad se impone como progreso; la poesía debe responder y preguntarse a cada instante. Debe sopesar los medios que cuenta para poder transmitir tantas experiencias. Pero lo que más llama la atención al artista , en este caso poeta, es lo vertiginoso del desgaste que puede tener su medio de expresión: la palabra. Por tal circunstancia, la poesía, está sujeta a la recreación constante del lenguaje, y no debe desaprovechar, en ningún caso, los elementos aglutinantes de la expresión.

Miguel Arteche coloca su obra en una totalidad de sensaciones que permite gozar del poema, como si estuviera en dimensiones poco habituales a la poesía misma, es decir a su aprovechamiento como valor casuístico y de enorme trascendencia escatológica. Una poesía concebida en la raíz misma del logos que la inspira, domeñada con una pureza total del lenguaje, revelada en la perfecta armonía de su concordancia exterior o formal, tiene, necesariamente, que proyectarse a un ámbito ecuménico. El aprovechamiento, profundo, de las posibilidades que brinda la poesía: concepto, musicalidad de la palabra, metáfora, creación de un lenguaje existencial que concite las esencias para concretar la fijación intelecto-sensitiva de un mundo mágico, irreal, como lo es el ámbito en que la poesía se mueve; pero, por esa misma irrealidad, se llega a las grandes verdades que son incorporadas a la inquietud humana, como puros actos de fe. Fe total en la realización de la poesía: vaso comunicante entre un macrocosmos inédito, y un yo, que espera inaugurar las grandes verdades de los sentidos.

En toda la obra artecheana está presente el acto lúcido de la palabra, recogiendo la instancia divina: "En el principio era el Verbo". Precisamente, con esafenómenología divina, Arteche prepara el gran rito del lenguaje. Un lenguaje arraigado en su origen hispánico, con una realidad semántica que toca al lector, con la misma claridad de los vitrales que contienen la consagración de la misa. Místico puro; hidalgo caballero; Miguel Arteche, hace que toda una geografía interior se incorpore en lo medular del mensaje. La poesía chilena, no había dado hasta el momento, una obra tan cerrada y analizada en el plano metafísico-religioso, como la de Miguel Arteche: "El pan que vuela carne hasta mi boca/ bajo la puerta de mi diente entró./ Miga de niño el pan que ahora me toca/ y me consume en dos./ ...El pan que estalla adentro y se desboca: de tres en uno, y por el uno a Dios,/ me duerme en agua y me despierta en roca;/ siembra en mi sangre el sol." ("Corpus").

Lo mismo que en Gabriela Mistral, la revelación bíblica y la soledad del poeta, se abren a la eternidad. Esa apertura tiene en Miguel Arteche el desesperado realismo del Antiguo Testamento, como ocurre en su poema "Invocaciones a Nuestra Señora del Apocalipsis"; o el tono presagiante del Apocalipsis de San Juan, tal como lo manifiesta en la "Segunda invocación a Nuestra Señora del Apocalipsis".

La mística de Arteche es un camino de maceraciones físicas y espirituales, hasta que el hombre se reconozca sujeto de redención. Igual que Gabriela Mistral, se identifica con el Dios de estricta justicia, donde no cabe la circunstancia humana sino el hecho que convive con la divinidad. El vocabulario que utiliza transmite, fielmente, el tono de patética circunstancia que rodea la soledad del poeta; así se define en un lenguaje seco, denso, y angustiante como en una eterna búsqueda existencial: tremedal, roqueras, gélidos, brumas, entre otras palabras de afirmación.

Miguel Arteche transita cómodamente entre los grandes poetas españoles (Quevedo), ingleses (T.S.Elliot), alemanes, sajones e hispánicos. Cuatro circunstancias o estados acometen su mundo poético: lo fugaz y el hambre de eternidad; el amor erótico y la soledad del hombre. "La soledad de un poeta no es, precisamente, un tema literario, porque es la soledad de todo hombre joven que desea saber quién es". Este pensamiento de Miguel Arteche, nos da el sentido de su introversión, arrancando a las palabras las entrañas cósmicas y humanas que Vallejo sentía. Arteche, conocedor del idioma y poseedor de una técnica altamente selectiva, dirige sus palabras en el orden natural que le ofrece la sabiduría heredada y Dios.

Cuando Miguel Arteche se enfrenta con Cristo, su pensamiento y el sentido temporal que la vida impone, hace que transforme sus sentimientos en una simbología cósmica de indudable valoración existencial. El Cristo eucarístico manifiesta su poder en el existencia humana, así lo expresa en uno de sus poemas : "Allí está el Cristo de este mundo, el hombre". Su cristianismo ha surgido como una potente luz a través de su experiencia mística, para incorporar al hombre en soledad, para llevarlo a una experiencia liberadora que lo integre, sin acomodamientos, a la verdadera plenitud del ser:

que no hay sino partidas desde que llegamos a este mundo,
y una sola gran partida
donde no hay mano que te ayude, ni instrumentos de vuelo,
ni tripulación que vele el largo viaje.
..................................................("Aeropuerto")

Hay críticos que elogian con grandes superlativos a Miguel Arteche, para luego, con una total falta de criterio selectivo, integrarlo a una pléyade de autores que nada tienen que ver con la personalidad y obra de un auténtico creador.

en Occidente Nš 269. Santiago, octubre-noviembre, 1976, págs.49-50.

 

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