V. El problema del cánon

"Falo el pensar y vulva la palabra"
Octavio Paz

El problema central que enmarca y subyace a todos los trabajos críticos que, como éste, pretenden organizar un grupo de producciones literarias en un panorama relativamente coherente, es la interesante discusión teórica (y práctica) que gira en torno a la conceptualización, problematización y alcances del Canon, aunque la mayoría de ellos no haga explícito su acercamiento a esta materia. En la antigua premisa viconiana: "sólo podemos conocer aquello que hemos creado" (49), se establecen los marcos herméuticos propios de una discusión de esta índole. Desde esta perspectiva todo trabajo crítico que pretenda fijar un determinado grupo de obras, es decir, constituirse como praxis antológica, lo hará en función de una feliz o infeliz coincidencia, como la que ocurre entre una lengua y su gramática: si bien el intento de enmarcar es obligatorio, ya que el tiempo concreto de la lectura se configura, ante la inmensidad de aquello que se puede leer, tras un proceso crítico de selección previa, los modos a través de los cuales se ingresa a la sustancia viva y móvil de la literatura determinará las facciones de ese corpus de obras. El Canon, reglamentación, protección y medida, que habita, en la actual investigación literaria, entre los aportes de la teoría y las sucesivas valoraciones de la crítica, y en la práctica, entre las diversas preferencias que determinan la producción y recepción de las obras, reúne aquellos ámbitos de juicio y valor que -observados en conjunto y puestos en situación- develan los lugares en que residen y de qué modo la creación literaria, al igual que nuestra costumbre de lectura y de apreciación, al igual que los diversos estudios que establecen líneas históricas de ordenamiento literario, no emergen de un pensamiento desinteresado. Es necesario, entonces, para comenzar, poner en evidencia el carácter construido de esta categoría, la naturaleza artificial de este constructo, instalado en una paradoja perceptiva: lo precario de la experiencia como únicos medio y fin posibles del conocimiento.

Dos son las líneas fundamentales de trabajo y elaboración teóricas que se han desarrollado alrededor de la categoría de Canon y que han servido para su posterior definición. La primera de ellas, recupera la tradición hebraica hermenéutica y, la segunda, la preceptiva historicista grecolatina. Trabajos similares al que aquí se presenta ignoran determinadas obras que no coinciden con las reglas de la apreciación que se impone (por lo general trabajos ordenadores), o desvirtúan otras, haciendo desaparecer sus núcleos de sentido conflictivos para poder incluirlas en un espacio de coincidencia (en su mayoría obras interpretativas).

La necesaria constitución de un corpus, que aquí se pretende llevar a cabo -el ingreso de una serie de nuevas "voces" agrupadas por la sistemática del orden, autoorganizadas en su propia aparición- es el espacio propicio para una reflexión alrededor de la actividad interpretativa de las lecturas, percibiendo el trabajo escritural de esta promoción como un movimiento de transformación y cambio respecto de la "tradición". No se intenta aquí reformular o negar los conceptos y categorías canonizados por los estamentos académico y crítico de la "tradición de la gran poesía chilena" y reemplazarlos por otros, sino de plantear el carácter preceptivo e ilusorio de su construcción, lo provisorio de sus lecturas, sobre las cuales se ha fabricado como un mecanismo perfecto -ausentados el tiempo y el espacio de la lectura individual como coordenadas decisivas- un territorio del que se ha escamoteado lo vital y fecundante: aquellos espacios en los que se establecen la comunicación, las metáforas, las estructuras retóricas, la sintaxis, las preferencias estéticas y los diferentes campos semánticos: la construcción poética que activa el texto y lo vuelve un organismo vivo, dialogante y cuestionador de las categorías vitales; una aparición desestabilizadora de las diversas coordenadas interpretativas, y, al fin y al cabo, el detonante de otras producciones que, bajo diferentes condiciones, lo subviertan. El texto literario concebido como "un peligro", como quería Emile Cioran.

Un intento diferente es el planteado por Harold Bloom en The Western Canon: The Books and School of the Ages (50) , libro en el que realiza una ácida crítica a la academia estadounidense respecto de los llamados "estudios culturales": los estudios marxistas, feministas, afrocentristas y el "new historicism". La crítica de fondo planteada en este texto gira alrededor de los criterios extraliterarios de evaluación respecto de la Literatura y la obra literaria, especialmente los que dicen relación con apoximaciones políticas y sociales que reducen los perfiles estéticos a pura "ideología". No es papel de la Literatura, dice Bloom, hacernos mejores o peores personas, o redimir un determinado modelo social. Para él, sólo las propias obras son capaces de abrir el Canon, es decir, establecer "la relación entre un escritor individual y su lector que ha sido preservada fuera del texto y que olvida el prejuicio de la lista de libros requerida para un estudio determinado" (51).

Desprovisto de sus connotaciones religiosas, el Canon se define entonces como una lucha entre las obras por sobrevivir a una elección interpretativa. Para Bloom, lo central resulta ser el acto de persuadir al lector de que un espacio nuevo ha sido abierto en el largo catastro mortuorio de los textos elegidos por la tradición. Desde esta perspectiva, el intento sostenido a través de este estudio se enmarca en la modelización propuesta por el autor con el objetivo de demostrar "lo ingenuo" de estas aproximaciones. Para Bloom el Canon "es el verdadero arte de la memoria, la auténtica fundación del pensamiento cultural (...)". (52)

En verdad, el Canon es, para Bloom, no sólo consecuencia de la creación artística, sino su patrón fundante, pues sin la existencia de este "espacio de pensamiento" no se establecerían preferencialmente influencias que provocaran el movimiento dialéctico de la creación. El Canon, bajo estos preceptos, es sinónimo de Arte. No es un serie de estrictas ordenaciones, fijaciones, establecimientos estancos, que su estudio desvirtuaría, sino el espacio en movimiento de las diversas interpretaciones poéticas. Si bien el Canon es una gramática sobre una determinada materia, ésta no debe sólo fechar, situar y juzgar moralmente, sino que integrarse al "juego" dialéctico de la creación.

La teorización sobre el Canon devela cómo los mecanismos ordenadores -en fin, la capacidad humana de establecer límites- se tornan, ante lo desconocido, peligrosos e intolerantes. Tanto la función correspondiente a conceptos represivos como el "bien" y el "orden", como los intentos de violación del Canon con un interés político -ambos intentos moralizadores- no se integran a un ámbito entregado a la pura "perversidad" de la lectura, al placer del dominio letra a letra, al intento de luchar contra los "padres" de la escritura por obtener, como dice Bloom, un sitio en la Inmortalidad. La actividad antológica, resumidero de los más variados modos de valoración literaria, debe avanzar, entonces, con cautela.

Este trabajo antológico no pretende ni afirmar que los textos que aquí se presentan se encuentran en el proceso de ingreso a los panoramas ordenadores que en el medio literario se reconocen como canónicos -aunque algunos parecen quererlo con premura-, ni tampoco forzar su ingreso a éstos o a cualquier otro ámbito de reconocimiento. Sólo se ha intentado reunir un corpus poético emergente con el interés de lograr su apreciación crítica y se ha intentado estudiarlo llevando a cabo un descentramiento interpretativo, para así proteger los textos de la agresión de su utilización activa, que les otorga el carácter de nuevas concreciones que demuestren la continuación de la tradición como un calmo y familiar relevo o la calidad de escrituras destinadas a desplazar otras obras con un interés político. El intento de reformulación de lo que suponemos nuestra "tradición poética moderna", eludiendo cualquier intento clasificador proveniente de nuestra historiografía crítica preceptiva, tiene como fin revelar nuestras más altas poéticas (Huidobro, De Rokha, Neruda, Del Valle, Parra, Rojas, entre otras) en el espacio en el que siempre han habitado, y descubrir de qué modo algunas de éstas son desactivadas por la crítica, en los sentidos en que anteriormente se apuntaba, y de qué modo otras son privilegiadas. Mi trabajo intenta, en su trasfondo, poner la mirada sobre construcciones ilusorias que se pretenden naturales y que detienen la reflexión sobre la "tradición". A este respecto, la aparición de esta promoción emergente pone en cuestión la supuesta "muerte de los autores", que, más vivos que aquellos que sí están vivos, habitan un espacio interpretativo móvil, en el cual los nuevos poetas conviven, según sus fuerzas, desmintiendo el orden críticamente establecido.

La tradición crítica nacional ha organizado, a través de la actividad antológica y la construcción de panoramas literarios, un canon de lectura que, extendido por varias instituciones (escuelas, universidades, medios de comunicación, entre otros) han proyectado un determinado "espejismo" de la tradición poética moderna, a través de los diversos estudios preceptivos e historicistas, menos comprometidos con la interioridad de los textos que los medios que ofrece la tradición interpretativa, casi siempre ausente de nuestros panoramas. Estos esfuerzos críticos recuperan el sentido primitivo del término canon, relacionado etimológicamente con "vara", "red", "medida", y de su aplicación grecolatina en la determinación de cuáles textos son representativos de determinado patrón cultural. Bajo esta distinción subyace la separación maniquea entre ortodoxos y heterodoxos. Sin embargo, los poetas parecen desconocer estas distinciones, y relacionarse en su proceso de escritura con unos y con otros.

Las obras fundadoras de la poesía chilena contemporánea han detonado una serie de publicaciones que han extendido su aparición -en una especie de continuidad- hasta estos plazos. La actividad antológica, entendida en toda su importancia literaria -la determinación de qué se debe leer en el tiempo concreto que se dispone para la lectura y la determinación de los espacios de discusión crítica de las obras- ha sido el motor fundamental de la invención de la "tradición chilena de la poesía moderna". Una antología decisiva en la fijación de las "voces" poéticas chilenas contemporáneas, que al intentar presentar a los autores modernos representativos de la poesía nacional (53), causó un verdadero "terremoto poético" en las letras chilenas -dando cuenta, a través de su actual condición de "clásico" de los desplazamientos históricos que el canon crítico ha sufrido en el país desde entonces hasta nuestros días- es la Antología de poesía chilena nueva (Santiago, Zig-Zag, 1935) de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim. Desde entonces se suceden las antologías que intentan fijar lo más representativo de la poesía nacional. Junto a ellas los panoramas críticos académicos –con contadas excepciones, de férrea intención preceptivista- delimitaron el imaginario fundamental que constantemente aún superponemos a las obras poéticas a las que refieren. Tras el golpe de estado de 1973, cabe citar aquí un libro que parece reanudar, al menos si se atiende a sus múltiples ediciones, la tradición nacional de las antologías; me refiero a Poesía chilena de hoy: de Parra a nuestros días (54), de Erwin Díaz, con prólogo de Federico Schopf. Pese a ser una antología, a mi parecer arbitraria en algunos aspectos y críticamente bastante débil, ha terminado por imponerse, al menos en la capital, dentro y fuera del medio académico, y ha deslazado a otros intentos –de provincias, en la mayoría de los casos- más acabados y completos.

El gran vuelco crítico que significaron en las dos décadas anteriores los aportes de Cedomil Goiç (55) es persistente como tal, a la vez que contiene en sí mismo una paradoja. El autor contruye un amplio sistema paraliterario generacional que logra finalmente extender los límites de la literatura chilena, extrapolando a los autores nacionales –por primera vez de modo sistemático- al contexto latinoamericano. Sin embargo, el descentramiento que podría haber significado este logro, es reducido de inmediato por la esquematización temporal, que evita la infiltración interpretativa a la que lo anterior da pábulo, poniendo aún más el acento en la necesidad de orden, ahora fundamentado en el tiempo. Los trabajos cíticos que lo suceden -que fijan los límites que enmarcan la materia que mi estudio define- han enriquecido sus miradas a partir de un reenfoque de la literatura chilena en relación a la latinoamericana, al igual que a partir de la insistencia en la importancia de la contextualización que debe precidir todo discurso crítico. Entre ellos cabe destacar los dos intentos más amplios de ordenación del panorama de la poesía chilena que emerge en los años inmediatamente anteriores al golpe de estado de 1973 y en la década y media posterior: primero, los artículos críticos que reúne Ricardo Yamal en La poesía chilena actual (1960-1984) y la crítica  (56)y, en segundo lugar, Poesía chilena. (Miradas. Enfoques. Apuntes. (57)) de Soledad Bianchi. Ambos han instalado constructos críticos nuevos, que no poseían sus predecesores: fijan con certeza los conceptos que ya han ingresado al canon crítico nacional, definiendo el ámbito y la práctica de la "poesía nueva". Sin embargo, continúan promoviendo el mismo tipo de esfuerzo alrededor del canon que postularon Goiç y quienes lo precedieron; transitan, al igual que la gran mayoría de los críticos chilenos del siglo, por una de las dos vías existentes de canonización: la preceptiva historicista.

La poca y breve crítica que -como es lógico- ha abordado las obras de esta nueva promoción, aparece, en su gran mayoría, en la zona intermedia que crean los conceptos provenientes del territorio de lo que se ha dado en llamar "poesía nueva" y un cierto desconcierto, último factor que impulsa a estos autores a establecer relaciones con otras escrituras sin guiarse por parámetros claros de diferenciación. Entre ellos destacan el panorama filiador de Yanko González Cangas (58), quien recorre con efectividad las producciones poéticas en el sur del país durante las tres últimas décadas; el también panorámico trabajo de Óscar Galindo (59), que realiza, en un marco más amplio, menciones caracterizadoras de los poetas más jóvenes del Sur (Anwandter, Torres); el también filiador y contextualizador aporte de Bernardo Colipán (60), todos aparecidos en la misma publicación. Destaca también la mención crítica de Luis Ernesto Cárcamo, titulada "El tamaño de la poesía" (61), sobre la antología Poesía menor (Santiago, Francisco Zegers Editor, 1992), resultado del "Concurso Arthur Rimbaud", que va precedida de un acertado "Prefacio" del poeta Roberto Merino, y que incluye, por primera vez en Santiago, a autores de la promoción aquí estudiada. Desde entonces, sin embargo, estas apariciones críticas y antológicas dispersas, comienzan a adquirir ribetes de mayor diferenciación. En 1994, el prólogo ya citado de Teresa Calderón inaugura la primera antología que intenta perfilar la aparición del "novísimo" fenómeno, que se adelanta a la finalización de mi tesis de grado, titulada Poetas chilenos de los noventa. Estudio y antología, que comencé a gestar en 1994 y finalicé en 1995. Esa primera antología figuró en el panorama literario nacional casi como una ilusión de una nueva "horneada" de poetas chilenos, del mismo modo que mi trabajo pareció serlo en el ámbito académico ante el cual debía rendir cuentas. Sin embargo, desde entonces, algunos de estos nuevos poetas comienzan a ser invitados a espacios de lectura, a ser reseñados en diversas publicaciones y a ser entrevistados en suplementos de cierta relevancia, como ha sido el caso, sostenido en el tiempo, de "Zona de contacto", suplemento semanal del diario El Mercurio, y como lo fue, en algún momento, "Literatura y libros" del desaparecido diario La Época. Un proceso de institucionalización del fenómeno y un asentamiento definido en la problemática literaria nacional, representó la serie de lecturas de poetas menores de 25 años que se realizaron en la Biblioteca Nacional en octubre de 1995, bajo la dirección de los poetas Floridor Pérez y Tomás Harris. Las lecturas finalizaron con la edición de una antología representativa de esta promoción, titulada Poesía chilena para el siglo XXI. Veinticinco poetas, 25 años. (Santiago, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, DIBAM, 1995 (62)). Otro intento interesante, pero menos acertado, de acercamiento a esta promoción, lo constituye el artículo y la antología de Andrés Morales en el número VIII de la revista "Licantropía", de la Universidad de Chile.


I Hacia una nueva  situación

II Los discursos

III Las agrupaciones: entre la    afirmación y la negación

IV El problema de la posmodernidad: la "lectura secreta"

V El problema del canon

VI Los Naúfragos