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El Mediterráneo y la diplomacia en la Antigua Grecia

Autor(es)
Editorial
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Año
2012
ISBN / ISSN
978-956-17-0524-1

Reseña

La diplomacia griega no solo fue la primera diplomacia europea, sino que demostró ser extraordinariamente profesional y moderna para los tiempos en que operó, transformándose en un poderoso antecedente para el desarrollo de la diplomacia hasta nuestro tiempo.

El Mediterráneo es el gran escenario que posibilitará los primeros contactos entre pueblos y civilizaciones que irán reafirmando un estilo en las relaciones que se irán acercando progresivamente a lo que hoy podemos denominar: relaciones diplomáticas.

Es imprescindible entonces que iniciemos este análisis adentrándonos en el Mediterráneo, considerando los principales aspectos de su historia, y su grado de influencia en el origen de la diplomacia en la antigua Grecia. En un mundo pleno de tensiones, en el cual los acontecimientos se suceden como un péndulo que va y viene, los pasos de la diplomacia contribuyen entre otras cosas al reconocimiento de los espacios periféricos, por lo cual, al interior de los estados o de la urbe, los embajadores extranjeros serán acogidos y recibidos, interesándose por los problemas de cada uno, entrando en contacto con los poderes del Estado, mientras los embajadores griegos y romanos, sus legados, protegidos por la invioabilidad que les confería el cargo, se proyectarán incisivamente hacia las naciones extranjeras, estableciendo los tiempos y los límites de ellas.

El estudio de la antigua diplomacia fue objeto de preocupación desde la época bizantina, cuando una serie de hechos relacionados con las embajadas mencionadas por los historiadores de la antigüedad, fueron compilados para el uso del emperador Constantino VII Porfirogeneto. La finalidad de ese proyecto fue mostrar que los romanos conquistaron el mundo no solo a través de las armas, sino que a través de la palabra, la que encontró su plena expresión en Grecia, en el ágora y en la Asamblea, y en Roma, en las deliberaciones del Senado, las que dieron a conocer en el extranjero sus legados. En la antigüedad, el derecho diplomático no se preocupa de separar con claridad el estado de guerra del estado de paz. Su papel consiste en poner en evidencia no solo el estado de guerra sino los argumentos del contrario, en términos de los golpes o daños recibidos del adversario que legitimen una reacción, lo que siempre tendrá relación con el principio del derecho del más fuerte. El derecho diplomático concibe el ius in bello como el sometimiento total del vencido a los deseos o derechos del vencedor. Esto lo vemos en Jenofonte, cuando Ciro el Grande declara, después de la conquista de Babilonia, que es una ley universal y eterna, que en una ciudad conquistada en una guerra, las personas y los bienes, pertenecen al vencedor. Esta es una manera de establecer un sistema, con el fin de impedir que se cometan atropellos, algo parecido al papel que hoy cumplen acuerdos como el de la Convención de Viena.