Discurso del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile en, Ceremonia en Homenaje al Profesor Don Jaime Castillo Velasco.

(Transcripción)

Nos reúne esta ocasión para homenajear a un distinguido chileno cuyos servicios a la patria podrán ser plenamente apreciados sólo en la dimensión del tiempo. Jaime Castillo Velasco ha sido no sólo un ardiente defensor de la causa de los derechos humanos, sino que también el intelectual, el político, el inspirador de ideas que han servido a muchos para entender nuestra realidad y posibilitar el diseño de un Chile mejor y más justo.

Ha habido un singular equilibrio en la obra de Jaime Castillo. A postulado ideas cuyas proyecciones se formulan a partir del ideal humanista, ideas que nos han servido para proyectar al hombre y la mujer chilena y construir a partir de ese gran objetivo que es la persona, una sociedad más justa, donde prime la democracia en su concepto más amplio y más profundo. Donde exista justicia y equidad y donde las personas no sean medios, sino que fines del progreso y de la evolución social y económica. Ideas que nos permitieron visualizar un mundo de alternativa frente a la conflagración mundial que enfrentaba a quienes por sustentar la democracia, se han olvidado de la dimensión humana y social, o aquellos que por eventualmente proteger esto último, terminaban con la democracia. En Jaime Castillo primó esa inquietud intelectual, ese compromiso con Chile, y la realidad de esta parte del tercer mundo, nos permitió a muchos, aún sin provenir exactamente del mismo mundo humanista cristiano, poder pensar en un camino propio, en la apertura a las ideas basadas en el ímpetu inspirador del más puro humanismo.

Pero no fue sólo el ideólogo, tantas veces concebido como un ser fuera de la tierra y casi sin compromiso real con sus propios postulados. En los años de tristeza para Chile por la situación política confrontacional primero, y francamente amoral y dictatorial después, se transformó en un vital defensor de la democracia, del derecho y de las libertades humanas basadas en el respeto mutuo y en el derecho a disentir. Jaime Castillo fue un activista de la democracia, y más aún, un denodado defensor de los derechos humanos. Tanta vergüenza, tanto dolor, tanta confusa historia nuestra que presentaremos a las futuras generaciones como la ignominia de una etapa en que un conjunto de chilenos fue incapaz de frenar la insanidad de la persecución ideológica, la vergüenza de quienes no supimos frenar el enfrentamiento y la destrucción de nuestros valores y de nuestra democracia. En medio de todo esto, un panorama histórico tan desolador, como una verdad que aún no somos capaces de explorar totalmente, Jaime Castillo se erigió como un modelo de consecuencia, como la mezcla creadora de ideas y acción. Fue el gran defensor cuando todo se creía perdido, cuando nuestra racionalidad era atacada por todos lados, cuando debíamos guardar silencio, cuando se perseguía a tantos, y cuando esta misma Casa, la fuente del saber y de la construcción republicana, era ominosamente intervenida. Sus académicos silenciados, sus aulas espiadas, sus libros maravillosos encajonados, el pensamiento libre y humanista se consideraba un peligro que había que eliminar.

No puedo olvidar el relato que leí o que escuché en alguna parte en esos años difíciles. Jaime Castillo había sido detenido en su hogar, cual vulgar delincuente. Aquel que iluminara con ideas que a ninguno de sus captores habría alguna vez interesado siquiera como asomo de curiosidad. Había que expulsarlo de Chile, esa era la orden que suponía hacer justicia, era una parodia de castigo porque nunca existió la falta, sino solamente pensar, disentir y defender los derechos básicos de muchos y muchas; y Jaime Castillo, el intelectual respetado, el profesor, el ideólogo, el gran abogado, se aferró a la reja del jardín de su casa poniéndose rojo y luego violáceo ante la fuerza de sus captores, quienes obviamente lo desprendieron de su hogar, de sus raíces y lo lanzaron al mundo: espectáculo vergonzoso y repugnante como es toda medida de fuerza, especialmente contra quienes no tienen como defenderse.

Quiero adherir con singular sinceridad y orgullo a este homenaje que es en el fondo un homenaje a la consecuencia y a la paz infinita que desatan las ideas. Aquí en la Universidad, donde lo único que se pueden defender son las ideas y en donde muchos a menudo hacen operar la fuerza, porque no tienen plenas convicciones y nos saben indefensos, sin poder de ataque, con un profundo respeto por todos, sólo con las ideas que a nadie forzamos a creer o aceptar. Asimismo y por estar en la Universidad, Jaime Castillo representa la fuerza de quien nunca empleo la fuerza contra nadie, nunca ha tenido que avergonzarse de eso y que además ha tenido a lo largo de su vida la reciedumbre de ideas señeras y sinceras, casi como sueños a construir.

Felicidades don Jaime, le presento aquí en nombre de tantos, los respetos más sinceros y más merecidos por una obra que no sólo lo debe enorgullecer a usted, sino a todos los chilenos de buen corazón.

Muchas gracias.

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