Nace en el sur de Chile en 1967. Estudió Pedagogía en Castellano en la Universidad de la Frontera de Temuco. Ha publicado en Cartas al azar, 1989, y en "Simpson siete", revista de la Sociedad de Escritores de Chile, nr.II, al igual que en la revista "Pewma" (Nr.1, Temuco, primavera de 1994). Fue antologado en Zonas de emergencia. Poesía-Crítica. Poetas jóvenes de la Xa Región. Compilación y edición de Bernardo Colipán y Jorge Velásquez, Valdivia, Paginadura, 1994. Reside en Temuco, donde trabaja en la Casa de Arte Mapuche y es redactor de la revista "Mapuñuke". Su poemario Ceremonias permanece hasta este momento inédito.

 

LIBRO
LAMGEN
CEREMONIA DEL AMOR
CISNES DE RAUQUEMO

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Sólo puedo leer tu cara, huenún jaime luis,
sietemesino feo, sólo
puedo leer tu mitad hijo,
tu mitad hueso y calavera encarnada
tu débil número negativo
hecho de cuarteada eternidad
                                          y carne.

Sólo puedo leer tu mitad
padre, hermano, aquel
que diariamente sale a conseguir
una mísera ración de estrellas, exiguo alimento
de palabras que no saben todavía ni
siquiera balbucear.

Sólo puedo leer al lado de Otro,
sólo junto a los conjuntos rotos de tu madre,
sólo solitario pero nunca solo,
mal ladrón de la blancura de las Páginas.

Sólo puedo leerte juntando las letras
al pie de un título de un poema de Tu Fu.

Sólo puedo tu raíz falsa, huenún
jaime luis, hombre
o duende porfiado o malo de la cabeza,
sólo puedo leer la mitad
del aire que te hace viejo,
la otra mitad la ganas
con el sudor de tus ojos
y aquello
no tiene explicación en mi
                                      alfabeto.   

 

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Aquellos ojos del color del color, a una
altura azul,
cunden copihues, humo de agua,
con tanto encanto blanco en el espíritu.

¿Había viento a aquellas horas o
eran abejas borrachas
trayendo miel y sangre
al panal de mi cráneo?

Porque el agua es hermosa
y el cielo es hermoso
y ambos son buenos amigos -dijo-

Porque la luz es la cruz de la estrella
y mis pechos la cruz de la luz...

Porque en silencio sabemos lo que somos,
a una altura azul:
el águila y el cisne,
el venado y el puma,
montañas de carne y hueso,
cementerio de la eternidad.

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Los árboles anoche amáronse indios: mañío e ulmo, pellín e hualle
tineo e lingue nudo a nudo amáronse
amantísimos, peumos
bronceáronse cortezas, coigües mucho
besáronse raíces e barbas e renuevos, hasta el amor
despertar de las aves ya arrulladas
por las plumas de sus propios
mesmos amores trinantes.

Mesmamente los mugrones huincas
entierráronse amantes, e las aguas cholas
abrieron sus vertientes alumbrando, a sorbos
nombrándose, a solas diciéndose: aguas buenas, aguas
lindas, ay pero violadas somos aguas
Rahue, plorosas Pilmaiquén, floridas e parteras e aún
felices
las arroyos que atraviesan como liebres
los montes e los cerros.

E torcazos el mesmo amor pronto ayuntáronse,
los Inallao manantiales
verdes, las Huaiquipán bravas
mieles, los Llanquilef veloces
ojos, los Relequeo pechos
zorzales, las Huilitraro quillay pelos tordos,
los Paillamanque raulíes nuevos.

Huilliche amor, anoche amaron más
a plena chola arboladura,
a granado cielo indio perpetuo
amáronse, amontañados
como aguas potras e como anchimallén encendidos, al alba oloroso
amáronse, endulzándose
el germen lo mesmo
que vasijas repletas de muday.

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Buscábamos hierbas medicinales en la pampa
(limpiaplata y poleo, yerbabuena y llantén).
El sol era violeta, se escarchaban los pastos.
Bajaba el Rahue oscuro, ya sin lumbre de peces.

Oímos mugir vacas perdidas en la Vega,
y el ruido de un tractor camino a Cancha Larga.
Llegamos hasta el río y pedimos balseo,
un bote se acercó silencioso a nosotros.

Nos hablaron bajito y nos dieron garrotes,
y unos tragos de pisco para aguantar el frío.
Nadamos muy ligero para no acalambrarnos.
La neblina cerraba la vista de la orilla.

En medio del junquillo dos cuerpos de agua dulce,
blancos como dos lunas en la noche del agua,
doblaron sus dos cuellos de limpia plata rotos,
esquivando sin fuerza los golpes y el torrente.

Cada uno tomó un ave de la cola o las patas
y remontó hacia el bote oculto entre los árboles.
Los hombres encendieron sus linternas de caza
y arrojaron en saco las presas malheridas.

Nos marchamos borrachos, emplumados de muerte,
cantando unas rancheras y orinando en el viento.
En mitad de la pampa nos quedamos dormidos,
cubriéndonos de escarcha, de hierba y maleficios.

de Ceremonias