Columna de Carlos Flores Delpino

La fantástica mujer fantástica

La fantástica mujer fantástica
Carlos Flores Delpino, profesor del ICEI de la U. de Chile.

El buen cine escapa al sentido común, esa ley natural que simplifica y vulgariza las cosas. Sebastian Lelio conoce muy bien esto. Su película Una mujer fantástica  trabaja para eludir la mirada rutinaria. Sus desplazamientos son estrategias de distorsión y dispersión que organizan una trama en que lo distante – las cataratas de Iguazú, el sobre blanco que se pierde, la perra Diabla, el pianista, la canción, el sauna, la sesión de masaje, la bota ortopédica de Gneco– en fin, todo lo que funciona disperso en el mundo, se toca en la película construyendo un hilvanaje inesperado.

Como en toda experiencia poética, en esta película no se trata de comunicar una idea, se trata de convocar el aparecer de las cosas. De iluminar las cosas, de sacarlas de la banalidad en que las ha acorralado la rutina. La organización de Una mujer Fantástica, su estructura, su fisiología, no está basada en la búsqueda de un sentido que tenga que aparecer como resultado de la contiguidad de las secuencias. El sentido aparece como resultado de la relación entre todos los elementos que se despliegan en la película. Todo puede combinarse con todo. Incluido yo, que miro. Todo puede organizarse con todo y conmigo. Yo, espectador, puedo ser parte del organismo película. Solidarizar con ella. Ser parte integrante de su solidez. 

Para eso la película da vuelta el mundo al revés. Trae a primer plano lo que aparenta ser insignificante y pone tras bambalinas lo central. Normaliza lo que parece anormal a la primera mirada y delata la anormalidad que contiene cierto pensamiento conservador.

Con mucha astucia, Una mujer fantástica deja tornillos sueltos, grietas que señalan la persistencia de algo sin consolidar, la insistencia de cuestiones no comprendidas. A eso que está detrás, a esa zona última que no debemos olvidar, a ese trasfondo, para decirlo en palabras de Lelio, “hay que asomarse, quedar expuesto a él, y mirar esa nada ( o esa “totalidad”) valientemente, con los ojos limpios”. Bravo Sebastián.