Sergio Micco, académico del Instituto de Asuntos Públicos:

"La política no puede prescindir de los intelectuales"

Sergio Micco: "La política no puede prescindir de los intelectuales"
En su libro, el profesor Micco hace una lectura a la participación política desde el pensamiento de la filósofa Hannah Arendt.
En su libro, el profesor Micco hace una lectura a la participación política desde el pensamiento de la filósofa Hannah Arendt.

La disposición de comisiones para resolver nuevas propuestas en ámbitos específicos del quehacer político nacional generó dudas desde diversos sectores. Para unos, la política tiene que resolverse por parte de los propios políticos, sin incluir a tecnócratas o a intelectuales, en tanto que para otros la política no se debe cerrar a las intervenciones de otros actores que permitan acciones de mayor alcance y mejores resultados, siendo este un debate que se da muy poco en el ámbito académico.

El profesor Sergio Micco, académico del Instituto de Asuntos Públicos y Doctor en Filosofía, afirma que el conocimiento práctico de los militantes de partidos es complementario al aporte de los intelectuales. Por estos días está preparando la segunda edición de su libro "La política sin los intelectuales" (Editorial Universitaria), donde hace un llamado a participar en el quehacer público, con una lectura desde el pensamiento de la filósofa Hannah Arendt. “Gabriela Mistral y Hannah Arendt han planteado que un intelectual no puede separarse del amor por su pueblo. El libro hace esta invitación”, explica el académico. Sin embargo, señala si bien los intelectuales deben asesorar a los representantes, no pueden reemplazarlos.

¿Qué rol deberían cumplir los intelectuales respecto de la actividad política?

Hay dos clases de intelectuales, según Norberto Bobbio: los ideólogos y los tecnócratas. A los primeros se les pide que nos aporten visiones de futuro acerca de la sociedad que queremos, diagnósticos de lo que esencialmente es la sociedad en la que vivimos y caminos para acortar las distancias entre una y otra sociedad. Los segundos, los tecnócratas, técnicos o especialistas, son aquéllos que hacen análisis más especializados sobre un aspecto de la realidad social. Ellos buscan solucionar los problemas que descubren estudiando especialmente políticas comparadas o que se ejecutaron en el pasado, para luego proponer políticas eficaces y eficientes. En la Universidad de Chile hemos tenido grandes rectores del primer tipo, los intelectuales ideólogos, como Andrés Bello. Entre los intelectuales del segundo tipo también ha habido grandes académicos, como el doctor Fernando Monckeberg, que quería acabar con la desnutrición en nuestro país; o la primera doctora de Chile, Eloísa Díaz, que se preocupó de la salud de las mujeres y de los más pobres.

¿Puede realmente un intelectual saber mejor qué conviene al sistema de partidos que un militante que conoce el quehacer político diario?

Por una parte, es evidente que quien tiene experiencias concretas en la vida interna de un partido, que son muy complejas, competitivas y cambiantes, posee un conocimiento experto que tiene una enorme importancia si se quiere, como es el caso de hoy, reformarlos. Es la mirada que Maquiavelo llama desde el valle, es decir, en medio del combate. Pero Maquiavelo también decía que hay una segunda mirada, que debe hacerse desde la colina. Es decir, el intelectual es aquel que toma distancia del combate que se está realizando allá abajo, trata que la pasión por el resultado de la competencia no le nuble la razón. El intelectual propone estrategias y tácticas de acuerdo al conocimiento experto, la política comparada o la historia. La experiencia del militante de un partido político es complementaria con el conocimiento experto del intelectual. Pero, como siempre, el que toma las decisiones es el representante popular o la ciudadanía misma.

¿Qué ocurre en los sistemas políticos en los que no hay aportes de intelectuales?

La política no puede prescindir de los intelectuales. Sin su aporte, los sistemas políticos pierden en calidad y eficacia. Por ejemplo, para tener una democracia de mejor calidad necesitamos mejores instituciones, formas más participativas de acción y políticas públicas más eficaces. Muchos países han abordado estas tareas: algunos han fracasado, otros han tenido éxito. ¿Por qué no estudiarlos? ¿Es necesario volver a inventar la pólvora? Por otro lado, es evidente que los seres humanos somos motivados no sólo por intereses selectivos, sino que también por ideales, esperanzas y sentimientos. Bueno, aquí nuevamente nos encontramos con un aporte del intelectual. ¿Qué sería Chile sin el Canto General de Pablo Neruda, los ensayos políticos de Gabriela Mistral o el Manifiesto Patriótico de Vicente Huidobro?

Si los intelectuales son una élite, ¿cómo se resguarda que su incidencia política no vulnere los principios democráticos?

Platón soñó con el filósofo rey. Aristóteles y Kant desecharon tal idea pues la política, por definición, es más arte que teoría. Es decir, la política se aprende participando en ella. Pero no me quiero pisar la cola. Platón sí dijo algo que es obvio: Hay una dimensión técnica de la política de gran complejidad. Por ejemplo, una determinada idea del bien, o el conocimiento de cómo se construye un puerto. Esta dimensión técnica supone el aporte de expertos que, incluso, se apartan de la voluntad popular. Pensemos en el Banco Central, el Tribunal Constitucional o en todo el Poder Judicial. Más aún, con la complejidad y extensión de los problemas de nuestras sociedades de masas, es indudable que necesitamos expertos en salud pública, vivienda, urbanismo, educación, etcétera. Pero, atención, todos ellos están para asesor a los representantes populares; no para sustituirlos. Además deben ser fiscalizados porque, como dijo Robert Dahl, las tecnocracias tienden a concentrar el poder, a que éste se encierre en sí mismo, perdiendo sentido común que da el contacto con la ciudadanía. Se corre entonces el riesgo de la arrogancia y de una imposición de ideas sin respetar la ética o de que éstas se reproduzcan incluso en forma nepotista. Hannah Arendt, observando el desastroso aporte de los “solucionadores de problemas” que guiaron la guerra en Vietnam, reclamó el retorno a la voluntad popular en una república activa.