Por Javier Bello

 

 

III. Las agrupaciones: entre la afirmación
y la negación

Descrita ya la escena, habría que atender a los movimientos que realizan y a las ligazones que establecen entre ellos los personajes que la componen o que, en el espacio que hay entre la afirmación y la negación, entre la cuidadosa asociación y la callada reticencia, intentan componerla. A primera vista, la diversidad de formaciones grupales que estos poetas conforman parece hablar de una numerosa serie de interrelaciones e intercambios literarios. Sin embargo, la característica que ha primado en las diferentes agrupaciones con respecto a sus interrelaciones las aleja ampliamente de la "solidaridad" y voluntad de conocimiento que unía, de alguna u otra forma, a las formaciones poéticas grupales de los años 60, en la mayoría de los casos de provincias: "Trilce", "Arúspice", "Espiga" y "Tebaida"(6), década en que no se puede localizar la poesía o, al menos situarla, sin hacer referencia a la importante formación grupal (grupos formalizados) que condicionaba su producción -con algunas pocas excepciones, como la de Óscar Hahn- hacia el debate general en los Encuentros de Poesía, si la comparamos con la década poética anterior, caracterizada quizá por oposiciones estéticas solitarias (Arteche/ Lihn/ Teillier). Los grupos emergentes en los años noventa conforman, mayoritariamente, un sistema cuyos elementos están desconectados y cuyos integrantes se (re)conocen en instancias ligadas a instituciones mayores y ajenas a sus lugares de reunión, como lo es la Fundación Pablo Neruda, cuyo taller anual, dirigido con acierto por dos poetas emergentes en la década de los sesenta -Jaime Quezada y Floridor Pérez- se produce, casi siempre, una representación más o menos general de las diversas formaciones poéticas de los centros productores nacionales, interés correspondiente a esa mirada que observa como una globalidad relativa y quebradiza, quizá utópica, lo que se ha denominado en este siglo "la poesía chilena". En el Taller de la Fundación Pablo Neruda, desde su formación en 1988, han coincidido muchos de los poetas que hoy observamos vigentes en el panorama nacional, desde Malú Urriola hasta Alejandra del Río y Nicolás Díaz, desde Sergio Parra y Luis Ernesto Cárcamo hasta David Preiss o Andrés Anwandter. De la misma manera, la conformación de un panorama más unitario ha sido posible gracias a diferentes concursos de poesía, entre los cuales los más definitorios siguen siendo los "Juegos Literarios Gabriela Mistral" y el Concurso de Poesía de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica de Chile, pese a la escasa difusión de la que gozan.

El rescate y la recreación de la tradición que realizan los poetas de esta promoción merece atención en este punto. Sin duda, con excepciones relativas, los referentes más cercanos de comportamiento tradicional, de continuidad sistematizada o de evidente y voluntariosa ruptura, se alejan del planteamiento de la "lectura secreta", que rompe con ambos tipos de acercamiento grupal al pasado poético, ambos opuestos, pero, ambos, paradójicamente "modernos".

El intento de interrelación entre los diversos grupos formalizados de los poetas emergentes en la década del 60, no tuvo como interés principal el reconocimiento de las propias obras, sino el amistoso acercamiento a la generación anterior como pie para la pronta aceptación en lo que se consideraba entonces "la poesía chilena": en el primer Encuentro de Poetas que organizó en Valdivia el grupo "Trilce", al cual asistieron poetas de otros grupos nacionales, los entonces nuevos poetas realizaron uno por uno, pero grupalmente, una sistemática y profunda lectura de sus inmediatos antecesores, los poetas del 50, promoción que establecía un vínculo crítico con los grandes proyectos fundacionales de la poesía chilena contemporánea (Neruda, Huidobro, Mistral, De Rokha). Tal actitud de recuperación, de elección grupal de la tradición, se encuentra alejada de la generalidad de las formaciones que aparecen en la década del 90, donde, lo compartido, además de la modalidad general de acercamiento al problema de la tradición, es, más bien, la infraestructura material. La lectura realizada sobre la tradición por los actuales jóvenes poetas del Sur, que aparentemente podrían acercarse a este tipo de lectura grupal, no representa de ninguna manera un coto cerrado, pues no implica un acercamiento de conocimiento sistemático a una ordenada generación precedente: pese a los válidos intentos críticos de algunos poetas principales de estas formaciones sureñas ligadas a tres centros universitarios (Valdivia, Osorno y Temuco, en ese orden) por acercar su producción a amplios referentes nacionales (Yanko González y Bernardo Colipán en Zonas de emergencia (7) ) es visible que su intención y su logro son otros; pese a que poetas como, entre otros, González Cangas, Colipán, Velázquez, Vollmer y Huenún, el más independiente de éstos del centro editorial de Valdivia (Paginadura, El Kultrún, Barba de Palo), reconocen pertenecer a una corriente llamada "poesía del Sur" (distinta y hasta opuesta a la sensibilidad suscitada por el sujeto lárico, emigrado ya, desde los 60, a "lares" urbanos: Pérez, Quezada, y ahora Véjar y Gómez) que reinicia la continuidad de la producción poética en Chile a partir del poemario de Jorge Torres, titulado Recurso de amparo (Valdivia, edición particular, 1975) y que se continúa en él y en otras "voces" como las de Clemente Riedemann, Sergio Mansilla y Rosabetty Muñoz, entre otros, a través de los años 80, su lectura no es coincidente y grupalmente coherente, al igual que su intencionalidad es diversa, si se atiende a lo que señala Óscar Galindo en su artículo titulado "La poesía del Sur: nuevas voces y nuevos problemas", ponencia para el encuentro de poesía joven realizado en Osorno en 1993, donde éste es comparado a aquel de 1965: "(...)nos hemos reunido para leer una obra, que en rigor, en su mayor parte todavía no irrumpe, pero que se espera exista. Una ocasión en la cual los poetas jóvenes no se dedican a discutir la obra de otros escritores levemente menos jóvenes, sino que nos reunimos a discutir una obra por escribirse y, de alguna manera inexistente".(8)

Por otro lado, los intentos rupturistas como los que practicó la neovanguardia chilena, surgida en los últimos años de los 70, no se encuentran mayoritariamente entre los poetas de esta promoción. Las poéticas de Raúl Zurita (quien luego retornaría, a través de la utopización de su escritura, al sujeto poético del "vate", que se creía desaparecido) y, según creo, la de Rodrigo Lira, entre otras, complejizaron el poema, invadiéndolo de otros signos e íconos, poníéndolo a distancia de la retórica poética de la denuncia, practicada con asiduidad en los años anteriores. Esa voluntad exigía por lo tanto un quiebre estético con los discursos dominantes en el panorama de la poesía chilena, actitud de reacción casi "viral" cuyos gestos pasaban por la parodia, la carnavalización, el enmascaramiento, los retorcimientos rítmicos, la inclusión de las costumbres jergales de los discursos crítico-teóricos, de íconos provenientes de la plástica, la eliminación de las fronteras genéricas, entre tantos otros modos que se apropian de la poesía de los años 80 y que aparecen aún como signos de ruptura que, en realidad, son concreciones diversas de modus operandi ya tradicionales. Me refiero a poetas como Miguel Vera Cifras, de alguna manera Yanko González Cangas (quien escribe en Valdivia), Felipe Araya con Suburbios Babilonia (Santiago, Editora Génesis, 1989) y Luis Ernesto Cárcamo (proveniente de Valdivia) con Restos de fiesta (Santiago, Editorial Caminos, 1991), algunos de los cuales, los dos últimos, fueron seleccionados en la antología Ciudad poética post (Santiago, Instituto Nacional de la Juventud, 1992), proyecto con el que participan de estas intenciones. Este grupo semiformado vienen a completarlo otros poetas que han editado bajo el sello Caminos, como Luis López Aliaga y Cristián Gómez.

La mención a un grupo de poetas semiformado alrededor de una antología como Ciudad poética post hace necesario atender a los distintos grados de formalización de los diversos grupos existentes. Si bien el "Grupo Códice" se relaciona básicamente alrededor de la publicación de la revista "Licantropía" (financiada por la Vicerrectoría de la Universidad de Chile), la ligazón de sus miembros se debe a un anterior y paralelo trabajo de taller, a la cohabitación dentro de un mismo espacio universitario, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, y a la publicación de la antología Códices (Santiago, Red Internacional del Libro, 1993). El "Grupo Códice" se ha mantenido desconectado del otro grupo universitario formalizado que funciona en la Universidad de Chile, en la Facultad de Ingeniería y su Centro de Estudios Humanísticos: el "Movimiento por los caídos en brazos de Morfeo", formación que pese a una trayectoria de ya varios años con diversas expresiones efímeras, publica recién en 1995, quizá por su independencia con respecto a la institución universitaria, el primer número de la revista "Jerigonza". Otro "grupo" santiaguino, no formalizado, es el que se reunió alrededor del Campus Oriente de la Universidad Católica y del Campus San Joaquín de la misma universidad, el que integran Andrés Anwandter (poeta de Valdivia, alejado de las formaciones de esa ciudad, que se relaciona allí mayoritariamente con Antonia Torres), David Preiss, Cristóbal Joannon y Martín Bakero (pseudónimo de Rodolfo Carrasco). Otro independiente de Santiago, Cristián Basso, se relaciona por corto tiempo con dos poetas de Rancagua, residentes en la capital: Mario Ortega y Carlos Baier, quien mantuvo un pequeño grupo-taller en la Universidad Andrés Bello. Cabe destacar que Basso y Baier publican la primera antología con pretensiones de generalidad de la promoción que aquí se contempla: 22 voces de la novísima poesía chilena, Santiago, Editorial Tiempo Nuevo, 1994, con un "Prólogo" de la poeta Teresa Calderón, donde el desconcierto ante la aparición de esta nueva promoción lleva a la autora a la confusión de registros de algunos de los autores y a errar también la clara filiación generacional de otros de éstos. (9)

Vale la pena también mencionar las formaciones de estos años en Concepción, donde alrededor de la universidad del mismo nombre han surgido estimables poetas que conformaron, bajo la tutela, en primera instancia, del poeta Floridor Pérez, entonces residente en Concepción, y a partir de 1991 del docente Mauricio Ostria, un taller en la Facultad de Lenguas, donde han confluido Fernando Reyes, Herman Johnson, Edson Faúndez (antes miembro del Taller "Fernando González-Urízar", que dirige el poeta Tulio Mendoza) y Pilar Cabello, de la Facultad de Odontología, quienes aparecen en las publicaciones denominadas Taller, que edita la misma universidad. Estudiante de Castellano, Juan Herrera ha colaborado junto a varios de los anteriormente nombrados en la publicación de la revista "Difusión", revista de los estudiantes de la Universidad de Concepción, que desde 1994 ha contado con el apoyo editorial de esa casa de estudios. Marginalmente a esas formaciones, aunque partícipe de recitales poéticos conjuntos, Damsi Figueroa, también estudiante de castellano, se ha relacionado con otro poeta independiente, Carlos Henrickson, quien prologó su libro Judith y Eleofonte (Concepción, Letra Nueva, 1995) y con un grupo de poetas de Talcahuano, algunos bastante mayores, llamado "Entropía Nocturna", que sostienen una importante relación con Editorial Letra Nueva, del poeta Marcos Cabal, donde también participa el poeta Omar del Valle, quien proviene del Taller "Mano de Obra". Tanto Damsi Figueroa como Juan Herrera participaron en el Primer Encuentro de Poetas Jóvenes Universitarios de Concepción, celebrado en octubre de 1995 en la Universidad de Concepción. El Campus Chillán de la misma universidad cuenta con un grupo de escritores que publican la revista "La Barca", cuyo director es el narrador Julio Mondaca.

También en Valparaíso, alrededor de la carrera de Castellano de la Universidad Católica, han circulado varios poetas de interés, como Marcelo Pellegrini, Alejandra Rebolledo, Pedro Antonio Araya (proveniente de Valdivia, por algún tiempo residente en Londres y en Berlín) y Juan José Daneri (hoy en la ciudad de Washington), Andrés Zamora (quien ha publicado en la revista santiaguina "Jerigonza"), de los cuales los dos primeros son editores del periódico de literatura "Botella al Mar", en el cual han publicado poetas de la quinta región, como Enoc Muñoz e Ismael Gavilán.

I Hacia una nueva  situación

II Los discursos

III Las agrupaciones: entre la    afirmación y la negación

IV El problema de la posmodernidad: la "lectura secreta"

V El problema del canon

VI Los naúfragos

VI Los Naúfragos