El 8 de noviembre de 2016

Dr. Fernando Cassorla es nombrado Maestro de la Endocrinología Pediátrica Latinoamericana

Dr. Cassorla: Maestro de la Endocrinología Pediátrica Latinoamericana
El equipo del Idimi junto al doctor Fernando Cassorla
El equipo del Idimi junto al doctor Fernando Cassorla
El doctor Fernando Cassorla
El doctor Fernando Cassorla

Al agradecer esta distinción, el doctor Cassorla se refirió al legado que dejan quienes ha dedicado su vida profesional a la ciencia y a la asistencia; en ese sentido, destacó que, más allá que cualquier publicación, la verdadera huella está impresa en las nuevas generaciones que se ha tenido el honor de formar.

Y no han sido pocos sus discípulos; en la presentación que de su persona y trayectoria hizo la doctora Ethel Codner –quien fue una de ellos y ahora integra su equipo de trabajo en el Programa Endocrinología Infantil y Genética del Instituto de Investigaciones Materno Infantil, Idimi-, se recogieron una serie de testimonios de destacados especialistas que dieron los primeros pasos en esta subespecialidad bajo la guía del doctor Cassorla, tanto en Chile como durante los años en que  se desempeñó en el National Institute of Child Health and Human Development (NICHD), de Estados Unidos. Así, entre los que lo cuentan como su maestro, hay 30 destacados especialistas que compartieron con él en Bethesda, Washington, quienes hoy ocupan destacados cargos en ese país o en otras naciones. En Chile, son 22 los endocrinólogos pediátricos que, saliendo desde su alero, hacen importantes contribuciones al país en diferentes servicios de salud.

“Es un gran orgullo que a uno lo seleccionen para este nombramiento, porque es un premio que lo dan los pares de todo el continente, más aún cuando nosotros somos un país pequeño en comparación como Brasil, México, Argentina o Colombia, en los cuales el desarrollo de la medicina académica en esta especialidad tiene centros de figuración mundial, con especialistas muy valiosos; por eso que quienes me precedieron en esta distinción provenían de esas naciones”, sentencia. Por eso es que esa satisfacción “está en lo que representa poder proyectarse en un legado, dado por la semilla que se ha dejado en los discípulos sobre amor a la medicina académica, rigurosidad científica, seriedad, y como resultado de intentar replicar acá los grandes centros de investigación que me tocó conocer en Estados Unidos, y decir que es posible hacerlo”.

Carrera en Estados Unidos y en Chile

El doctor Fernando Cassorla cursó sus estudios de Medicina en nuestro plantel entre 1966 y 1973; años que define como de gran efervescencia tanto a nivel institucional –debido a la Reforma Universitaria de 1968- como nacional, pues “fui el primer médico en recibirse después del golpe de Estado, pues lo hice el 9 de octubre de 1973”. Por esa creciente inestabilidad, así como por desear desarrollar su carrera en un ambiente diferente al de la trayectoria de su padre –el renombrado doctor Eduardo Cassorla, quien llegó a ser decano de la Facultad de Medicina Sur entre 1975 y 1981-, en 1974 inició su especialización en pediatría en el Albany Medical Center, de la Union University, para luego subespecializarse en Endocrinología Infantil en el Hospital de Niños de Philadelphia, de la Universidad de Pennsylvania. Al terminar esta formación, comenzó su labor en el National Institute of Child Health and Human Development (NICHD), como senior investigator del Developmental Endocrinology Branch, entre 1979 y 1993, llegando a ser Clinical Director entre  1989 y 1993, recibiendo el premio “Clinical Teacher Award” en 1990.

“Por ese éxito es que muchos me dijeron que estaba loco cuando decidí volver a Chile. Y fue porque creí entonces, y sigo creyendo, que las pequeñas cosas que podría haber hecho allá podían ser grandes cosas en mi propio país, donde quizás me necesitaban más. Y no me arrepiento ni por un segundo, creo que fue una buena decisión. Otros tuvieron la misma ambivalencia, pero no todos la resolvimos igual; está lo que yo llamo la “generación perdida”, que se fueron en esos mismos años difíciles y no han vuelto, enriqueciendo a la medicina académica norteamericana o europea. Algunos volvimos y no nos ha ido mal, creemos que este aporte valió la pena”, recuerda el doctor Cassorla.

Y es que, por casualidad durante sus años en Estados Unidos le tocó conocer al doctor Luigi Devoto, quien le contó lo que estaban haciendo junto al doctor Francisco Beas en lo que era el Centro de Investigaciones Materno Infantil, que durante el decanato del doctor Alejandro Goic pasó a ser el Idimi, y le ofreció volver a hacerse cargo del programa de Endocrinología Pediátrica. “Así fue cómo retorné, porque había un “locus” donde llegar, tanto como el apoyo de todas las autoridades desde entonces para hacer nuestro trabajo, desde nuestra filosofía”.

Ética del trabajo que se basa en lo que pudo ver en el Hospital de Niños de Filadelfia, “donde me enamoré de nuevo de la medicina, entendiendo que no era solamente ver pacientes, ni sólo dedicarse a la investigación, sino que hacer asistencia y, cuando aparecía algo que no estaba claro, tener la posibilidad de estudiar por qué sucedía. Esa mezcla que hoy se da bien en el Idimi, mezclando la investigación básica y clínica con la atención de pacientes, la aprendí allá y hemos tratado de replicarla junto al doctor Devoto”.

Pirámide a la cual formar

De esta forma, sentencia que este instituto tiene una de las productividades científicas más altas del país comparando el número de publicaciones con impacto ISI respecto de su número de jornadas completas equivalentes. “Somos un grupo pequeño, ponemos cuidado al ver a quién incorporamos, que debe tener interés en venir a hacer algo que valga la pena para nuestros pacientes y nuestros becados”. Y agrega: “los médicos de nuestra facultad nos enorgullecemos de no trabajar solos, sabemos que estamos sobre una pirámide de gente a la cual formar, y parte de nuestra labor es hacer justamente eso, que aprendan a pensar en forma seria, con ética, con un desempeño trasparente; eso es bueno y acá se da. Todos nuestros integrantes tienen puesta la camiseta de este equipo, también con ambición, pues hemos podido trasmitir que en nuestra forma de trabajar no estamos dispuestos a bajar las varas, ni a conformarnos con resultados favorables, sino que nos comparamos con los que están afuera”.

De hecho, detalla, “nuestro pequeño grupo pediátrico del IDIMI tiene tres profesores titulares, todos los cuales alcanzamos esta jerarquía académica antes de cumplir los 50 años de edad. Además, contamos con varios proyectos Fondecyt Regular y dos Fondecyt de Iniciación; esto  refleja el estimulo que hemos proporcionado para el desarrollo exitoso de nuestros miembros, en especial los más jóvenes y, modestamente, creo haber facilitado este proceso, lo que puede explicar que haya sido galardonado con este premio en Buenos Aires”.

Esta misma disciplina es la que quiso sentar en las bases de lo que fue el Doctorado en Ciencias Médicas, pues fue parte central de su creación junto a la doctora María Eugenia Pinto y lo dirigió por una década, entre 1998 y 2008, casi paralelamente a su labor de director del Idimi, entre 1997 y 2001. “Cuando hablamos del Doctorado en Ciencias Médicas con la doctora Pinto, se diseñó con la idea de que así íbamos a tener a los académicos de la facultad del futuro, personas capaces de ganar proyectos y de hacer medicina más allá de lo estrictamente asistencial. Eso ha ido creciendo, es un círculo virtuoso, tiene presencia en distintas especialidades. Y es así como ahora es que estoy muy contento que en la actualidad el Hospital Clínico de la Universidad de Chile tenga su Centro de Investigaciones Clínicas, el CICA, porque es “la” manera de progresar en un hospital universitario, dejando tiempo protegido para hacer ciencia en el área clínica y siendo un espacio  donde puedan trabajar y contribuir estos médicos. Nuestro Hospital San Borja Arriarán se pudo desarrollar de esa forma gracias al doctor Francisco Beas y a otros, porque hicieron investigación cuando nadie creía que era necesaria porque eran años en que los niños se morían de diarrea y de bronconeumonía”, recuerda. Pero sentencia: “hay un trabajo pendiente: tenemos que refinar más lo que hacemos, tenemos que lograr esta integración básico clínica, que no todos la van a hacer, pero hay varios, lo he podido ver crecer como miembro de la Academia Chilena de Medicina”.

En base a su experiencia, ¿cómo se deben enfrentar las dificultades que representa la alta carga asistencial para el desarrollo de esta investigación?

Acá yo tuve dónde trabajar, gracias al camino que ya habían pavimentado los doctores Beas y Devoto. Pero también hay que tener optimismo, no ver dificultades en todo. Los que hemos vivido fuera tenemos clara nuestra identidad cultural, la gente que vive acá no se da cuenta, no valora lo que tiene ni la importancia de contribuir en Chile. Por ejemplo, acá nos propusimos desarrollar una pirámide etaria, para poder renovar la planta académica de la parte pediátrica, con gente que comparta esta visión que integra lo básico y lo asistencial, que si uno es capaz de trasmitirla los más jóvenes se van entusiasmando, sin  ver la medicina como una máquina de hacer plata, sino que poder contribuir con conocimiento. Ese es el bichito de la curiosidad científica, y si se planta en terreno fértil es bueno para todos.