Por Robert Funk

Paralelos entre 1914 y 2014

Paralelos entre 1914 y 2014

Solamente veinte años después de que terminara “La guerra que acabará con todas las guerras” comenzó otra guerra en Europa. Las lecciones de la Primera Guerra Mundial no se aprendieron. A casi setenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial, pareciera que las lecciones de los horrores de ese conflicto también se han olvidado. Hoy, exactamente un siglo desde que comenzó la Primera Guerra Mundial, uno no puede sino observar con preocupación esta falta de memoria histórica.

La historiografía de la Primera Guerra Mundial sigue tratando de explicar sus orígenes. Si bien no hay consenso, muchas de las explicaciones siguen siendo relevantes. Algunos, por ejemplo, piensan que la confianza que tenían los líderes de la época en la interdependencia económica, a través de tratados de libre comercio, evitaría un conflicto mayor.

Otras explicaciones apuntan a la invocación tecnológica, que contribuyó no solamente al exceso de confianza respecto a las posibilidades de una guerra corta y con pocas víctimas, sino al resultado contrario. La tecnología dejó en evidencia que las formas de hacer política y guerra eran anticuadas: La guerra en este sentido fue un ajuste al nuevo mundo, en que los káiseres y los imperios no tenían mucho sentido.

Una tercera razón que se sostiene es que en el período previo a la Primera Guerra Mundial –tal vez unos veinte años o más–, el sistema de relaciones internacionales establecido al término de las guerras napoleónicas, conocido como el Concierto de Europa, se fue desintegrando. Ningún sistema realmente duradero surgió después, hasta la Guerra Fría.

Y una cuarta explicación, entre muchas, dice relación con el rol del nacionalismo. De nuevo los grandes imperios, que albergaban centenares de grupos étnicos y religiosos, no eran sostenibles en un mundo donde el nacionalismo iba de la mano con la modernidad, en que las ideologías prometían utopías y donde las fronteras parecían poco más que construcciones sociales (y lo eran). Las ideologías desbordadas terminaron en los horrores de Siberia, mientras que el nacionalismo desbordado resultó en Auschwitz.

Todos los elementos de este menjunje tóxico están presentes cien años más tarde en el Medio Oriente. Las fronteras de la mayoría de los países son consideradas artificiales; y lo son. De hecho, son producto del fin de esa misma guerra mundial. Los grupos tribales y religiosos que quedaron dentro de esas fronteras se contuvieron o con monarquías autoritarias o con dictaduras socialistas panarabistas. La Primavera Árabe fue, en este sentido, el verdadero fin de la Primera Guerra Mundial. La desintegración del ancien régime del Medio Oriente que representó la Primavera Árabe, al igual que su predecesor europeo, está marcada por fervores de tipo nacional, religioso y étnico que despiertan pasiones no muy distintas a las del siglo pasado.

Y todo en el contexto de un rápido cambio tecnológico. Si hace cien años la metralla y el tanque fueron revolucionarios, hoy la proliferación de drones y bombas nucleares cambia la ecuación militar. En lo comunicacional, la magia del telégrafo y la radio han sido reemplazados por los embrujos de Skype, Twitter y GPS, permitiendo la diseminación instantánea de información y propaganda, certera o no. Las reglas han cambiado, o más bien la guerra se da en un mundo sin reglas. Como hace un siglo.

Hace cien años los nacionalismos convivían con ideologías extremas. Hoy igual. Sabemos que el fin de la Guerra Fría no significó el fin de la historia: las ideologías sobrevivieron. En 1914 un asesinato por parte de un anarquista llevó a Europa al abismo. Anarquistas, comunistas y otros grupos optaron por asesinatos, bombas y otras vías para impulsar la llegada de su nueva época. Esta llegó, mas no era la esperada.

Como ocurrió a comienzos del siglo XX, el contexto geopolítico es de desintegración del sistema internacional y gran reajuste en el poder mundial. Las malas decisiones tomadas en la antesala de la Primera Guerra Mundial –lo que Barbara Tuchman llamó “la marcha de la locura”– tuvieron que ver con el vacío que se produjo con el fracaso del Concierto de Europa y el intento por parte del Imperio Alemán de desafiar la otrora súper potencia global, el Imperio Británico. (También se podría sostener que la dominación del Imperio Británico a fines del siglo XIX fue lo que gatilló el desequilibrio que quiso instalar el Concierto de Europa). Hoy, y hace más de una década, el poder preponderante de los Estados Unidos está siendo cuestionado. China de a poco aumenta su poder económico, aunque su PIB per cápita y contradicciones internas podrían poner un tope a su surgimiento. Al mismo tiempo, los chinos han aumentado masivamente su gasto militar y están cada vez menos tímidos a mostrar fuerza, particularmente en el Pacífico.

Diversos movimientos islamistas presentan un desafío militar para los EE.UU., incluso desde antes del 11 de septiembre de 2001, situación que “la guerra contra el terrorismo” y la invasión de Irak han hecho poco para apaciguar. La poca capacidad de los EE.UU. de anticipar y después lidiar con la Primavera Árabe también sugiere las limitaciones que enfrenta el poder norteamericano en el ámbito internacional, tal como lo ha hecho más recientemente Rusia.

El presidente Barack Obama ha sido acusado de ser algo pusilánime en el uso del poder estadounidense, que sigue siendo dominante a nivel internacional. Lo acusan desde haber exhibido debilidad frente la agresión rusa hasta apoyar secretamente a los movimientos islámicos. La verdad es que además de contar con una opinión pública muy reacia a nuevas aventuras militares, el presidente de los EE.UU. está muy consciente que las limitaciones a su poder no surgen del poder militar, sino de las chances de obtener los resultados esperados. Siendo un realista, Obama entiende que sus opciones son limitadas, que los costos económicos y morales del poder militar son restricciones cada vez más reales, y que el sistema internacional le juega en contra. No hay que ir más lejos que ver a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para darse cuenta cómo el sistema actual es un vestigio del ancien régime. Obama enfrenta una nueva época, como Wilson y Truman, Clemenceau y Churchill.

¿Será capaz?

Columna publicada el 5 de agosto de 2014 en Voces de LaTercera.com.

Robert Funk es académico y Director del Centro de Estudios de Opinión Pública del INAP.

Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad de su(s) autor(es) y no necesariamente representan al Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.