Crítico de Arte, Doctor en Estética y filósofo:

Fernando Castro Flórez: "El 'curatorismo' ha desplegado tácticas de camuflaje político, mezclando lo banal con lo provocador".

Fdo. Castro: "El 'curatorismo' ha desplegado tácticas de camuflaje"...
"Derroteros y Naufragios del Arte Contemporáneo" es la última publicación del filósofo español Fernando Castro Flórez realizada por Ediciones del Dept. de Artes Visuales de la U. de Chile.
"Derroteros y Naufragios del Arte Contemporáneo" es la última publicación del filósofo español Fernando Castro Flórez realizada por Ediciones del Dept. de Artes Visuales de la U. de Chile.
La publicación compila algunos de los ensayos, de extensión y desarrollo importantes, realizados por Castro Flórez durante los últimos años en los que aborda obras de diversos artistas.
La publicación compila algunos de los ensayos, de extensión y desarrollo importantes, realizados por Castro Flórez durante los últimos años en los que aborda obras de diversos artistas.
"Son artistas de importante trayectoria, muy recocidos y con muestras en museos internacionales, exponentes de distintas disciplinas artísticas" señaló Castro.
"Son artistas de importante trayectoria, muy recocidos y con muestras en museos internacionales, exponentes de distintas disciplinas artísticas" señaló Castro.
"El llamado 'curatorismo' ha desplegado, en muchas ocasiones, tácticas de camuflaje (pseudo)político, mezclando lo banal con lo (aparentemente) provocador", dijo en la entrevista Castro Flórez.
"El llamado 'curatorismo' ha desplegado, en muchas ocasiones, tácticas de camuflaje (pseudo)político, mezclando lo banal con lo (aparentemente) provocador", dijo en la entrevista Castro Flórez.
El libro "Derroteros y naufragios del Arte Contemporáneo" de Fernando Castro Flórez, será lanzado el martes 20 de agosto a las 19:00 horas en la Sala Eloisa Díaz de la Casa Central de la U. de Chile.
El libro "Derroteros y naufragios del Arte Contemporáneo" de Fernando Castro Flórez, será lanzado el martes 20 de agosto a las 19:00 horas en la Sala Eloisa Díaz de la Casa Central de la U. de Chile.

Fernando Castro Flórez (Plasencia, Cáceres 1964) es un filósofo español y doctor en Estética por la Universidad Autónoma de Madrid, donde es profesor titular. A través de los años se ha convertido en un reconocido crítico de arte y ha comisariado más de un centenar de exposiciones alrededor del mundo, desde el Pabellón de Expo Hannover, pasando por la Trienal de Chile y el pabellón chileno en la Bienal de Venecia.

En base a eso, el Departamento de Artes Visuales y el Magíster en Artes Visuales le dieron un espacio para ser parte de Ediciones DAV a través del libro que tituló Derroteros y naufragios del Arte Contemporáneo, en el que tal como él mismo lo plantea “una primera parte me ocupa de la cuestión de estética, crítica, arquitectura y teoría cultural en general, mientras que en la segunda realizo una suerte de ejercicio de crítica en acto”.

De esta forma la publicación un contiene un conjunto de ensayos de extensión y desarrollo importantes, realizados por Castro Flórez en los que aborda obras de creadores como: Carlos Garaicoa, Dionisio González, Sara Roitman, Daniel Verbis, Fernando Prats y Bernardo Oyarzún.

“Son artistas de importante trayectoria, muy reconocidos y con muestras en museos internacionales, exponentes de distintas disciplinas artísticas (instalaciones, fotografía, pintura e incluso vídeo) y de procedencias geográficas diferentes (Cuba, España, Ecuador y Chile). Con esta selección quería dar cuenta de mi concepción pluralista y cosmopolita del arte, además son artistas con los que he mantenido una relación de trabajo específico, sea para muestras en museos, galerías o, en el caso de los dos creadores chilenos, en eventos como la Bienal de Venecia”, detalló el filósofo.

En el libro hace referencia a “reanimar el arte” ¿Cree usted que el arte actual está desanimado? ¿En qué visibiliza ese desanimo? Y ¿Cómo cree que eso se revertiría, si es que tiene solución?

Basta asistir algunas de las llamadas “grandes citas del arte contemporáneo”, como la reciente Bienal de Venecia, para caer en la más abismal depresión. El llamado “curatorismo” ha desplegado, en muchas ocasiones, tácticas de camuflaje (pseudo)político, mezclando lo banal con lo (aparentemente) provocador. En algunos de mis últimos libros (“Mierda y catástrofe” o “Estética de la crueldad”, ambos publicados por la editorial Fórcola) he planteado “diagnósticos” de nuestras configuraciones culturales. No hace falta que repita las malas noticias, aunque tengo algo triste que decir (sin ponerme en plan profético): no tengo ninguna receta que acabe con todos los males. La misión de la crítica, si no me equivoco, no es precisamente “farmacólogica”, de la misma forma que la filosofía tiene que evitar ser “edificante”. Cuando se hacen obscenamente visibles los “síntomas mórbidos” en el campo artístico, lo más básico que me parece que hay que tratar de hacer es recuperar una actitud crítica, esto es, evitar convertirnos en voceros del “status quo”.

Tal vez sea oportuno recordar aquella defensa baudeleriana de la crítica “parcial, apasionada y política”. Por simplificar: para reanimar el arte es imprescindible sacar fuerzas de flaqueza, salir si es necesario en defensa de causas perdidas y asumir un coraje que me atrevo a calificar como moral para llamar las cosas por su nombre. El crítico no puede ser un adulador patético ni un bufón desnortado, tampoco basta con resolver drásticamente las cosas a la manera de un francotirador. Tampoco me parece que, en el pantano del sistema del arte, el único “derrotero” sea el que lleva hasta el “arte-jet” (es una expresión de Néstor García Canclini) o a la pomada curatorial. Tal vez necesitemos, para estar a las alturas o bajuras de lo contemporáneo, intensificar nuestra voluntad intempestiva.

¿Por qué eligió los conceptos de “derroteros” y “naufragios” para el título del libro y cómo esas palabras hacen alusión al panorama que usted tiene del arte contemporáneo?

No se trata tanto de “conceptos” cuanto de unas imágenes que dan cuenta de mi actitud de nomadismo estético. El naufragio funciona, tal y como estableciera Blumenberg, como una “metáfora absoluta”, adecuada para tratar de comprender un mundo desquiciado como el nuestro. Pensé, en un momento, en introducir en el título para la palabra “deriva” pero desistí dada la sobredosis de “situacionismo de museo” (valga el oximorón) que hemos tenido en los últimos años de pulsiones archivísticas. Comencé a manejar la idea de “estar al pairo” y, dejándome llevar por las metáforas náuticas, reparé en que lo mejor sería nombrar, homofónicamente, la derrota por medio del “derrotero. Recordemos que El Derrotero es una obra escrita e ilustrada que describe bajofondos, señalizaciones, perfiles visuales de las costas, marca zonas peligrosas y establece formas de navegación convenientes, marcando también los puertos y las terminales. En cierto sentido, este libro funciona como un conjunto de mapas, una cartografía fragmentaria de mis intereses estéticos. Me formé académicamente en un ambiente de profundo nihilismo, fascinado por la dialéctica negativa de Adorno y convencido de que algo cierto hay en aquel imperativo de Samuel Beckett de “fracasa otra vez, fracasa mejor”. Tal vez estos textos compilados en forma de libro sean un fracaso esplendoroso, un naufragio anunciado, una navegación sin método, una manifestación, a la manera borgiana, de que “el mapa no es el territorio”.

Una característica recurrente en sus libros es el uso de títulos donde enmarca poética y críticamente el estado actual de la cultura y el arte. Puede extenderse al respecto.

Me formé en el ámbito de la Filosofía académica, orientado por excelentes profesores que, principalmente, nos enseñaron a leer a pensadores canónicos como Aristóteles, Kant o Hegel. La línea principal de mis maestros era heideggeriana aunque luego se “apuntaron” a la inflexión postmoderna. Cuando decidí el tema de mi tesis doctoral me aparté de la línea etimológico-historicista para afrontar la obra de Octavio Paz que, para mí, era un auténtico referente de una posible vía de aproximación tanto a lo poético cuanto a lo ensayístico. Encontré que la estética era el territorio amplísimo en el que podía dar cuenta de mis variados intereses intelectuales, esto es, podía escribir sobre artes plásticas, arquitectura, música, cómics, performance, etc. sin tener que rendir cuentas ante la “ortodoxia” académica. Desde los años ochenta me entregué a lo que Barthes llamara “el placer del texto”; entiendo que el ensayo requiere de un esfuerzo formal y cierta sutileza poética: no se trata solamente de convencer sino también de seducir. Casi todos mis libros son, más allá de las apariencias, cuadernos de bitácora, notas de viaje, sedimentos de lecturas, esbozos que están, estrictamente, entretejidos en la experiencia estética, pero también huellas de mi indignación política, letanías del crepúsculo cultural, procesos polifónicos en los que trato de dar cuenta de lo que (nos) pasa.

Tiene un canal de Youtube, con distintas secciones, entre ellas, una donde analiza y critica libros ¿Cómo es visto el estado actual del arte desde dicho contexto?

No soy un “mcluhiano” pero eso tampoco me lleva a deplorar el “estado comunicativo del mundo”. Utilizo todo tipo de canales para desplegar la crítica cultural que me interesa, en algunas ocasiones a través de medios “obsoletos” o sobredimensionados. Empecé a escribir de forma regular crítica de arte en periódicos en los años ochenta y en ese mismo periodo se iniciaron mis colaboraciones con revistas especializadas en el arte contemporáneo. Intervine en programas culturales de televisión (aunque parezca casi imposible que en ese medio se haga tal cosa), participé en numerosos programas radiofónicos y luego me apunté a cuantas mutaciones “computacionales” fueron apareciendo, desde los blogs, hasta Tumblr, de Facebook a Twitter. En cada “lugar” trato de ejercitarme en un tipo diferente de escritura, no es lo mismo una columna en un suplemento cultural que un tuit redactado a la carrera. Utilizo algunos espacios, valga la confesión, para divertirme o, en otros términos, para dar rienda suelta a mi ánimo gamberro. Comencé a colgar vídeos de crítica de libros en Youtube con una única misión: ayudar a mis alumnos. Imparto numerosas asignaturas en grados (tanto en Historia del Arte cuanto en Filosofía, Música o Artes Plásticas) y en másters de distintas universidades. Me parecía que las recomendaciones bibliográficas que solemos hacer los profesores no servían ya para nada. ¿Qué puede hacer un alumno cuando encuentra una lista de “libros recomendados”?¿Ponerse a leer como un poseso, dando traspiés, desorientado y acaso finalmente frustrado? Pensé que, tal vez, mis lecturas, estrictamente secuenciales, de libros de estética, crítica cultural, arquitectura, teoría política, historia contemporánea, etc. podrían servir para incitar a los alumnos a leer y a establecer sus propios trayectos intelectuales. No hago vídeos sofisticados formalmente ni “edito” nada. Grabo sin ningún tipo de “escenografía” mi lectura en directo con mi MacBook y luego la cuelgo de Youtube. Para cualquiera que haya seguido mis peripecias booktubers sabrá que en ocasiones me levanto a abrir la puerta de casa porque llega un paquete de Amazon o incluso me confundo llevado por mi verborrea delirante. Dentro de poco habré colgado 100 comentarios de libros, realizado en apenas año y medio. Para no aburrirme con esas piezas de crítica textual, me animé a hacer otras “secciones”: una trata de “la crítica que me interesa”, también comento o parodio programas de televisión, grabo “videoreacciones” a tonterías del mundo cultural o incluso me animo a impartir una conferencia académica. Es, en todos los sentidos, un modestísimo canal que tiene un número insignificante de seguidores (apenas he sobrepasado los 3000), pero sobre todo está dirigido a la “maravillosa minoría”. No pretendo conseguir “visionados” en catarata, ni mis intervenciones tienes “intención viral”. Sigo a algunos de los Youtubers de arte contemporáneo que tienen, en ocasiones, medio millón de seguidores, y tengo que decir que a veces aprendo algo y, en bastantes ocasiones, me cabrero mucho. Estamos en la época de los “video-tutoriales”, gracias a las redes podemos saber que una amiga está criando un gato o que el vecino del cuarto está enamorado de una señorita bastante gorda con la que acaba de ir de vacaciones a Estambul (motivos comunicativos de sobra para llegar al “orgasmo” o, según el estado de ánimo, para cortarse las venas). Aunque también gracias a esas mismas tramas socio-computacionales podemos cocinar una paella valenciana, reparar un viejo equipo de música que pensábamos tirar a la basura o incluso escuchar magníficas intervenciones sobre Schopenhauer, “documentarnos” en la Wikipedia o escuchar un viejo disco de Bill Evans. Trato de evitar el tono apocalíptico (tan socorrido entre los profesores universitarios que somos inercialmente “viejunos”) y hacer como Goya que escribir en uno de sus últimos grabados una lacónica frase: “Aun aprendo”.

¿Qué significa para usted el haber realizado esta publicación a través de Ediciones del Departamento de Artes Visuales de la U. de Chile?

Acepté el encargo de componer un libro que me extendió Arturo Cariceo con entusiasmo. Estoy muy agradecido. Todo el trabajo editorial ha sido de una profesionalidad extraordinaria. Publicar en esa editorial universitaria es algo que, literalmente, me entusiasma. Soy profesor de la Universidad pública, concretamente de la Autónoma de Madrid, desde casi treinta años, y tengo una profunda vocación académica. Por tanto, ver publicado mi primer libro en Chile en una iniciativa universitaria es algo que me hace muy feliz.

El libro Derroteros y naufragios del Arte Contemporáneo de Fernando Castro Flórez, será lanzado el martes 20 de agosto a las 19:00 horas en la Sala Eloisa Díaz de la Casa Central de la Unviersidad de Chile, ubicada en Av. Libertador Bernardo O'Higgins 1058, Santiago. En la oportunidad el autor de la publicación dictará la clase magistral Espectáculos catastróficos y naufrgios inevitables. La entrada es liberada.