Columna de Opinión: Prof. Constantino Mawromatis

Columna de Opinión: Prof. Constantino Mawromatis

El estallido social, sorpresivo por su magnitud e intensidad, “no es por los 30 pesos”, claro está. Es más que eso, y más complejo, por cierto. Pero también es más simple de comprender si uno lo interpreta como el despertar de una gran mentira, una que reúne una cadena de mitos, falsas percepciones, imaginarios, manipulaciones y engaños.

Chile no es una buena casa en un mal barrio, no es un “oasis”, como se pretendió instalar en la opinión pública, a lo mejor desde la desconexión con la realidad o producto de la distorsión de los promedios, recordando la reflexión de Nicanor Parra: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”. Chile tampoco es un pueblo homogéneo, como la historia dictara durante mucho tiempo; vemos las voluntades reivindicativas que demandan el respeto por la heterogeneidad de los pueblos originarios, el mestizaje y las progresivas inmigraciones, y el reconocimiento de los derechos feministas y de la diversidad de género, todas características que enriquecen a un pueblo y a su cultura.

A lo mejor, es tiempo también, de asumir que el Estado-nación de los siglos XIX y XX ya no es compatible con la realidad globalizada e hiperconectada, como tampoco con el libre flujo del capital y las personas. Por otro lado, Chile ciertamente no es un referente de la democracia y nunca lo fue. Las demandas sociales fueron históricamente reprimidas y la población sistemáticamente infantilizada. Más recientemente, se nos quiere hacer creer que somos un ejemplo de sustentabilidad.

¿Quién no recuerda –con cierto orgullo-, cuando Al Gore dijo que Chile “inspira al mundo”, por su expansión en el uso de energía solar? ¡Buen avance! Pero revisando el Día del Sobregiro de la Tierra de 2019, Chile aparece como el país que más tempranamente consume sus recursos en toda Sudamérica (Global Footprint Network, Nacional Footprint Accounts, 2019), un pésimo ejemplo para lo que discursivamente declaramos. El problema está en la incoherencia entre lenguaje y desafío histórico, como lo advirtiera hace algunas décadas Manfred Max Neef en su libro Desarrollo a escala humana (1994): “tenemos un lenguaje basado en el entusiasmo del crecimiento y la expansión económica ilimitados frente a una realidad de crecientes colapsos sociales y ecológicos”.

En efecto, ello se refleja en todo el territorio nacional, en donde los acentos e incentivos hacia la producción extractivista y el consumo sugestionado e impulsivo, no sintonizan con la emergencia del cambio climático, ni con las carencias, insuficiencias e injusticias sociales presentes en las realidades locales.

Ciertamente el exitismo que exhibió Chile, durante las últimas décadas, aparece como provocador frente a la realidad precaria, vulnerable e incierta de la gran mayoría de chilenas y chilenos. La acumulación de mentiras, abusos, humillaciones, injusticias, colmaron la docilidad y supuesta resignación de una población, hoy empoderada de su destino, despertando de ese largo letargo.