Columna de Opinión

Terrorismo y democracia. Notas sobre antropotecnia y democracia neoliberal (Parte 1)

Terrorismo y democracia.

1.- El término “terrorismo” no nació como un término jurídico, sino político. Un diccionario francés de 1796 planteaba que “terrorismo” habría sido el término utilizado por los jacobinos en el contexto de la Revolución Francesa de manera positiva, pero que luego del Termidor, éste habría asumido un carácter negativo tal como lo utilizaba la crítica monárquica hasta agregársele determinadas “implicaciones delictivas”.

El sentido otorgado por los defensores de la monarquía pervivió hasta la época de la democracia neoliberal. Según planteó Joaquín Lavín en un reciente programa de televisión, siguiendo la misma nomenclatura utilizada por Bush jr. durante los atentados a las Torres Gemelas el año 2001 y por Netanyahu cada vez que debe justificar un bombardeo a la Franja de Gaza, el atentado del 8 de septiembre habría configurado un mundo dividido entre democracia y el terrorismo. Las palabras de Lavín son clave: ellas muestran que la definición de “terrorismo”, tal como la de “democracia”, que es su reverso especular, responde a una decisión política. Más precisamente: democracia y terrorismo como enunciados se configuran sólo en relación a la decisión definida por el lugar de enunciación. El jurista Carl Schmitt ya lo sabía cuándo, en su célebre Teología política escribió que: “Soberano es quién decide sobre el estado de excepción”. La soberanía no está determinada por una esencia que le pre-constituya, sino más bien, ella misma se define a sí misma en su propia performatividad. Más aún, para Schmitt la soberanía no pre-existe al acto de la decisión, sino que ésta no es más que la decisión misma capaz de decidir (inventar, crear) quién es el “enemigo”.

Decisión jurídico-política, por cierto, pero exenta de “profundidad” y más bien, premunida como la única instancia capaz de “hacer cosas con palabras”. En este sentido, debemos subrayar que la distinción entre “democracia” y “terrorismo” señalada por Lavín configura una trama articulada en base a una decisión política que no sólo define la existencia del “terrorismo”, sino también, a la naturaleza de la “democracia”. De este modo, “terrorismo” y “democracia” están lejos de ser categorías estáticas y, más bien, constituyen términos estratégicos.

Sugiero que el término “terrorismo” no sería un “algo” definible de una vez y para siempre, sino más bien, un operador a través del cual funciona la democracia neoliberal. Es decir, el operador que articula su misma función antropotécnica destinada a la producción de la “humanidad del hombre”.

Me explico: si la “democracia” se presenta a sí misma como el régimen de los hablantes (la democracia admite la discusión, la habladuría, el parlamentar, el espectáculo, etc.) es porque se articula como el régimen humano por excelencia. A la inversa, el terrorismo será el movimiento de los que actúan sin hablar y, por esta razón, constituirá el lugar de los monstruos, tal como acaba de señalar David Cameron a propósito de los militantes del Estado islámico: “No son musulmanes, son monstruos”-sentenció. En este sentido, la democracia es el régimen orientado a la defensa incesante del “hombre” que, por serlo, combate a los monstruos que definirán al terrorismo. “Terrorismo” no es más que un operador a través del cual la democracia ejecuta su antropotecnia.

En este sentido, “democracia” y “terrorismo” constituyen dos polos de una misma máquina gestional a partir de la cual se produce la “humanidad del hombre” en exclusión de una cierta “animalidad”. Como ha visto Giorgio Agamben, tal operación de exclusión e inclusión de lo humano y de lo animal, se vuelve posible gracias al dispositivo del “estado de excepción” en el que la decisión soberana se ejecuta y que hoy se despliega en múltiples dispositivos gubernamentales característicos de la democracia neoliberal. Sugiero que la democracia es el reverso especular del terrorismo, precisamente porque se co-pertenecen en una misma máquina gestional destinada a producir al hombre como un animal que habla aislando de él, una animalidad muda en la se identificará al “terrorista”. En este plano, la dicotomía planteada entre “democracia” y “terrorismo” no es más que una producción propiamente política de la máquina gestional que sólo tiene lugar en la performatividad de su declaración. Por ello, el “terrorismo” no ocuparía un lugar exterior a la democracia, sino que la habitaría en su interior, como su propia y fatal dinámica inmunitaria.

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