EL ARBOL DE LA MEMORIA DE JORGE TEILLIER

por Enrique Lihn

 

Celebramos la aparición de un libro de verdadera y real poesía, que emerge aislado, no por "difícil ni por excéntrico", de la inundación anual de ediciones de versos, sobrenadándola. El árbol de la memoria, de Jorge Teillier, el autor de Para ángeles y gorriones (1956) y de El cielo con las hojas (ediciones Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile). El árbol de la memoria obtuvo con el título de Los conjuros el Primer Premio de Poesía, en el Concurso Gabriela Mistral del año pasado.

La "carrera literaria" de Teillier, rápida, sin espectacularidad, a la vez que atentada, paciente, persistente y jalonada de éxitos cada vez mayores supone una disciplina de escritor y el don de sobreponerse a toda disciplina que solo la misma puede conceder, en virtud del trance expresivo, en suma, una combinación de talento natural y esfuerzo de la que por cierto se hablaría en chino a la proliferación de nuestros poetas incomprendidos que se acogen a la genialidad como el último refugio de la tontería.

Pero el éxito de la poesía de Teillier, aunque oficial, no son ya un índice, los prólogos, los espaldarazos, los premios literarios, las críticas elogiosas y las entrevistas capciosas y amablemente malignas con que los escritores periodistizados creen en el mejor de los caos, halagar la vanidad de los autores jóvenes y contribuir a su nombradía. Este poeta ha llegado al punto de madurez en que su desarrollo debe pasar, hasta cierto punto inadvertido bajo una trama de excelencias formales, continuar, al favor de la obscuridad, en una zona de la experiencia y de la expresión sobre las cuales sólo a él le cabe recapacitar. Se ha adelantado en el terreno de esas carreras literarias marginándose en los parajes aislados, donde el poeta, como diría Reverdy, descubre que toda expresión para ser expresada debe ser transformada, allí donde la poesía es un acto de comunión con la existencia, tan urgente y costoso, que la palabra llega al límite de su poder de concentración expresiva y transformándose en "un poco de aire". "Y me despido de estos poemas: -palabras , palabras- un poco de aire movido por los labios -palabras – para ocultar quizás lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar".

"En este poco de aire la poesía vuelve a identificarse, por encima de su circunstancia y hasta cierto punto engañosa transposición al lenguaje, con el ritmo mismo de la existencia en lo que ésta tiene de genérico, a la vez que de extremadamente singular y recóndito. Semejante reducción de la palabra, consustancialidad más bien de la palabra y la vida" (la palabra es a la vida, lo que el aire a la respiración) se constata aquí desde el punto de vista de un completo agnosticismo, para el cual lo único verdadero no es más que la existencia disminuida y generalizada. En el contexto de este poema - "Despedida" -, un ritornello de expresiones de desasimiento , la estrofa final que citamos toma un marcado tinte de complacencia con la idea de la muerte, fundada antes en la resignación de un escepticismo radical que en un estado de angustia que debería –a nuestro juicio- patentizarse en esta composición, si ella aspirara a recorrer realmente esa zona en que la muerte es todavía una experiencia. La duda acerca de la autenticidad, el más escurridizo y básico de los valores literarios –que también amenaza la poesía de Teillier- , puede gravitar especialmente sobre este poema –"Despedida"- si no se atiende bien a su intencionalidad, al lugar que ocupa en relación a los textos que lo acompañan y lo prefiguran y de los cuales es, a su turno, una suerte de inventario. Y algo más, por cierto.

Tenemos la presunción de adivinar que el poeta atraviesa, lo reconozca o no, por una etapa de crisis expresiva provocada por las cualidades mismas que caracterizan tanto sus textos como los de otros escritores dotados de su generación. Justo en el momento en que ha llegado, y por esta razón misma, a develar en una forma ajustadísima de fácil y grata aprehensión una zona de experiencia, sin implicaciones intelectuales ni aditamentos retóricos. Unos pasos más en este terreno y caería acaso en el virtuosismo, en el abuso de su propio lenguaje, en el amaneramiento, peligro que no han sabido evitar, grosso modo, los grandes de nuestra poesía.

Contra estos excesos, un cierto grupo de nuevos escritores chilenos está prevenido por la naturaleza misma de su vocación literaria, de su objetivo estilístico. La invocación rilkeana a la experiencia, a la recapitulación de la experiencia, a los recursos que es preciso acumular y olvidar y convertir en nosotros mismos, previa la elevación de "la primera palabra de un verso", ha sido recogida de otra manera, pero en sentido semejante –guardando las distancias- por este grupo de poetas realistas, si no se entiende por realismo un modo pedestre y programático de imitación de lo real y de exaltación de determinados valores vitales. Quisiéramos recordar aquí un regocijante y conmovedor aforismo kafkianao, según el cual no se está seguro de otro terreno firme que el que se alcanza a cubrir con la planta de los pies. Y la "fórmula" menos lejana y más elocuente de esta actitud literaria nos la ofreció en casa, un poeta que la sigue impugnando cuántas veces lo cree necesario: "Hablo de lo que existe, Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando".

Esta apetencia y este imperativo de veracidad, señaló a Teillier, inclinado por temperamento y por circunstancias a la inquietud de la memoria y a la placidez de la nostalgia, la tarea de reconstituir y transfigurar las escenas y las emociones de la niñez y de su adolescencia, tarea que termina acaso de cumplir con la aplicación de un escolar modelo, y la "inefabilidad" del poeta. "La distancia" a que se sitúa de su objeto, al aumentar con los años, ¿no terminará por debilitar la capacidad de actualizarlo?

En "Despedida", el tema mismo es ya el cansancio de evocador respecto de lo evocado: "y me despido de la nostalgia –la sal y el agua de mis días sin objeto". Y esas palabras que se traducen en un poco de aire "para ocultar quizá lo único verdadero", podrían ocultar también el imperativo de escapar a un mundo que se ha tornado irreal a fuerza de lejanía. El narrador empieza a moverse entre fantasmas, demasiado ajeno a la inquietud de que despierta el presente, el relato podría evanescérsele en la uniformidad de su trama: indistinción, mera yuxtaposición de imágenes, como en un sueño confuso. No todo tiempo es necesariamente presente. Y aceptamos con dificultad una poesía, que a despecho de su emotividad, se abstenga de entrar al juego dramático a que nos arrastra una verdadera actualización de lo vivido.

Teillier evita la explicitación de sus sentimientos y en este plano –si senos permite una incongruencia que creemos aparente- borrada la presencia del sujeto que reaparece allí como un objeto más de observación desapasionada, su poesía recupera la altitud vital amenazada por la sombra del árbol de la memoria. "Atardecer en automóvil", "Un año, otro año" y los pequeños poemas incluidos en la sección II del libro, son ejemplos notables de poesía objetiva.

El autor emplea la palabra relatos. El novelista que se encarna en sus personajes como desapareciendo detrás de ellos, perdido en el anonimato de su multiplicidad, no difiere esencialmente del poeta que posee el don del trasfundirse en los objetos sometidos a su visión. Poesía sin sujeto –es el título del ensayo inédito de Eduardo Anguita sobre Paul Eluard-. Es una manera expresiva de decirlo, aunque, naturalmente, no existe una poesía sin sujeto que no sea en el talento para crearla, propio de un sujeto determinado. Teillier tiene ese talento y ha sabido cultivarlo con originalidad, esa originalidad que no es en absoluto el atributo exclusivo del arte individualista. La objetividad tiende naturalmente a colectivizar el arte, imprimiéndole el sello de una cultura tanto más original cuanto menos confusa en sus lineamientos generales.

 

En Alerce , diciembre de 1961

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile