Columna de opinión publicada en Ciper Chile

¿Es usted de clase media? Probablemente no

¿Es usted de clase media? Probablemente no

¿Es usted de clase media? Es muy probable que su respuesta sea sí, pues el 70% de los chilenos y chilenas cree serlo. Digo “cree” porque cuando se consideran factores como la ocupación (cualificada o semi cualificada) o el nivel de ingresos (entre $ 600.000 y $ 2.000.000 por hogar, según la Asociación de Investigadores de Mercado en 2015), el nivel de consumo o de educación (media, técnica y universitaria), sólo un 30% de la población tiene las características que definen a ese grupo. Los datos muestran que la mitad de quienes se identifican con la clase media pertenece en realidad a grupos acomodados o populares (o clases trabajadoras en otra clave). ¿Por qué ellos (tal vez usted mismo) se consideran parte de una clase que no es la suya?

Esta columna es la primera de una serie que apunta a responder un conjunto de preguntas relevantes para la actualidad social y política del país y en las cuales la clase media juega un rol central.

Históricamente se ha asociado la existencia de una clase media amplia con cierta salud económica y política y con un nivel de desarrollo más avanzado que el de países dominados por grandes sectores pobres con una elite en la punta de la pirámide, como ha sido históricamente el caso de América Latina. ¿Dónde se ubica hoy Chile? Aunque gran parte de la clase política se piensa al borde del desarrollo por el promedio de los ingresos de los hogares, una mirada a fondo de la clase media revela algunas trampas en esa expectativa. De hecho, muchos políticos, empresarios, publicistas e incluso sindicalistas se refieren a una clase media que bien puede no existir más allá de los legítimos deseos de todos de vivir una vida estable y sin mayores sobresaltos.

El concepto de clase media de hoy refleja muchas realidades distintas y es importante observar esa variedad porque en los juegos de espejo sobre lo que somos y queremos ser, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre económica y política –trumpista, brexista o venezolana–, es común trasvertir categorías.

La clase media apareció en Chile en el siglo XIX, a partir de un grupo de trabajadores independientes, empleados, comerciantes y profesionales liberales que emergieron como resultado de los procesos de modernización y urbanización. Este grupo aumentó fuertemente entre los años 1920 y 1960 debido a que el Estado comenzó a desarrollar políticas en educación, salud o fomento de la economía, las cuales requirieron nuevos contingentes de empleados. Esta clase media consiguió cierta estabilidad económica porque, si bien su sueldo no era abultado, su presencia en la estructura estatal le aseguraba beneficios y prebendas en términos de educación, protección social, salud y pensiones. Es decir, no se asentó sobre la meritocracia o los derechos, sino que sobre la base, por lo menos en parte, de redes de favores que se nutrían de su acceso al Estado.

Este grupo alcanzó su auge en los años 1960, pero nunca superó el 30% de la estructura social. Por ello, Chile nunca ha sido un país mayoritariamente de clase media. Tampoco lo es ahora. En proporción, pobres y sectores populares son más numerosos. Ya sea que se la mida con datos del Ministerio de Desarrollo Social, de empresas de marketing o con los propios (ENES, 2009), la clase media se mantiene en el mismo porcentaje del 30%.

Obviamente, la clase media de hoy poco tiene que ver con la clase media de antaño, que estaba conformada más bien por empleados públicos representados por el Partido Radical o a la Democracia Cristiana. Hoy es muy variada y lo correcto es hablar de “las” clases medias. Pero la diversificación no ha significado expansión y una medición rigurosa se aleja del optimista anuncio de que hoy Chile sería mayoritariamente un país mesocrático.

Como se dijo, hoy consideramos –con algunas variaciones según la forma de medir–, que una familia de clase media gana entre $ 600.000 y $ 2.000.000 por hogar. Sus integrantes adultos tienen en general educación media completa, técnica o universitaria y si ambos trabajan, lo hacen como como empleados en el servicio público o privado, o son independientes o empleadores con pocos trabajadores. Todos, en general, tienen cierto nivel de calificación en las tareas que realizan. Dentro de esos márgenes cabe mucho: desde lo que queda de la clase media tradicional, hasta los trabajadores independientes, pasando por grupos que gracias al crecimiento económico se consolidaron y han accedido a un mayor nivel de formación; y grupos con menos cualificaciones laborales y puestos menos estables, que integran la franja baja de la clase media.

¿Por qué el 70% de los chilenos piensa que pertenece a ese sector? Primero porque declararse rico o pobre produce pudor. Hasta Sebastián Piñera, ex presidente multimillonario, se declaró de clase media. Eso se ve reforzado por los altos grados de segregación social y territorial que tiene Chile. Una persona que se escolarizó y socializó en grupos primarios muy parecidos a su familia tiene pocas oportunidades de codearse e interactuar con otros grupos sociales. No todos saben dónde comienza y menos donde termina la pirámide social. Esto da una idea errada de la propia posición o permite pensar que todos son como uno. No debería pasarle a un presidente de la República, aunque esto muestra lo abarcadora que es la percepción de clase media y que se trata de un buen lema político.

Además, ningún partido o sindicato apela ya a grupos sociales específicos, como hacían antaño. Le hablan a la clase media en genérico y así las identidades de clase y de grupos sociales se desdibujan, tal como se puede observar en el discurso del primero de mayo de 2014 de Bárbara Figueroa, presidenta de la CUT.

También hemos perdido la brújula de nuestras identificaciones sociales porque los intensos procesos de transformación social que se han dado en Chile desde los años 1980 (Ruiz et al, 2014) han resultado en que pocas personas hoy tienen el mismo status que sus padres, lo que dificulta la conformación de identidades de clase de una generación a otra (Méndez, 2008).

La bajada drástica de la pobreza de un 45% en 1988 a un 20% hoy, significa que han crecido los contingentes de sectores populares o la franja baja de la clase media, que poco tiene de clase media. Treinta años de crecimiento económico debido en parte al súper ciclo del cobre, por lo menos hasta 2015, han permitido, junto con la apertura de la economía, la aparición de nuevos grupos de empleados y profesionales del sector privado, que han surfeado exitosamente sobre la bonanza económica. Por todo lo anterior, la clase social tampoco es un marcador tan potente como antes y se diluye frente a la capacidad de consumo, el género, la etnia u otros marcadores sociales.

Organismos internacionales como el Banco Mundial o la OECD o Brookings recientemente han celebrado la masificación de una nueva clase media global en los países en desarrollo, la cual puede llegar a representar la mitad de la población mundial. Definida como los hogares que tienen ingresos per cápita de 11 a 110 dólares al día, en 2011 PPP (paridad de poder adquisitivo, que es una medida global que permite comparar el nivel de vida entre países), esta clase media sería un fenómeno sin precedente en la historia de la humanidad (Kahras, 2017).

Pero hay cinco malas noticias para Chile en esa buena nueva: primero, el 88% de esa clase media global será asiática; muy poco de ella se afianzará en nuestro barrio global. Luego, muchas de las familias que dejaron la pobreza en Chile no son en realidad clase media, sino que pertenecen a los sectores populares, como lo evidencia la medición anterior, pues una familia de cuatro integrantes con $600.000 de ingresos difícilmente puede aspirar a más que sobrevivir.En efecto, la media del ingreso es baja en Chile y muy cercana a la línea de pobreza, lo que es otro elemento que favorece la confusión entre sectores populares y clase media.

Tercero, la ola de movilidad estructural de los años 1980 y 1990, si bien ha revuelto la parte baja y media de la pirámide social, no ha abierto más caminos para que los sectores medios avancen hacia los sectores acomodados o hacia una clase media más estable y numerosa. Hoy la estructura social muestra señales de cerrar nuevamente los caminos de la salida de los sectores bajos y del ingreso a los más altos, por el agotamiento del “ascensor” educacional y la estabilización de las transformaciones de los años 1980 y 1990 (Espinoza y Núñez, 2014).

La cuarta mala noticia es que la estabilidad de los nuevos contingentes de clase media depende estrechamente de la salud de la economía. Volver a bajas tasas de crecimiento agudiza la vulnerabilidad de estos grupos en un país donde tienen poco o nada asegurado, y donde lo que se prioriza es la ayuda social hacia los sectores pobres. Finalmente, los ricos son cada vez más ricos en Chile como en otras latitudes (ver revista Forbes 2017), por lo que el dinero no se está acumulando en la parte media de la pirámide social, sino que en su cúspide.

¿Puede Chile llegar a ser prontamente un país mayoritariamente de clase media? Todos quisieran que fuese así y no hay aspirante al poder que no prometa su desarrollo a la vuelta de su gobierno o al final de la década.

Pero si se examina a los países que gozan de una clase media mayoritaria hoy, sobre todo asiáticos y europeos, se observa algo que no se ve en Chile: que los procesos de consolidación de estos grupos se dieron luego de décadas de crecimiento económico, pero en general, con un papel activo de parte del Estado en la formación de nuevas generaciones, orientación de dicha educación hacia el mercado laboral, y en paralelo una transformación del aparato productivo desde una economía básica a una economía de servicios, con valor agregado.

Chile no ha cumplido por ahora con estas condiciones y las familias sienten que lo logrado se debe a su propio esfuerzo y muchas veces en contra del Estado, aunque diste de ser así.

Este dilema ha sido resumido como “la trampa del ingreso medio”, que corresponde a la situación en que países en desarrollo logran reducir sustancialmente su pobreza, usando su mano de obra barata o exportando materias primas con alta demanda. Sin embargo, esta ventaja de competitividad no permite ingresar al club de los países ricos. Para un país como Chile, la dificultad es doble: si bien el promedio de los ingresos es cercano al umbral de la riqueza, este promedio esconde una media más baja, pues los ingresos altos estiran la cifra hacia arriba. Finalmente, la baja calificación de la población en general, junto con la ausencia de propuestas de cambio de modelo de desarrollo, definen claramente el horizonte de estas clases medias: su techo de crecimiento está muy cerca de sus cabezas.

Además, estas clases medias no son homogéneas y sus distintos segmentos tienen aspiraciones variadas, pero como se verá en la siguiente columna, comparten una aprensión: el miedo al mundo popular.

Notas bibliográficas:

AIM: Asociación de Investigadores de Mercado, Cómo clasificar los Grupos Socioeconómicos en Chile, 2015.
ENES 2009: Encuesta Nacional de Estratificación y Movilidad Social aplicada en el marco del proyecto Conicyt, Anillo SOC 12 Desigualdades, 2009.
Ruiz, Carlos et al., Los chilenos bajo el neoliberalismo. Clases y conflicto social, LOM, 2014.
Méndez, María Luisa, Middle class identities in a neoliberal age: tensions between contested authenticities, Sociological Review, 2008.
Kahras, Homi, The unprecedented expansion of the global middle class. An update, Brookings, 2017.
Espinoza Vicente et al, Movilidad ocupacional en Chile 2001-2009. ¿Desigualdad de ingresos con igualdad de oportunidades?, Revista Internacional de Sociología, 2014.