LAUTARO: ESTE ES MI PUEBLO

 

Todo pueblo tiene un ritmo, y el ritmo de Lautaro, mi pueblo natal, es el que le da el río y los trenes. Sí, Lautaro es en verdad un pueblo de ríos, de trenes, de campanas, que hubiese amado Thomas Wolfe, el errante y solitario novelista norteamericano.

En su viaje desde la cordillera, el río Cautín pasa cortando en dos al pueblo, separándolo del barrio Guacolda, lleno de pintorescas cocinerías, cantinas, molinos, almacenes de frutos del país, dominado por una pequeña capilla revestida de zinc, bellamente decorada por los sacerdotes Capuchinos, provenientes de Baviera.

(Cautín en la lengua mapuche quiere decir pato silvestre; Guacolda, choclo rojo; Lautaro, halcón ligero... no es acaso todo esto un poema).

La línea del ferrocarril atraviesa el pueblo, los trenes que remecen las casas de madera van señalando también el paso de las horas. "Ya pasó el de las doce". "Es tarde, hace rato que sentimos el Rápido". Los trenes, esos constantes relámpagos de acero, estar unidos al tiempo y siempre se nos está viendo en Lautaro, como una invitación al viejo río, esa ventana abierta al mar.

Lautaro es un pueblo joven, fundado el 18 de febrero de 1832, por la Expedición Recabarren, que tenía que abrirse paso a golpe de hacha entre las selvas vírgenes, desafiando a la vez al postrer empuje de las últimas lanzas araucanas rebeldes, condenadas a ser vencidas por el winchester. Precisamente, en el cerro Loncoche, en las inmediaciones del pueblo, está enterrado Quilapán, el último gran cacique que intentó unir a su raza contra los "huincas".

Primitivamente Lautaro se llamó Fuerte Aníbal Pinto, y el núcleo de su existencia fue situado en las márgenes del Cautín, en donde ahora está el edificio del Destacamento Andino "La Concepción". Alrededor del fuerte fueron agrupándose las rústicas cabañas de las familias de los soldados.

Poco a poco vinieron los primeros pobladores, luego los comerciantes, los "Tinterillos". Los mapuches entablaron contacto amistoso con los recién llegados y se iniciaba el comercio de trueque, según cuenta en sus memorias el soldado Juan Bautista Olivares Ferreira, que a la manera de los cronistas primitivos dejó escritas unas encantadoras e ingenuas memorias. Desde 1885 fueron instalados los colonos extranjeros, principalmente alemanes, suizos, franceses y españoles, que recibían madera para hacer una casa, 40 hectáreas de terreno, dos bueyes y una vaca. Ellos, establecidos en los campos aledaños, "europeizaron", por decirlo así, el paisaje, le dieron el sello d viejas culturas. La frontera nace con un signo muy particular; el de la mezcla de tres sangres: la mapuche, la europea, la española.

En sus primeros años la vida en Lautaro, como en toda la naciente zona de la frontera (situada entre el Biobío y el Toltén) era la de un pequeño Far West, plena de sangre y savia nueva con historias que se han hecho míticas como las sobre el capitán trizzano y la lucha contra los bandoleros. Existe un testimonio muy valioso y aún inédito (aún cuando se anuncia su publicación por la Universidad de Chile) sobre esta época, un libro escrito por el ingeniero belga Gustave Vernioriz, que residió cuatro años en Lautaro (1889-1893) mientras dirigía los trabajos de la prolongación de la vía férrea entre Victoria y Temuco. Hombre culto y de acción, –rara simbiosis– describe sus cabalgatas bajo el toldo de kilómetros de árboles (hoy por desgracia desaparecidos por los incendios de bosques), habla de las bandadas de choroyes y torcazas que casi oscurecían el cielo, se preocupó de recoger las leyendas y describir las costumbres de los mapuches, admiró la fortaleza física del "roto", en fin, da un testimonio de primera mano, inapreciable, sobre cómo una nueva región se incorporaba a la vida de Chile.

Progreso lento pero seguro

Actualmente Lautaro cuenta con cerca de catorce mil habitantes (en su primer censo –1887– contaba con 600) y ha tenido un progreso lento pero ininterrumpido. Es una ciudad con numerosas nuevas poblaciones, sus calles son largas como el país, limpias y bien cuidadas.

Las principales se llaman Bernardo O’Higgins y Enrique Mac-Iver (yo prefería los nombres antiguos, mucho más característicos: Comercio y Ferrocarril). En tiempos de cosecha el pueblo se anima con trepidar de trilladoras, tractores, cobra su fisionomía rural, el trigo y la avena laten en su pulso. Los campesinos eso sí, ya han cambiado en su mayoría la carreta por el camión y los más pudientes el caballo por el automóvil. Lautaro precisa (como toda la zona) de industrias que le den mayor vitalidad y más aprovechamiento de sus recursos naturales. Es paradojal que a principios de siglo tuviese en proporción mucho más actividad industrial que ahora: había cuatro molinos, seis aserraderos, tres curtiembres. La juventud ve como meta el partir a buscar trabajo o mejores perspectivas a Concepción y Santiago. Por otra parte, Temuco, la capital de Cautín, ciudad de ya más de cinco mil habitantes absorbe toda la provincia, transformándose en un centro cuyo comercio y movimiento desplaza al de los pueblos vecinos, dejándolos en posición desmedrada, lo que está empezando a crear un peligroso desequilibrio.

En Lautaro el "color local" lo dan los mapuches, cuya lengua se oye en las calles, y cuyas mujeres mas apegadas a la tradición conservan todavía el chamanto, y los vistosos adornos herencia de siglos: el trarilonco, la trapilaucha. También vienen a vender sus productos: el trigo y la avena, la lana (toda la familia araucana cría ovejas), el cochayuyo que en altas y estrechas carretas traen largas jornadas desde la costa, el maíz y los duraznos, sobre todo desde las inmediaciones del vecino pueblo de Galvarino. También es una ciudad de carabineros y militares, y por todo el pueblo se oye en las tardes el toque de la retreta, y los domingos se puede pasear mientras en el quiosco toca la banda del regimiento.

Paseos y asado al palo

Lautaro es una de las pocas pisciculturas existentes en el país, dedicada desde su fundación en 1912 a la cría de la trucha salmonada, que se siembra luego en los ríos del país. La Piscicultura es también el paseo preferido de los lautarinos que en le verano a la sombra de los eucaliptos hacen sus paseos o se reúnen en las fiestas para comer un asado al palo, que se inicia en la mañana con el "nachi", la sangre del cordero que Pablo Neruda recuerda en su poema "La copa de sangre", primera comunión con la tierra. La serena y lluviosa primavera resignada belleza y el rápido verano sureño son las estaciones preferidas por los visitantes a Lautaro, que pueden bañarse o hacer excursiones de pesca en el Cautín, salir a cazar por los alrededores, simplemente internarse por los campos en todo su esplendor, surcados de esteros como el Quillén, el Dollinco, el Coihueco. Pero el verdadero carácter del pueblo se revela en los lentos inviernos en donde no se dejan de oír el viento norte y el "plano de la lluvia", donde las largas calles se tornan más solitarias y melancólicas y la luna es de nuevo tan grande y misteriosa como la que veían los antepasados. En esa estación se celebran como antaño los santos, y aún hay gente que espera que florezca la higuera en la noche de San Juan para subirse a ella y hacerse millonario, y es la época del sacrificio de los chanchos y los pavos... "por lo cual yo prefiero el lomo aliñado en Galvarino, o Temuco o Lautaro, obtenido de cerdo sureño, oceánico..." escribió Pablo de Rokha en su Epopeya de las comidas y bebidas de Chile. El poeta vivió en Lautaro, y como todo el pueblo de la frontera, éste es un pueblo de poetas (recuérdese que hay una tradición, a partir de Alonso de Ercilla, Pedro de Oña, el primer poeta chileno, nacido en Angol, así como también Diego Dublé Urrutia). Luis Vulliamy, Erik Troncoso, Iván Teillier, Sergio Mellado Rivas, Gabriel Barra, Samuel Donoso González han publicado libros, figurado en revistas y antologías. Y también se podría agregar a Nicanor Parra que vivió varios años en Lautaro, en donde su padre era profesor de los militares y para las fiestas patrias hacía un discurso desde el quiosco ("Mil novecientos veintiséis Lautaro, tu delantal manchado de maqui", escribe Nicanor Parra sobre su hermana Violeta).

Espina dorsal de nuestro Chile

Lautaro está en la línea central, esa espina dorsal de la República, y también junto a la carretera Panamericana, lo que lo deja conectado rápidamente con los principales centros del país, pero si uno quiere tomar "la máquina del tiempo" como dice Ray Bradbury y volver hacia épocas pasadas, puede estar en pocos minutos en aldeas como Quíllem, Púa, Perquenco, Pillanlebún, en donde el tiempo se ha detenido, llama la atención el paso de un automóvil de 1940, y por las calles vagan pacíficamente los cerdos, los gansos, las ovejas, mirando los restos de antiguos esplendores, del tiempo en que los pueblos recién nacían a principios de siglo.

Mucho podría hablar sobre Lautaro, el pueblo que siempre va conmigo. Apenas puedo dejar un esbozo de él en estas páginas, como si lo estuviera viendo desde la colina del cementerio, o aparecer revelado por el tren del sur no sé si entre la niebla del otoño o en una mañana de primavera cuando el aperitivo es bueno en el bar de los maquinistas y las damas recuperan sus sonrisas en los bosques.

 

En En Viaje, Santiago, N°430 (08.1969), pp. 7-8.

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile