Discurso del Rector Víctor Pérez con motivo de la inauguración del Simposio "Educación Temprana y Desarrollo Cerebral"

Es para mí motivo de enorme satisfacción inaugurar el Simposio Internacional en Educación Temprana y Desarrollo Cerebral, organizado por el Centro de Modelamiento Matemático y por el Programa de Investigación en Educación de la Universidad de Chile. Aprovecho la ocasión para agradecer el apoyo dado a esta iniciativa por el Programa Bicentenario de Ciencia y Tecnología de Conicyt y el Banco Mundial, destacar el respaldo del Banco Interamericano de Desarrollo y de algunas empresas privadas; y celebrar la gran acogida que ustedes con su asistencia testimonian esta mañana. Sean todos bienvenidos a su universidad, la Universidad de Chile.

Como Rector de la Universidad académicamente responsable y anfitriona de este evento, doy la más amistosa bienvenida a todos los expositores que intervendrán durante esta semana, especialmente a nuestros invitados extranjeros; ellos conforman un selecto grupo de científicos líderes en el área de las ciencias de la cognición, la educación y otros campos afines, y con su presencia han transformado este simposio en un encuentro académico de la más alta jerarquía a nivel regional y mundial. Amigas y amigos, quiero decirles que llegan a un país insatisfecho con la educación que entrega a sus hijos e hijas, comprometido con su mejoramiento y ávido de nuevas ideas para cumplir esta impostergable misión.

En efecto, es en medio de la búsqueda de conocimiento que nos ayude a expandir las oportunidades de desarrollo y aprendizaje de nuestros niños y niñas a través de la educación, que hemos definido la convocatoria a reflexionar y debatir en este encuentro. Como señalé en la ceremonia de aniversario 164 de la Universidad de Chile: “la educación que tenemos es la sociedad que proyectamos; por eso no me gusta la educación que hoy tenemos en nuestro país, porque no me gustan las inequidades de la sociedad que proyectamos”. En ese contexto, tenemos la convicción de que la investigación académica, el conocimiento rigurosamente obtenido, puede y debe proporcionarnos nuevas y más efectivas herramientas para mejorar la calidad de la educación nacional, especialmente la de los hijos e hijas de las familias con menos recursos económicos y culturales.

Hasta no hace mucho, la conversación sobre educación se inauguraba a los 6 ó 7 años de vida, cuando los niños iniciaban su escolaridad básica. Su vida y desarrollo previos eran vistos como dados, un dato de la causa restringido completamente al ámbito privado y privativo del espacio familiar. Luego, tempranamente en sus trayectorias educacionales, los niños y niñas eran identificados como “con” o “sin” talento: los ganadores en la ruleta de los dones tenían un amplio horizonte, los perdedores rápidamente eran notificados de su desgracia y –más sutil o más groseramente- invitados a resignarse. “¡Salió malo para las Matemáticas!” era casi una sentencia judicial en el tribunal escolar. Afortunadamente, gracias a los conocimientos acumulados por las ciencias de la cognición, las neurociencias, así como las ciencias sociales, nuestra visión del desarrollo infantil temprano se ha modificado sustancialmente.

Hoy sabemos de las enormes potencialidades y las inquietantes fragilidades del desarrollo de los niños y niñas en el período entre la concepción y su primer día de clases en la escuela. Así, el desarrollo de los niños no es ni la ejecución mecánica de un programa genético ni la creación artística de sus padres, sino una compleja dinámica de interacción permanente entre su biología y las experiencias en las que participa. La cultura de la comunidad a la que el niño y la niña son incorporados afecta de una u otra manera cada aspecto de su desarrollo, pero el niño mismo juega un rol activo en ese proceso y su individualidad, con sus fortalezas y debilidades, definen su carácter único y original. Finalmente, las relaciones humanas, las experiencias traumáticas o gratificantes, la calidad del ambiente físico y social en que el niño crece, y el delicado arreglo temporal en que todo esto sucede, tienen enorme incidencia en el curso que seguirá el desarrollo de cada niño.  Como vemos, la vieja discusión sobre si es más determinante lo innato o lo aprendido, sobre cuánto “pesan” los genes y cuánto “pesa” el ambiente, ha sido radicalmente reformulada.

Es por esto que nuestra preocupación por la educación ahora comienza antes, con el cuidado de las madres y las condiciones de vida de las familias, con la estimulación temprana y las garantías de un comienzo saludable, con las prácticas de crianza y los servicios de cuidado y educación preescolares. Entendámonos: no es que queramos reemplazar el determinismo de los genes por el determinismo de los primeros tres años de vida.  En efecto, la investigación académica nos sigue sorprendiendo con los hallazgos sobre la enorme e insospechada capacidad evolutiva y plasticidad del cerebro, aun en etapas avanzadas del ciclo de vida de las personas; así como con la esperanzadora potencialidad compensatoria de las escuelas y liceos efectivos, aun en condiciones de extrema pobreza. Sin embargo, es cada vez más claro que los procesos de aprendizaje se condicionan secuencialmente y que –por tanto- las experiencias de los primeros años de vida establecen un contexto de oportunidades y restricciones para el aprovechamiento de las experiencias subsiguientes.

En consecuencia, nuestro nuevo conocimiento sobre el desarrollo infantil nos hace más responsables de la educación temprana y más concientes de las fallas de nuestra situación actual. Permítanme sólo dos comentarios para ilustrar las implicancias contingentes de este punto para nuestro país. En 2005, con motivo de los 15 años de la ratificación de la Convención Sobre los Derechos del Niño en Chile, UNICEF publicó un informe sobre la situación de los niños y niñas chilenos. El texto celebraba los enormes avances en la calidad de vida de la infancia chilena, especialmente la de los más pobres, pero con igual claridad indicaba que superar la pobreza y la exclusión es condición necesaria, pero no suficiente para generar igualdad de oportunidades: la permanencia de una enorme desigualdad en la distribución de los recursos entre las familias (inequidad que hace de Chile uno de los 10 países con peor distribución de la riqueza en el Planeta) socava el compromiso con la igualdad de oportunidades de desarrollo entre los niños. Esto hace que los privilegios tiendan a heredarse y que el origen familiar reemplace al esfuerzo y al mérito personal. La tremenda inequidad en los resultados de aprendizaje de nuestros niños y jóvenes es parte sustancial de esta limitación del desarrollo chileno. ¿Cómo puede la investigación que discutiremos durante esta semana contribuir a mejorar las oportunidades de aprendizaje de los niños más vulnerables?

Un segundo comentario. La educación infantil y los diferentes servicios de cuidado de los niños recién nacidos y pequeños han recibido renovada atención precisamente porque se ha demostrado su potencialidad: programas bien estructurados y cuidadosamente implementados de estimulación temprana y educación preescolar pueden contribuir significativamente a un mejor desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños, y aumentar de ese modo su capacidad para aprovechar los primeros años de la escuela básica. Sin embargo, la evidencia científica también es sólida para concluir que esta potencialidad puede no realizarse si los programas preescolares no poseen altos estándares de calidad y –más grave aun- que servicios de cuidado y educación preescolares de baja calidad pueden ser contraproducentes para el desarrollo de los niños. Estamos esperanzados en que los estudios que conoceremos en este simposio nos ayuden a encontrar claves para mejorar las metodologías y programas de educación temprana en nuestro país.

Este simposio no es sólo relevante por la temática que trata, sino por el carácter multidisciplinario de su abordaje y por la orientación práctica de sus preocupaciones.

Entre los expositores hay sicólogos, matemáticos, biólogos, filósofos, expertos en cognición y en computación, entre otros; entre los asistentes hay profesores de escuelas y académicos universitarios de diferentes facultades, médicos, profesionales de varios ministerios y municipalidades del país, fundaciones y organismos no gubernamentales dedicados a la educación en general y la educación preescolar en particular. Esta diversidad es la riqueza de Chile, es la riqueza de la Universidad de Chile. Esta diversidad expresa también el modo en que la Universidad de Chile debiera abordar su trabajo de investigación en el campo del desarrollo infantil temprano y de la educación. Estamos comprometidos en fortalecer la perspectiva multidisciplinaria en estas áreas y este simposio es parte de esa empresa.

Finalmente, aunque el simposio se sitúa en la frontera del conocimiento sobre el desarrollo cerebral y el aprendizaje, está inspirado por una motivación práctica: que sus análisis y debates sean útiles para mejorar las condiciones y resultados del desarrollo de los niños, y para mejorar dos aspectos que son claves: la formación de profesores de nivel preescolar, y la formación de quienes hoy están formando a esos profesores. De hecho, en todas las sesiones de discusión participarán responsables y profesionales vinculados al diseño y ejecución de políticas relativas a la infancia temprana y la educación en Chile. Los académicos nos lamentamos frecuentemente –y con razón- de que muchos de los programas educativos no están basados en evidencia científica, pero debemos también reconocer que una buena parte de la investigación académica está hecha de espalda a las preocupaciones y requerimientos de los educadores y los tomadores de decisiones. Este simposio se inscribe en la tendencia internacional de buscar una mayor sinergia entre investigación científica y políticas públicas en el campo de la educación, generando lo que se ha denominado “investigación básica inspirada en el uso”. Para la Universidad de Chile esto no es la última moda académica, es una lección de su fundador: el centro de nuestras investigaciones debe ser Chile y las necesidades de su pueblo.

Y las necesidades que hoy nuestro pueblo nos está gritando, se expresan en una sola palabra: educación. Cientos de miles de niños y niñas menores de seis años viven en condiciones de pobreza en nuestro país y, según todas vuestras investigaciones, si esos niños y niñas no reciben oportunamente los estímulos apropiados su desarrollo cerebral no alcanzará sus potencialidades, limitándolos –condenándolos- intelectualmente de por vida. Si esto no nos avergüenza, no nos angustia, o no nos escandaliza, no sé qué otra cosa podría hacerlo. Escuchemos esos gritos, que no salen de la boca sino que del alma de esos padres y madres que, en medio de sus carencias y desesperanzas, sueñan con un futuro mejor para sus hijos e hijas. Que esos gritos invadan durante esta semana la Casa Central de la Universidad de Chile y que estén presentes en todas vuestras actividades y pensamientos. Sólo así podremos hacer brillar, con la luz de la esperanza, los ojos de todos los niños y niñas pobres de nuestro país; ellos y ellas también tienen derecho a recibir, con amor, una educación de calidad.

Muchas gracias.

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