Discurso del saliente Rector Víctor Pérez Vera

Discurso del saliente Rector Víctor Pérez Vera
El saliente Rector Víctor Pérez Vera compartió los logros, satisfacciones y desafíos pendientes de su periodo.
El saliente Rector Víctor Pérez Vera compartió los logros, satisfacciones y desafíos pendientes de su periodo.
Discurso para la Ceremonia de Entrega del Cargo de Rector
Víctor Pérez Vera, Rector Universidad de Chile
Lunes 16 de junio, 2014

 

“La infancia en el campo, que avergüenza como vestido de percal a nuestra gente cursi, la he sentido yo siempre, y la considero todavía, y cada día más, como un lujoso privilegio, agradeciendo la mía y deseando delante de cualquier niño que ya se endereza, el que la tenga semejante, cargada del “mismo maravilloso” que me ha sustentado a mis cuarenta años” (Gabriela Mistral, Infancia Rural, diciembre de 1928).

 

Cuando asumí mi rectorado en el año 2006 planteé, en este mismo Salón de Honor,  el privilegio que significaba para mí ser elegido rector de la Universidad de Chile: puse en esta escena mi origen rural, mi linaje ribeteado por la memoria y la práctica de la educación pública, dedicando ese momento a mi parentela, toda ella forjada en el duro rigor de la enseñanza primaria de provincia. Hoy día que dejo mi cargo con el sentimiento de la misión honestamente cumplida, no puedo sino recordarlos y dedicarles nuevamente este instante en que un nieto, hijo y sobrino de maestros primarios rurales deja el sillón de Bello para que un nuevo ciclo se complete en nuestra Casa, y digo Casa en su amplio sentido de morada, familia y espacio social en el cual se expresa no sólo una manera de estar en el mundo sino un proyecto de transformación, toda vez que es aquí, en esta Casa, donde se cultiva de manera rotunda la reflexión y la acción capaz de modificar sentidos y haceres.

 

Lo público de nuestra Universidad, así como la convicción de que esa cualidad supone un destino y un norte anclados en las más profundas tradiciones del republicanismo, en tanto cultura y ethos, es lo que movilizó mi trabajo a cargo de la conducción de nuestra institución. Potenciar y ampliar su pluralismo, su libertad, su laicidad, conectando esos valores con los de equidad, diversidad e igualdad de oportunidades fueron los motores para emprender el camino de hacer de nuestra universidad una que preserva su memoria y su capital cultural, pero que al mismo tiempo dialoga y se engarza con los pulsos de la época; una época como la actual, globalizada y desterritorializada, y que exige nuevas respuestas, metodologías y estrategias de acción.

 

En cada una de mis decisiones tuve siempre como horizonte la enorme responsabilidad de ser el rector de la Universidad de Chile, es decir no de una parcela, de una localidad, de un grupo de interés, sino de Chile comprendido como la diversidad de rostros, posturas ante la vida, historias y cruces de género, etnicidades, clases sociales, biografías. Esa mirada es la que hizo posible que pudiera formular la noción de Nuevo Trato del Estado con sus universidades, luego de palpar en carne propia la fractura histórica que significó la implantación del neoliberalismo a ultranza en nuestro país, afectando de manera especial a la educación pública y a su calidad. Sé que muchas veces he sido majadero en esta formulación y en mi denuncia constante, pero lo he sentido mi deber como rector de la primera universidad del país -que ha sido inseparable del destino de Chile- y coherente con mi propia historia y mis propios principios, los que sé comparto con la mayoría de ustedes. Hoy, finalmente, el Nuevo Trato es parte del programa de Gobierno de la Presidenta Bachelet.

 

Y con esa óptica hemos preservado y acrecentado el rol de liderazgo de la Universidad de Chile en la defensa y fortalecimiento de la educación pública. La ciudadanía relaciona hoy, como siempre, a la Universidad de Chile con la protección de las universidades públicas, esto es, las estatales, y a nuestros estudiantes, de quienes nos sentimos orgullosos, con los protagonistas de este proceso.

 

Era preciso restaurar el daño derivado de más de 15 años de intervención militar de nuestra universidad que tuvo variadas consecuencias, pero las más dolorosas fueron  las de amputar nuestro Instituto Pedagógico y la de arrasar con las disciplinas de las humanidades, el arte y las ciencia sociales. Y había que impulsar el trabajo de sentar las bases para una nueva manera de habitar el campus Juan Gómez Millas, que alberga las disciplinas más diezmadas. Por ello, el año 2006 y como eje académico central de nuestra postulación a la rectoría, propusimos revitalizar las Humanidades, las Artes y las Ciencias Sociales y de la Comunicación. Estas disciplinas no sólo habían sido fuertemente deterioradas, perseguidas y reprimidas durante la dictadura –y también sus académicas, académicos, funcionarios y estudiantes- sino que hasta el año 2006 no habían sido consideradas, no estaban en las prioridades del Estado ni de la propia Universidad, después de 16 años de haber recuperado la democracia.

 

El 28 de enero de 2010 se firmó en el Palacio de la Moneda y en presencia de la Presidenta de la República, el Convenio de Desempeño entre el Ministerio de Educación y la Universidad de Chile: “Iniciativa Bicentenario para Revitalizar las Humanidades, las Artes y las Ciencias Sociales y de la Comunicación: un compromiso con el país”, constituyéndose en el proyecto de desarrollo académico de mayor envergadura e impacto institucional que haya tenido la Universidad en, a lo menos, los últimos sesenta años, con un aporte inédito del Estado de $ 25.000 millones en cinco años, y un aporte de la Universidad de $ 15.000 millones en diez años, cerca de US$ 80 millones de dólares. Nuestra propuesta también obtuvo el compromiso del Estado por $ 25.000 millones más para estas disciplinas en otras universidades estatales.  

 

Con mucha alegría podemos decir que la misión –y debo agradecerle Presidenta su generoso apoyo- se va cumpliendo con excelencia gracias al trabajo de Loreto Rebolledo y Pablo Oyarzún, así como de su equipo. No me cabe duda que la valoración de este enorme proyecto será evidente cuando las nuevas generaciones de cientistas sociales, artistas, comunicadores y humanistas que egresen de sus aulas lo hagan con el sentimiento de que allí conocieron –como dice Gabriela Mistral- “…el contorno de la utopía que los trabaja y agita” y la “búsqueda de un orden social en el cual las diferencias de clase no sigan correspondiendo a nombre y a dineros, sino a la capacidad comprobada por el oficio o la profesión, es decir, a los valores reales”.

 

Como la desigualdad educativa nos estremece, también en el ánimo de restaurar, pero fundamentalmente de posicionar a nuestra Universidad en el lugar que le corresponde, dados sus grupos de especialistas y la trayectoria pedagógica de las diversas disciplinas, el 2010, al asumir este segundo período, dije que impulsaría un Proyecto Institucional de Educación, a cargo de la Prorrectora profesora Rosa Devés, para colocar a la Educación en el centro de nuestro quehacer académico institucional y para recuperar el liderazgo de la Universidad en la formación inicial de profesores en los niveles parvulario, básico y medio, y en la investigación en Educación, todo esto, según los más altos estándares de calidad internacional. Sostuve que sólo así la Universidad de Chile estaría cumpliendo con su misión y con su historia ante la ciudadanía, la que hoy y de cara al siglo XXI no puede entender que su mejor y más emblemática Universidad pública no esté abocada institucionalmente a liderar a través de su docencia e investigación, la preservación y fortalecimiento de una educación pública de calidad y equitativa.

 

Al inaugurar el Año Académico 2012 propuse a la comunidad universitaria y a los órganos colegiados de gobierno la creación de una Facultad de Educación de carácter integrada y transversal. Con pena debo decir que ese proyecto no ha podido arribar y pienso que es una deuda que debe saldarse con altura de miras y con la debida racionalidad, haciendo que primen los intereses del país y no la de los grupos de interés internos. Cada día que pasa son los niños y niñas más precarizados, más pobres y más marginales los que sufren esa falta de docentes formados en los conocimientos, pero sobre todo en los valores que esta universidad enarbola y dice respetar, como son los de su vocación de servicio público y su lucha contra las desigualdades.

 

No podemos seguir esperando ni soportando ver cómo generaciones completas de niños y niñas adolecen de las herramientas mínimas para participar de manera plena e igualitaria en el desarrollo de sus talentos naturales y en el crecimiento y en el éxito económico de nuestra sociedad. Sabemos que es desde los primeros meses y años de vida en la cual se forman las cogniciones y habilidades, los estímulos al aprendizaje, la lectura, el conocimiento, la creatividad, la inteligencia emocional, en ambientes de afecto y cariño. Nada podrá cambiar si aquellas y aquellos en los que recae la educación formal a su vez no poseen las habilidades, las capacidades y las herramientas para influir en aquellos niños y niñas que están a su cargo.

 

Eso es lo que perseguimos con el proyecto de crear una Facultad de Educación para la Universidad de Chile. La coyuntura histórica en la que estamos exige de nuestra institución el superar las diferencias y colocarnos al servicio de una de las más nobles causas: enseñar a enseñar. La reforma educacional que el actual gobierno de la Presidenta Bachelet está empeñada en llevar adelante, demanda de su universidad esta nueva iniciativa en pro de los más necesitados y en vistas al desarrollo humano que Chile necesita hoy día.

 

Quisiera dejar mi cargo como rector de la Universidad de Chile sin esa sensación de pena y con la esperanza de que todos y todas, las nuevas autoridades y los actores involucrados en este proyecto educativo avancen pronto en la conclusión de la Facultad de Educación para la Universidad de Chile.

 

Con enorme alegría sí puedo sostener que dejo el cargo con una institución económicamente sana, con superávit, con un modelo de gestión académica que garantiza su desarrollo sustentable y la proyección de su infraestructura, resolviendo necesidades de ambientes físicos de desarrollo para las distintas unidades.

 

Es cierto que todavía las remuneraciones de académicos y funcionarios deben seguir mejorando. Hasta el 2006, en promedio, las remuneraciones no se incrementaban más allá del IPC, con lo cual, por muchos años éstas tuvieron reajustes reales iguales a cero. Desde el 2007 hemos aplicado una política de reajuste de remuneraciones en forma pareja para todos, sobre la base del 100% del IRSP sobre el total de haberes, lo que les ha permitido, en el periodo  2006 - 2014, tener un reajuste real de un 21%.

 

Además, el 2007 instalamos la AUCAI, asignación para académicos de media jornada y superior, que destinen parte de su jornada a la docencia de pregrado y su mejoramiento, equivalente al 25% de la remuneración promedio mensual de cada jerarquía académica. Los 1.700 académicos que además reciben la AUCAI,  totalizan un incremento real de sus ingresos del 43% respecto a lo que recibían el año 2006. 

 

Al asumir esta rectoría, el Fondo General de la Universidad tenía una deuda de $ 31.000 millones, en moneda de diciembre 2013. Esta rectoría se propuso saldar completamente esa deuda, y lo cumplimos, liberando, a partir de este año 2014, casi $ 4.000 millones anualmente.

 

Con los $ 4.000 millones anuales liberados y los mayores ingresos que tendrá la Universidad de Chile debido al incremento real que a partir del 2012, y por los próximos diez años tendrá el Aporte Fiscal Directo (AFD), propusimos y acordamos con el Consejo Universitario y el Senado Universitario constituir, a partir de 2013, un Fondo de Inversión Institucional que durante los próximos diez años, dispondrá de $ 157.000 millones (aprox. 285 millones de dólares), constituyéndose en la fuente de financiamiento propio de mayor envergadura y trascendencia que nunca antes había tenido la Universidad de Chile. Así, habremos generado, de manera inédita, una oportunidad única para impulsar a otro nivel el desarrollo con autonomía y equidad de la Universidad, y que permitirá  financiar proyectos de desarrollo académico institucionales y locales, y asimismo financiar iniciativas que permitan que todas las unidades tengan una infraestructura y equipamiento según los más altos estándares que demanda el trabajo académico del siglo XXI.

Seguimos siendo los primeros en investigación de excelencia, cualquiera sea el indicador de productividad académica que se utilice, los primeros en todos los concursos de proyectos de investigación, y académicas y académicos de la Universidad dirigen más del 50% de los centros de excelencia en investigación en el país. Si a esto le sumamos la existencia del fondo de inversión, la Universidad tiene la oportunidad única y está en condiciones inexcusables para proyectarse a estar entre las 200 mejores universidades del mundo en los próximos 10 años. La primacía en excelencia académica es consustancial al rol público de la Universidad de Chile. Ello pasa, sin embargo, por auto-exigirnos mayores niveles de calidad en la investigación y creación en todas las disciplinas, haciéndola más homogénea, aumentando en todas ellas el rigor académico, y haciendo más exigente la carrera académica, y no al revés como se observa en propuestas que hoy se debaten al interior de la Universidad.

Con las obras de infraestructura ya construidas en este período, más las obras que hoy se están levantando, y aquellas que están en fase de proyecto y con financiamiento acordado o en trámite, y que totalizan cerca de 178.000 metros cuadrados, la Universidad aumentará en 31,3% su infraestructura, pasando de 567.000 metros cuadrados a 745.000 metros cuadrados, con una mayor inversión de $ 105.500 millones. Esto incluye el nuevo edificio para el Centro de Extensión, CEAC, que contará con un Hall de Conciertos para 900 personas, un Teatro para la Danza para 300 personas, y salas de ensayos para la Orquesta Sinfónica de Chile, el Ballet Nacional Chileno, el Coro Sinfónico, la Camerata Vocal y el Cuarteto Andrés Bello.

Días atrás firmamos un Memorandum de Entendimiento con Azul Azul, concesionaria del Club Deportivo Universidad de Chile, para que dicha institución avance en la construcción en Laguna Carén de un Estadio de Fútbol Profesional en 35 Hás., de un Club de Campo para la comunidad universitaria por $ 5.000 millones y la mantención de un parque público de 28 Hás. en el Cerro Amapolas.  

 

Y no solo con los avances en el plano de lo material es que experimentamos un sentimiento de alegría por lo realizado, también nos invade el gozo al evaluar los logros relacionados con la equidad interna y externa. Hemos intentado ser congruentes con los discursos que pregonamos, avanzando en una mirada que no solo denuncia sino propone y concreta acciones. De ese modo, no puedo dejar de sentirme orgulloso del trabajo de la Oficina de Equidad y de la Oficina de Igualdad de Oportunidades de Género liderada por la Vicerrectoría de Extensión, así como de la Cátedra Indígena, que buscan el modo de corregir las desigualdades en el ingreso a la Universidad, las brechas internas derivadas de las relaciones socialmente establecidas para los géneros masculino y femenino, y aquellas derivadas de la pertenencia étnica. Sin duda estas instancias ponen a nuestra universidad como vanguardia en el tratamiento de las desigualdades que provienen de las diferencias que conforman la vida social.

Pudiera seguir enumerando las razones por las cuales dejo el rectorado con el sentimiento de la misión cumplida, ya lo expresé en mi cuenta en la Inauguración del Año Académico –que ustedes podrán leer en el libro que les hemos regalado a la entrada “Una Apuesta por la Educación Pública”- . Todos sabemos que estos caminos de liderar instituciones complejas como la nuestra están veteados de luces y sombras, pero tengo la convicción de que son las primeras las que siembran y las segundas las que enseñan. Me despido con un aprendizaje humano y profesional privilegiado.

 

Una enseñanza que, posando el recuerdo hacia los inicios de nuestro rectorado, se reencuentra con una de las primeras intervenciones que hice en 2006, a poco de haber asumido la rectoría, en el auditorio de la Facultad de Filosofía y Humanidades. En esa oportunidad hablé de que tenía un sueño: el pasearme por los senderos del Campus Juan Gómez Millas y observarlos llenos de una comunidad universitaria alegre y comprometida con sus valores y disciplinas, congregando a las y a los más destacados profesores y estudiantes en las Humanidades, las Artes, las Ciencias Sociales y la Comunicación, trabajando en ambientes que tuviesen una infraestructura y equipamiento del primer nivel, con bibliotecas y aularios con tecnología de punta, con estares para los estudiantes, con espacios espléndidos para el cultivo de las artes y del deporte. Y sostuve que aunque era sólo un sueño, me jugaría por hacerlo realidad. Para graficar mi determinación, recordé a nuestro genial antipoeta Nicanor Parra en “Preguntas y Respuestas” cuando se interroga: “¿Valdrá la pena jugarse la vida por una idea que puede resultar falsa? Claro que vale la pena”. En esa oportunidad me pregunté públicamente, parafraseando lo anterior: “¿Valdrá la pena jugarse la rectoría por revitalizar las humanidades, las artes y las ciencias sociales aunque fracase?”, y me respondí “¡Claro que vale la pena, pues de por medio está la preservación de nuestro espíritu crítico y nuestra libertad intelectual!”. Y valió la pena, a pesar de todas las dificultades. Mirando hacia ese entonces, y sin darme cuenta, esa pregunta y esa respuesta marcaron la constante en nuestra rectoría.

 

Con el tiempo fueron apareciendo  las demás preguntas: ¿Valdrá la pena jugarse la rectoría por el Nuevo Trato, por tener una educación pública de calidad y equitativa, por pagar la deuda, por mejorar la equidad y diversidad interna, por generar un fondo de inversión, por rehabilitar y remodelar la Casa Central, por tener un nuevo edifico para el Museo de Arte Contemporáneo, por darle un hogar propio y  digno a los conjuntos artísticos del Ceac, por mejorar la gestión del Hospital Clínico, por mejorar la calidad del cuerpo académico, por tener una Facultad de Educación, aunque fracase? Y nuestra respuesta fue siempre la misma: “¡Claro que vale la pena!”. Y nos jugamos la rectoría, una y otra vez, y siempre lo valió. Incluso, cuando fracasamos, como en el caso de la Facultad de Educación y por lo cual me voy, como les dije, con una pena en el corazón.

 

Porque de eso trata la Universidad de Chile, de eso trata la rectoría, de jugársela todos los días por aquello en lo que creemos.       

 

Solo me resta agradecer a quienes me han acompañado, me han prestado espalda y brindado afecto durante todos estos años. Agradezco a toda nuestra comunidad, académicos, académicas, estudiantes, personal de colaboración, e integrantes del Consejo Universitario y del Senado Universitario, quienes con su trabajo generoso, comprometido y de excelencia han hecho posible concretar todas las iniciativas y proyectos que he presentado hoy.  Por cierto a mi familia, a mis padres, mi esposa, hijos e hijas y nietos que han sido mi inspiración en el camino de ser un hijo, esposo, padre y abuelo leal a sus principios; a mis hermanas y hermano, y cuñados, la mayoría de los cuales vinieron hoy desde el extranjero a darme compañía y afecto; a mis colegas del equipo directivo que son co-autores de la mayoría de los sólidos proyectos emprendidos, especialmente a quienes han participado en la prorrectoría y vicerrectorías, Jorge Las Heras, Íñigo Díaz, Luis Ayala, Jorge Allende, Francisco Brugnoli, Rosa Devés, Patricio Aceituno, Francisco Martínez, Carlos Castro, Miguel O´Ryan, Sergio Lavandero y Sonia Montecino. Así como también a los equipos que integran la Rectoría, la Prorrectoría, las Vicerrectorías, la Dirección Jurídica, y la Contraloría Interna. Y a los y las estudiantes que ya sea como dirigentes o en su calidad de alumnos y alumnas me han enseñado aquello que Gabriela Mistral dijo de las generaciones:  “…la humanidad que no quiere repetirse, ensaya modos y verbos diversos…cada juventud desea dejar algo nuevo en las barcas humanas” y eso es lo que he vivido y he aprendido a reconocer en nuestros y nuestras estudiantes. Asimismo, agradezco a todas y todos los demás directivos y funcionarios que con su trabajo a veces invisible han posibilitado que nuestras labores se cumplan y que la vida cotidiana de nuestra institución siga su curso. Es a esta poderosa comunidad de la Universidad de Chile a la que agradezco en este momento.

Corresponde dejar ahora el sitio al nuevo rector de la Universidad de Chile, profesor Ennio Vivaldi, a quien desde ya agradezco su labor y sin duda, la continuidad de muchos de los empeños que como colectivo hemos logrado, asimismo doy la bienvenida a su nuevo equipo directivo y les deseo el mayor de los éxitos.

El hijo, nieto y sobrino de profesores primarios de provincia se despide de todas y todos los miembros de la comunidad con profundo afecto y gratitud. Mi infancia rural nunca me avergonzó porque aprendí que era un “lujoso privilegio” como dice Gabriela Mistral, y debo precisamente a la educación pública el haber sido ocho años rector de la Universidad de Chile. Por eso me alejo con la esperanza de que retornemos a esa senda que hizo posible que el niño que fui, hoy se despida en este Salón de Honor habiendo servido la más alta responsabilidad que un académico puede asumir, pero sobre todo que haya podido tener la oportunidad de alcanzarla gracias a una formación de calidad, pública y gratuita desde la primera infancia. Escuchen entonces los ecos de mi abuela, de mi madre, de mi padre, de mi tía y de los profesores y profesoras normalistas resonando en mis palabras.

 

Viva la Universidad de Chile, 

Viva la Universidad de Chile, libre,

Viva Chile,

Muchas gracias