Homenaje por el Centenario de la Inmigración Palestina en Chile

Participar en este acto constituye para mi motivo de intima satisfacción, y una oportunidad para dar reconocimiento a la legítima defensa del pueblo palestino de su dignidad y de su historia de futuro. Es también una oportunidad para rendir homenaje al inmigrante palestino en esta tierra, donde ha colaborado por años a crear valor, proyectar el tiempo en nuevas generaciones de progreso, a imbuir el espíritu de sacrificio que esta tierra tanto necesita para dar el salto a la obtención de sus sueños. Estar aquí, es un inmerecido honor para quien ha observado, como tantos, el pasado lleno de futuro de la comunidad Palestina en el Chile nuestro. Y el de ustedes, que con trabajo y dedicación lo han ganado como un derecho que acude en digna propiedad a quienes han mostrado la vocación de país y de trabajo, para marchar unidos hacia el mañana que anunciamos a nuestros hijos y descendientes.

Me pregunté acerca de las razones que en verdad explicaban la invitación que se me formulara para estar aquí, y compartir con ustedes la alegría de esta reunión, participando desde este podium con mi voz y mis sentimientos para destacar el sentido de esta celebración. Pensé que se podía tratar de un reconocimiento a mi ya conocida afición futbolística por la escuadra tricolor que desde niño ocupó mis pasiones y mis esperanzas –no siempre ellas, sin embargo, consoladas con logros efectivos. Aunque sin ninguna duda, ello ocupa un lugar de importancia en mis propios sentimientos, no es el caso de aquellos que priman en la comunidad donde tantos otros brillan con merecimientos y luces propias por su pertenencia fuerte y sobria a los afanes deportivos de la Colonia.

Supuse entonces que esta invitación obedecía a la gran adhesión que tengo por tantos miembros distinguidos de la Colonia, que en mi vida han sido objeto de mi admiración o han tenido la enorme deferencia de ser mis colaboradores, amigos o partícipes de sueños y proyectos comunes. Los nombres de Elías, Saieh, Sapag, Selume, Lolas, Abumohor, Chahúan, Cumsille, Lahsen, Uauy, Nahum, Jadue, Zerán y tantos otros nombres que se me vienen a la memoria, que no niegan en ningún grado de inspección un origen y una pertenencia que me son tan queridas, y que en la Universidad, particularmente, significan mucho, quizás todo, lo que he ambicionado, lo que he querido para el mañana de la educación chilena. Pero habría sido una suposición un tanto vanidosa, el suponer que esta ligazón y estos sentimientos míos de aprecio por todos ellos pudiera constituir efectivamente la razón de mi presencia aquí, en lo que considero una distinción inmerecida.

Pienso entonces, que la razón verdadera para estar en este podium reside no en mí, sino en la Institución que con orgullo represento. La Universidad de Chile ha constituido por muchos años el hogar de tantos y tantos miembros de la comunidad Palestina, que han enriquecido a la institución con su trabajo, y levantado un testimonio vivo de la diversidad que profesamos por tradición y misión. Ellos han permitido extender nuestras fronteras intelectuales y valóricas para dar así una mejor conformación a nuestra investigación y nuestra docencia, y formar así mejores jóvenes para el Chile tolerante que tenemos todos la obligación de construir. Los nombres de muchos miembros de la comunidad Palestina están indisolublemente ligados a la Casa de Bello, y han constituido en ella piezas indelebles del edifico intelectual y moral que la misma representa por sobre los tiempos.

Pero en un sentido más trascendente, creo que la Universidad de Chile ha sido destacada para participar en este podium, porque a lo largo de su historia ha constituido el bastión de verdad para defender los principios de la libertad, de la diversidad y de la tolerancia. Ha costado mucho poder constituir a estos principios en algo fuertemente valorado en la sociedad chilena; ha habido retrocesos de significancia que son la vergüenza de nuestra historia. Pero en el contexto de largo plazo, en nuestra larga duración histórica, Chile ha podido mostrar un debido respeto por la diversidad que ustedes como comunidad han tempranamente imbuido en nuestro Chile. Hemos podido, merced al trabajo académico e intelectual alejado de los dogmas y de los juicios preestablecidos, dar reconocimiento debido al aporte que formulan aquellos que no comparten todas nuestras raíces, aunque sí cada vez más sus partes más nuevas y fuertes, y por ende las más sostenedoras de nuestro edifico cultural y de nuestra tradición.. La Universidad no solo ha hecho el espacio que se debe a la comunidad Palestina, de la que nos sentimos orgullosos y plenamente compensados en cada uno de los campos de trabajo académico, sino que además ha logrado proyectar hacia la comunidad nacional el sentimiento de respeto que la misma se merece por su aporte magnifico y reconocido al progreso del país y a los lazos de entendimiento que necesitamos proyectar al mundo por medio el trabajo académico.

Pero no es solo eso. Hay que también decir que la Universidad ha sido el espacio de oportunidades que el Estado chileno ha brindado en el pasado a todos, en el espíritu de brindar igualdad de condiciones, para así acceder en forma verdadera a la igualdad de oportunidades y en ese sentido, la Universidad de Chile, como Universidad Nacional y Pública que es, ha dado respuesta efectiva al sentimiento nacional, que clamó en el pasado, como creo lo hace ahora, por una movilidad social efectiva para dar al más capaz la oportunidad de contribuir al progreso intelectual y material del país, de nuestro país.

Pero para eso hubo en el pasado una educación pública que brindó oportunidad verdadera al hijo del inmigrante, a aquel que en medio del difícil tiempo de inserción en la desconocida realidad del nuevo país, tenía también que pensar en la generación venidera, y en la perspectiva posible del salto real en materia social y económica. Y estuvo allí la Escuela Pública y el Liceo Fiscal, junto con la Universidad de Chile, para abrir las oportunidades a los hijos de los humildes, pero no por ello incapaces –para brindar así también oportunidad al hijo del inmigrante pobre, que buscaba bajo este cielo del sur la oportunidad para comenzar de nuevo, o para reiniciar la marcha que el desarraigo había forzado. Posiblemente, esa educación del Estado ha ido perdiendo el espacio debido– al menos para brindar con similar calidad la oportunidad de movilidad social que tantos de nosotros recibimos y queremos hoy día devolver a Chile. Quizás el nuevo inmigrante, el de nuestro días, debiera solo conformarse con las oportunidades limitadas que reciben los que no pueden pagar por una educación digna y de calidad, junto con recibir las explicaciones inaceptables de quienes se escudan en las leyes del mercado para mantener sin oportunidades a los dueños de tanto sueño imposible capaz de hacerse posible, de tanta creatividad reprimida, de tanta inteligencia desaprovechada.

Quiero entender que esta invitación a la Universidad de Chile, en la persona de su Rector, es para reconocer lo que significó la oportunidad que el Estado chileno brindó a tantas oleadas de inmigrantes y a sus hijos durante un siglo de presencia en Chile, para poder aprovechar sus potencialidades, proyectar su cariño en la acción productiva y profesional, levantar la idea de cultura diversa en torno a nuestra maravillosa diversidad geográfica, cultural y étnica. Quiero entender que en esta celebración se ha dejado un espacio para reconocer lo que esa acción del Estado significó como oportunidad movilizadora e igualizadora, y como de ella podemos hoy disfrutar con una comunidad que ya no es más una extranjera en la tierra de Chile, sino que es parte viva de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestro futuro en el sentido más integral. Entiendo que esto es para decir a Chile que la educación publica es todavía una necesidad para dar oportunidades a tantos y tantas que necesitan ser considerados, que quieren ver sus sueños instalados como parte del sueño común de nuestro Chile, que necesitan de una mano generosa y solidaria –palabras tan extrañas en el Chile material de hoy– para poder hacer el aporte que ellos y todos nosotros necesitamos. Para decir al Presidente de Chile que si, es cierto, necesitamos más educación para crecer con equidad, para dar oportunidad al futuro, para no quedarnos en el siempre difícil presente, para avanzar en una modernización social y económica que tiene que implicar oportunidades más allá de la efectiva posición económica o de grupo social.

Y es en ese sentido en que creo debemos todos agradecer a la comunidad Palestina, puesto que son ustedes el ejemplo más palpable y real de los mundos posibles que abre un Estado que brinda oportunidades a los que están excluidos, esto es, de acuerdo a las reglas materiales estrictas y tan racionales, que muchas veces envuelven enorme injusticia y una visión miope incapaz de observar la riqueza del futuro. Son, sin duda, ustedes el ejemplo de la diversidad que cultivada, se transforma en capital rico y productivo, y que es capaz de brindar la savia nueva que toda cultura precisa para irse renovando en el espíritu de la transformación permanente. Son ustedes el mejor ejemplo del niño que sin condiciones materiales, representa el esfuerzo para salir adelante, y que logra merced a la Escuela Pública, al Liceo Fiscal y a la Universidad del Estado, convertirse en un aporte al mañana que hay que construir, y que lucha por redituar socialmente su aporte, más no solo el individual y financiero a que nos hemos acostumbrado hoy al concebir la educación como un mero acto de compra y venta a través de mecanismos privados.

Señoras y señores: Un siglo de presencia Palestina en Chile les ha transformado en testigos directos de nuestras frustraciones como país en torno a lograr objetivos económicos y sociales de desarrollo. Han sido testigos de nuestras graves disputas internas, de nuestros disentires, y de nuestros odios y pasiones. Creo que al celebrarse 100 años de vuestra presencia querida en esta tierra es justo y oportuno decir que debemos todos unir nuestros esfuerzos tras el Presidente de la Nación para construir un país desarrollado, para superar el atraso que a sido las más de las veces el fruto de la incomprensión, para volver a construir el país de oportunidades que fuimos. No hay, por tanto, mejor saludo a esta comunidad, a los presentes, a los ausentes, y a los que ya no están con nosotros, pero que un día soñaron con este país que acogió a tantos inmigrantes en su historia, que rubricar un compromiso de marchar hacia el futuro con la decisión de lograr un país mejor, de construir una país en paz y en progreso, de poder mirar a los niños a los ojos sin la vergüenza de tener que explicar lo inexplicable, de poder ofrecer a todos: los chilenos, cualquiera sea su origen o condición social, la oportunidad de llegar a la plena realización.

Sea este el homenaje a los cien años de la presencia Palestina en Chile; sea este el compromiso de construir un Chile mejor para nuestros niños y para que el sentimiento de un futuro esplendor sea cierto para cada uno de los habitantes antiguos o nuevos de nuestro territorio amado.

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