La
creación de todo lo existente se conocía como Watauiwineiwa. Rosa Yagán
se refiere a él de la siguiente forma: "El arco iris que se ve en el
cielo se llama Watauiwineiwa. A él se piden los hechiceros yaganes y todos
los que necesitan algo, porque Watawineiwa no castiga, sólo ayuda".
(Op.cit; pág 39)
A pesar de no haber
coincidencia al respecto, Watauiwineiwa no era adorado, de acuerdo a como
tradicionalmente la sociedad dominante ha entendido el teísmo. Ello debido
a que esta entidad estaba en todas partes, y se manifestaba en cada cosa,
lugar o ser. Por ello, no es extraña la afirmación de Rosa Yagán, la que
es recurrente en testimonios posteriores.
Otros que formaban
parte de sus creencias, eran los Yoalox, a los que se les atribuía la
enseñanza del uso y fabricación de las armas y herramientas. Estas entidades,
existentes de los tiempos remotos, originaban el mundo de lo sobrenatural
y se manifestaban a los yagán en hechos o fenómenos naturales. Igualmente,
de acuerdo a información etnográfica existía Curpij, responsable del viento,
la lluvia y la nieve.
Entre los Yagán existieron,
y fueron importantes los curanderos o chamanes. Llamados Yekamush, quienes
podían sanar enfermos, curar desequilibrios emocionales, e invocar a los
espíritus.
El etnólogo Martín
Gusinde describió como actuaba un hechicero: "(...) se dispone el
hechicero a actuar mediante un largo canto, llamando en esta forma a los
espíritus para que le auxilien. Nada debe molestar ni distraer su atención;
prefiere verse solo con los que le piden su ayuda, los cuales se sientan
o se tienden ante él. Entre cantos y suaves balanceos del tronco "va
reuniendo en un determinado lugar la materia enfermiza", chupándola
violentamente con sus labios. En seguida la escupe en la palma de la mano
y la sopla después".
Otro relato con respecto
al hechicero es dado por Rosa Yagán: " (
) Si un paisano se
enfermaba o si tiraba una cáscara de maucho al agua y le venía un dolor,
lo llamaban para que él hiciera su trabajo. Chupaba ese aire malo y lo
soplaba para arriba, levantando las manos para expulsarlo. También cantaba
un canto especial de los hechiceros distinto a los del duelo y del chiajous".
(Op.cit; pág. 63)
Los aprendices de
curanderos debían someterse a un difícil aprendizaje. Estos eran elegidos
entre los jóvenes que contaban con capacidad o predisposición a esta función,
aun cuando también podían ser recomendados por parientes o por algún otro
médico.
Para el aprendizaje
se reunían en una vivienda especialmente construida para esta ocasión,
alejada de los campamentos y de los curiosos. Allí se les preparaba con
diversas pruebas en las que debían lograr un total control físico, espiritual
y mental, enseñándoseles todos los secretos de su rol en el grupo, tarea
que estaba a cargo de los curanderos más ancianos.
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