ROMEO MURGA, POETA ADOLESCENTE

 

I

El personaje

En la Generación poética del año 20, Romeo Murga nos parece el ángel guardián que llega a la casa de la poesía por sólo un instante, la ilumina silenciosamente con una linterna, y luego desaparece. Si, el ángel guardián al lado de aquel ángel caído que era Alberto Rojas Giménez, y del ángel perseguido: Joaquín Cifuentes Sepúlveda, aquel que llevaba escrito "mala estrella en caracteres misteriosos en los repliegues de la frente".

Nacido en 1904, en Copiapó, el 18 de junio, muere Romeo Murga en la villa de San Bernardo el 22 de mayo de 1925. Como el lector puede deducir, nuestro poeta no alcanzó a vivir veintiún años. Dejando de lado el ejemplo clásico de Tomás Chatterton, suicida a los dieciocho años, o Medardo Ángel Silva, suicida a los veinticuatro, encontramos en estas latitudes americanas sólo dos casos semejantes de poetas muertos tan precozmente, cuando todo hacía anunciar una futura gran obra: el argentino Francisco López Merino y el uruguayo Andrés Héctor Lerena Acevedo, con los cuales está emparentada singularmente la voz poética de Murga.

Cuando para conocer la imagen terrena del poeta acudimos a sus coetáneos, nos impresiona como uno de aquellos seres de los cuales habla Maurice Maeterlinck en El Tesoro de los Humildes, llamándolos Los advertidos y a quienes caracteriza de la siguiente manera: "Los conocen la mayor parte de los hombres, y los han visto la mayoría de las madres. Son indispensables como todos los dolores, y aquellos que no se les han acercado son menos dulces, menos tristes y menos buenos...". Y más adelante: "A menudo no tenemos tiempo de advertirlos, se van sin decir nada y permanecen desconocidos para siempre. Otros se demoran un poco, nos miran sonriendo atentamente, y hacia los veinte años se alejan con rapidez, como si vinieran a descubrir que se equivocarían si permanecieran pasando su vida entre hombres que no le conocían... Están casi al otro extremo de la vida, y se siente que al fin tendrán su hora de afirmar una cosa más grave, más humana, más real y más profunda que la amistad, la piedad o el amor; una cosa que aletea mortalmente en la garganta, y que se ignora y que no ha sido jamás dicha; y que ya no será posible de decir, pues tantas vidas se pasan en el silencio".

La hermana de Romeo Murga, Berta –depositaria de sus poemas por veintiún años, hasta que los publicara en 1946–, escribió que siempre ella y su madre tuvieron conciencia de que Romeo Murga era un poeta y vivieron en la devoción hacia él.

"Un visitante de un planeta de sueños que sólo ha descendido a la Tierra para caminar con los ojos vendados o perdidos". Con estas palabras lo caracteriza Elías Ugarte Figueroa, que fuera alumno suyo en el Liceo de Quillota.

En medio de la efervescencia de sus años universitarios, plenos de algarabías estudiantiles, huelgas, discusiones de nuevas ideologías, furiosas polémicas literarias, permaneció siempre al margen, en silencio. Así lo recuerda González Vera: "Romeo Murga, alto, magro, de sombrero alón, nunca entreabrió los labios. Las pocas palabras que podía juntar las ponía en sus versos". Su aspecto físico era correspondiente a lo que –convencionalmente, por cierto– se estima que debe ser un poeta: "Alto. Excesivamente delgado. De rostro moreno, pálido y de ojos verdes. Hablaba poco, reposadamente. Preocupado de algo que no era de este mundo".

Quizás esta actitud no era enteramente instintiva. Elías Ugarte en su artículo ya citado dice que Murga pensaba en los consejos del místico alemán F. J. Alexander, al cual leía: "Si sientes maravillosos estados de espíritu, permanece silencioso, no sea que por hablar les restes intensidad. Custodia tu sabiduría toda y todas tus realizaciones, como el ladrón custodia sus posesiones. Debes conservarte a ti mismo y cuando hayas practicado el silencio durante algún tiempo, estando demasiado lleno, rebosará tu corazón, y te convertirás en un tesoro y en una fuerza para los hombres". Pero la muerte incorporó demasiado prematuramente a Romeo Murga a su sociedad secreta, sin dejar que se mensaje entero alcanzara a ser pronunciado, después del periodo de atesoramiento. Sin embargo, por una excepcional precocidad de concentración expresiva, sus versos sobreviven. Y para quienes lo conocieron, también su imagen terrestre, pues, como dijo Eugenio González: "En la persistente primavera de su recuerdo palpita, confundida, toda nuestra juventud".

 

La vida breve de un poeta

Como ya lo estampamos, Romeo Murga nació en Copiapó, ciudad en decadencia a principios de siglo, melancólica, añorante de un pasado de fábula, convalenciente para siempre de la fiebre de plata de Chañarcillo y tantos otros minerales. Algo de esta tranquila decadencia debió haber impregnado los primeros años de Romeo Murga, algo melancólico y triste que conservaría durante toda su breve vida.

Cuidado por su madre y por su hermana mayor, Berta, creció en un ambiente ordenado y tranquilo, como una especie de Sinclair de sus primeros años, ese personaje de Demian. Pablo Neruda habló alguna vez de esa infancia de su amigo: "En todas partes el poeta es el niño entristecido que no habla... así veo a mi amigo el poeta Romeo Murga en una casa blanca, la madre que cosía y callaba... y ese niño solitario y dormido / atravesando en silencio las piezas anochecidas".

Estudió en el Liceo Alemán de Copiapó, y después realiza el viaje bautismal de todos los adolescentes provincianos a Santiago. Llega a la Capital en marzo de 1920 y luego estudia pedagogía en Francés, en el viejo local del Instituto Pedagógico, ubicado en calle Cummings. "En el cuadrilátero de corredores que se formaba, en aquel tiempo, en el Instituto Pedagógico, se paseaba con Eugenio González, Pablo Neruda, Armando Ulloa, Rubén Azócar, Eusebio Ibar, Víctor Barberis, Yolando Pino Saavedra", dice Norberto Pinilla. Y agrega: "En el Liceo Nocturno Federico Hanssen tuve ocasión de intimar con Romeo Murga. Era silencioso; su conversación, tranquila; su conducta, correcta; su trato, afable".

Alguna vez vimos una ya borrosa fotografía de esos tiempos en la cual aparecen en el escenario de una sórdida pieza de pensión los poetas adolescentes Romeo Murga y Pablo Neruda, quizás en esa calle Maruri, cuyos crepúsculos empezaba a descubrir Neruda, cuya alma se transformaba entonces en un "carrusel vacío".

Pronto empezó a publicar sus primeros versos en revistas de la época, sobre todo en Claridad, en Educación y Cultura, en Zig–Zag, no sólo poemas, sino también traducciones de autores franceses y críticas de libros.

En el lenguaje cursi (y encantador, añadiremos) de esos días, el prologuista Norberto Pinilla expresa que por esos días a Romeo Murga:...el dorado pájaro de la gloria le cantó sus dulces trinos." Quizás uno de estos trinos más notables fue el primer premio en el Elogio a la Reina de la Primavera que obtuvo en las fiestas de 1923 Romeo Murga, con su "Poema de la fiesta":

 

Hay un ciclo sin nubes, de azul sonrisa inmensa
ardiente y vasto cielo sobre la tierra ardiente.
En este luminoso cielo de Dios, destella
la cabellera rubia de un sol adolescente.

 

 

Nos complace el pensar en aquellas fiestas memorables, en las cuales tantos poetas empezaron a hacerse famosos. Ya Neruda en 1921 había desplazado, encabezando a los "novísimos", como se decía entonces, a los habituales ganadores de concursos primaverales, como Roberto Meza Fuentes. Junto a la farándula, la poesía reinaba brevemente. El poema premiado aparece como un pequeño libro (similar al que publicara Neruda "Canción de la Fiesta") y junto al poema de Murga, aparece uno de Víctor Barberis". Así nuestro poeta iba tomando notoriedad entre los cincuenta poetas de menos de veinticinco años que rodeaban la Federación de Estudiantes, al decir de González Vera. Su vida se desarrollaba entre "amar, leer y escribir". En el Santiago de la década del 20 paseaba Romeo Murga con sus amigos poetas, compartiendo esa negra miseria "decente" de nuestra pequeña burguesía. Pablo Neruda ha recordado a Romeo Murga vestido siempre con un traje negro muy cepillado pero ya hecho hilachas, muy digno, muy pobre. "Toda una generación, dice Neruda, fue consumida por las pensiones. Recuerdo a Armando Ulloa, también muerto de tuberculosis"... "Romeo Murga era altísimo, con una cabecita de niño, muy pequeña allá arriba... silencioso entre los extraños, tenía un gran sentido del humor, y sabía reírse, como todos nosotros...".

Se titula tras correctos estudios, de profesor de Estado en la asignatura de Francés en el Instituto Pedagógico y es nombrado profesor en el Liceo de Quillota (1924). Así, nuestro poeta abandona la ciudad y vuelve de nuevo a esa provincia donde: "La monótona vida provinciana / rueda olorosa, tímida, inocente; / llora un cantar, rezonga una campana / y las tardes se apagan mansamente". Atrás queda la vida de Santiago: esas noches en el Zum Rheim y el Teutonia, en el Jote; las noches de las cuales es reina Hortensia Arnaud; el torbellino de Claridad y la Federación de Estudiantes; las luchas estudiantiles cuando Schnake y Eugenio González son expulsados del Pedagógico; el sospechoso ruido de sables que la oficialidad descontenta empieza a hacer; las prédicas de los anarquistas; la vida literaria con sus encuestas, donde Edwards Bello declara que "Jorge Cuevas es mi autor preferido" y el auge de la nueva generación, con la consagración de Neruda, después que (entre otros) Pedro Prado declara que su obra "se eleva como un surtidor entre la de sus coetáneos", y que va a mostrar su vitalidad en la antología "Nuestros Poetas", de Armando Donoso. Romeo Murga, tras el intervalo santiaguino, vuelve a la provincia. A la calma de Quillota. En el Liceo, lo recuerda su alumno Ellas Ugarte: "Me parece estarlo viendo en los recreos, con los ojos fijos en el enorme pimiento que ensombrecía el patio de la escuela". Fue su alumno allí también el futuro poeta y novelista Luis Enrique Délano y Rector del Liceo era el escritor Darío Cavada. Este profesor poeta, "alto, delgado, de rostro moreno pálido, de ojos verdes" vivía más que para la pedagogía, para el amor y para los libros. "Tal vez le faltaba carácter y energía para maestro", señala su alumno Elias Ugarte.

En Quillota empieza ya a sentirse enfermo. Se traslada, cuidado por su familia, a San Bernardo. De esa época es uno de sus últimos poemas, en donde dice:

 

Mi madre está diciendo que me muero de fiebre.
No es verdad. Voy viajando por ciudades remotas.
Quizás dentro de poco mi espíritu se quiebre
por este mar donde llevo mis alas rotas.

 

 

No se considera enfermo de una simple tuberculosis (por lo demás, el flagelo clásico de los poetas) sino que se asimila al albatros cantado por su maestro Baudelaire. Era grande y noble ave, espejo de la poesía, que con sus alas rotas se asemeja al poeta que quiere abandonar un mundo en donde no tiene cabida (no nos imaginamos a Romeo Murga como un digno y correcto profesor) y como un nuevo Ícaro, por acercarse al sol termina por caer al mar. En este caso "el mar de la muerte". El mar de la muerte esperaba a Romeo Murga en la apacible San Bernardo.

Cuidado sin descanso por su madre y por su hermana Berta, la cual veintiún años cabalísticos después de su muerte publicara sus poemas, Romeo Murga fue al encuentro de su muerte. No la deseaba, pero la aceptó. En la pura, fría y simple luz de las últimas horas, su serenidad se hizo mayor, se mostró aun más como él mismo. Su hermana cuenta que esperó tranquilamente su fin, tomó sus últimas disposiciones y dictó sus últimos versos. Una muerte digna de un poeta, en suma. Murió en un tibio día de otoño, esa estación que tanto amaba, antes de llegar a la mayoría civil de edad, igual a uno de esos predestinados de los que habla Maeterlinck.

Su muerte apenas encontró eco en una pequeña nota necrológica en Claridad: "Era un poeta y eso bastaba. ¿Qué más?". Dicen así, quizás con cierta razón. ¿A quién le pueden importar mucho también los poetas y los versos en esta época, diríamos, cuando los altos cohetes cruzan el espacio?

Sería un poeta quien lo recordaría bellamente, melancólicamente también, por cierto. Angel Cruchaga, en uno de sus "Poemas del pueblo de San Bernardo"21:

 

Aquí vino a morir Romeo Murga,
pálido joven de cristal herido.
Aquí oyó un horizonte
de pájaros creando la mañana;
y entre sus manos la canción caía
como cálida esencia derramada.

 

II

La poesía chilena hacia 1920

Cuando Romeo Murga empieza a publicar hacia 1922 sus primeros poemas, incorporándose a los "nuevos" –como se llamaba a los jóvenes de esa época– los poetas chilenos de mayor influencia y reconocidos como maestros eran Pedro Prado, que ya había publicado sus grandes poemas de Los pájaros errantes y La casa abandonada (era, además, el poeta favorito de Murga, según testimonio de su hermana Berta), y Gabriela Mistral. Los más populares y los más recitados (en esos tiempos se practicaba, al parecer, la declamación en casi todos los hogares) eran el tribunicio Víctor Domingo Silva y Daniel de la Vega, que empezara a cantar a la provincia, cursi y sentimental.

 

Ya hemos estampado en otra parte de este ensayo que Vicente Huidobro, pese a haber sobrepasado la docena de libros publicados, era escasamente considerado en Chile. "hasta 1920 nada sabíamos del Creacionismo", dice Rubén Azócar en el prólogo de su antología Poesía Chilena Moderna. La influencia de Huidobro se empieza a hacer sentir después de 1930, y sin duda alcanza su culminación hacia 1935-40.

 

Junto a Vicente Huidobro, en lo que llamaremos con un término sin duda demasiado generalizador, vanguardia poética, se hallaba Pablo de Rokha que conmueve el ambiente con Los Gemidos (1920-22). Otros poetas menores, luego, empezarían a incorporar elementos tomados ingenuamente, nos parece ahora, del futurismo, como algunos versos de Loopings de Juan Marín: "anatomía deshecha / como un cuadro de Picasso / prisionera doliente de nuestra civilización / los marineros rubios te levantan / con sus risas de whisky / con sus brazos de sport. O.K. OK."

Se podría también distinguir como una novedad la aparición de un grupo de poetas, encabezados por Salvador Reyes (con su Barco Ebrio 1923), que buscan motivos en el exotismo de los grandes viajes, las lecturas de Lord Dunsany, Farrére, Mac Orlan.

 

Naturalmente, este escuetísimo panorama es sólo una introducción para situar la poesía de Romeo Murga, que aparece en el grupo que ya hemos señalado varias veces: aquel encabezado por Pablo Neruda, y en donde está Rojas Giménez, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Armando Ulloa, Víctor Barberis, Rubén Azócar, y un poco más tarde, Gerardo Seguel, Tomás Lago, Luis Enrique Délano, Samuel Letelier Maturana, Antonio Rocco del Campo. Un grupo de poetas que en su mayoría conservan un tono de exacerbado romanticismo, con una dicción elegíaca y melancólica, preocupados de cantar en forma directa y sentimental –poesía hecha de sentimientos, no de razonamientos–, y cuyo más alto exponente en este sentido es (creemos, junto a Neruda de sus primeros libros) Romeo Murga.

Sobre la posición poética de Murga nos ilustra un artículo que con el titulo de "Divagaciones sobre Poesía" publicara en Claridad. Allí plantea su divergencia frente a las nuevas tendencias poéticas, que asimila notoriamente al futurismo de Marinetti (al parecer, todavía se desconocían las experiencias surrealistas nacientes, y la última palabra de la vanguardia poética eran los postulados de Marinetti). Murga no niega que pueda cantarse la belleza del avión o del automóvil, pero protesta ante la tendencia a englobar toda la poesía ante la exaltación de los progresos físicos del nuevo siglo. Nombra como poetas cardinales a Baudelaire y sobre todo a Verlaine, a quienes considera los más altos representantes del verdadero espíritu poético, que sobrepasa las épocas y las modas, expresando los temas llamados eternos: el amor, el dolor, los celos, la muerte, etc. Sobre la técnica poética hace también acotaciones interesantes, señalando como paradigma a Verlaine de una poesía aliada a la música de la palabra; y frente a las nuevas tendencias que la destruyen con un extremado versolibrismo, protesta contra la disolución de las formas.

La lectura de este artículo cauto y medido, en que con notable exactitud define su programa poético Romeo Murga (recordemos que el poeta tenía apenas diecinueve años) nos confirma en nuestra opinión que el poeta (junto al grupo que tratamos) todavía no hace sino mantenerse en una línea poética que no difiere fundamentalmente de la línea antimodernista de los poetas chilenos con representantes como Gabriela Mistral, Angel Cruchaga, Max Jara (admirado particularmente por Neruda), Carlos Mondaca. Su particularidad, en el caso de Murga, consistirá en una fusión admirable de continente y contenido, en una expresión aún no alcanzada hasta ese momento, del espíritu de una adolescencia melancólica.

 

 

 

 

 

 

Sobre la orientación poética de Murga nos guía también el conocimiento de un artículo que escribió sobre Crepusculario de su amigo Pablo Neruda. En el citado artículo expresa que Neruda "ha buscado los grandes temas eternos y a todos les ha dado originalidad"; luego, indica que "ha vivido mucho, y en consecuencia ha sufrido mucho" (palabras que podrían aplicarse al mismo Murga. Y es notable observar cómo indica que ha vivido mucho un poeta que tiene sólo diecinueve años. Bien que la vida de un poeta alcanza una intensidad, que hace caber en breve lapso experiencias largas). Si resumimos nuestras observaciones, vemos cómo Murga está ubicado junto al grupo que se reunía alrededor de Claridad en una línea definidamente romántica (casi lo diríamos en el sentido al uso de sentimental), ajena a la experiencia de vanguardia poética, que sigue la corriente de los maestros del siglo XIX de la poesía francesa. Y he aquí un fenómeno digno de estudio aparte, y que ahora sólo podemos tocar tangencialmente: que la influencia de la poesía española contemporánea es casi nula en el grupo de poetas que estudiamos, que en cambio admira a Baudelaire y Verlaine. Vemos esta predilección por lo francés en Romeo Murga particularmente, que traduce a Paul Fort (traducido anteriormente por el poeta Enrique Ponce, 1916); Charles Nodier, Henri Barbusse, Anatole France, Marcel Schow. Entre los poetas contemporáneos de la lengua, Romeo Murga sintió especial predilección no por un español (ya que Garcilaso, como de sobra se sabe, es renacentista) sino por el gran Rubén Darío, como lo indica Norberto Pinilla. La influencia de los poetas españoles contemporáneos que había sido fuerte en la generación anterior a la de Murga a través de Juan Ramón Jiménez, y de un poeta menor como Andrés González Blanco (que influye, sobre todo, en Daniel de la Vega), volverá sólo una década más tarde con García Lorca, cuyo ejemplo provocó una invasión de "guitarreros" en la poesía chilena.

 

Poesía de Romeo Murga

La obra de Romeo Murga es, naturalmente, escasa. Los pocos años de vida del poeta impidieron que llegara a realizar toda su tarea poética.

Su obra fundamental es El canto en la sombra, publicado por su hermana Berta en 1946. En vida, alcanzó a tener entre sus manos un pequeño opúsculo: El Libro de la Fiesta, del cual ya hemos hecho mención. En 1955 en los cuadernillos "Hacia", publicados en Antofagasta, bajo la dirección de Andrés Sabella apareció Clara Ternura, un conjunto de poemas en prosa, que creemos no agregan mucho a su obra, e incluso a veces parecen borradores de sus poemas. Sin embargo, presentan un interés biográfico, y allí aparecen evocaciones de su infancia, del pueblo, de las Fiestas de la Primavera, en una prosa clara y simple, de ritmo lento.

Sin duda, Murga fue un intenso trabajador, pues aún quedan inéditos dos de sus libros: Voz clara y Alma (del cual se hizo una selección, que es Clara Ternura). Además, publicó varios artículos y traducciones de autores franceses: Andrea Chenier, Barbusse, Anatole France, Paul Fort, Charles Nodier, uno de los primeros románticos, cuyo poema "Elle était bien jolie" resulta, al ser traducido, curiosamente murguiano:

 

Era bella, muy bella, cuando por la mañana
iba hollando su blanco jardín de maravillas,
buscando en los panales las abejas sencillas,
y del florido parque la senda más lejana.

 

La poesía de Murga ha llegado a nosotros principalmente gracias a la edición de El Canto en la Sombra. Por este motivo, al analizar su obra, nos referiremos en especial a este libro. Más que experiencias, ya lo hemos dicho, Romeo Murga tuvo sentimientos. En su obra, vida y poesía no se separan: esta última es plasmación de la primera. Se ha dicho por quienes lo conocieron que Romeo Murga era un hombre sereno, silencioso. Su poesía responde a esta descripción: casi toda ella escrita en verso solemne, digno, medido, que contrasta con la soterrada pasión o exaltación que encierra. En la vida de Romeo Murga el amor ocupó el primer lugar, lo habrá de ocupar asimismo en su poesía:

 

El mismo cuida de advertirlo, diciendo:
Toda mi poesía, oh Amada, no es más que eso:
el vasto nombre ardiente de amor con que te llamo.
Estás en mis cantares, bella y eterna y sola,
mostrando tu divino modo de ser hermosa.
¡Las que se inclinen sobre mi río de canciones
sólo verán al fondo tu imagen temblorosa!

Si tú eres amorosa canción rubia y humana,
mi voz no es más que el eco triste de esa canción...


("Mi voz no es más que el eco" de El Canto en la Sombra).

 

De los treinta y un poemas que componen El Canto en la Sombra, dieciséis están incluidos en la sección llamada "Mujer, eterno estío". Igualmente, la mayoría de sus poemas en prosa están consagrados al tema del amor. La poesía para nuestro autor será especialmente el canto de la o las mujeres amadas. El poema nace inconteniblemente ante la amada, es la manera más secreta y verdadera de dirigirse a ella, la poesía es una clara llamarada. Actitud sensual, característica, por lo demás, de gran parte de la poesía hispanoamericana de aquella época.

La particularidad de la poesía erótica de Romeo Murga la constituye una lucha constante entre la sensualidad y la castidad: cada caída (en el sentido cristiano) aumenta luego el sentido de culpa, como era característico –se sabe– de Paul Verlaine, uno de los maestros poéticos de Murga. Como él, Murga ruega a Dios y a los santos, para que lo ayuden a salvarse. Escuchémoslo, un poco:

 

Por mi cuerpo doliente, tosco vaso de tierra
que envuelve la lujuria con sus llamas malditas.
Cuando la carne mata todo el goce que encierra
en el silencio enorme, eres Tú quien nos grita.

Por mis manos, morenas serpientes voluptuosas
que fueron tentación para la frágil Eva;
y mis pies, lastimados de zarzas dolorosas,
que cada día fueron por una senda nueva.
(De "Invocación", en Cantos en la Sombra)

 

O bien en su "Oración a San Luis":

 

Mi oración, San Luis de Gonzaga,
llegue hasta tu virginidad.
Con tu divino aliento, apaga
mi hoguera de sensualidad.

Tú, San Luis, que nunca supiste
del hondo deseo saciado;
tú, San Luis, que jamás mordiste
la dulce fruta del pecado;

y que ahuyentaste la lascivia
con tu virtud santificada,
y que nunca probaste la tibia
caricia de la carne amada;

dame tu gracia transparente,
y hazme puro como tu voz,
sin mi pasión de adolescente
y lleno de gracia de Dios.

 

Frente a las mujeres mantiene Romeo Murga un dualismo que se manifiesta luego en un amor hacia por una parte "las que nunca deshojó como rosas" y por otra a aquella como la protagonista del poema "Gracias": "la inquieta, la de este pueblo quieto, con quien vivió": "esa noche de amor corta como un instante"... "la de los rojos besos interminables".

Este dualismo tiene claros antecedentes en la actitud de Baudelaire oscilando entre el tenebroso amor hacia Juana Duval o el platónico a Madame Sabatier; o Francis Jammes, el que en uno de sus poemas se declara "amante de las putas y de las niñas claras". En todos ellos hay una represión de origen cristiano, provocadora de un constante conflicto.

Esta actitud de Murga hace que para él resulte el amor (utilizando una expresión de la Mistral) "un amargo ejercicio". En uno de sus poemas ("Con baja y lenta voz") se lamenta de no haber: "Amado siempre desde lejos". Y en uno de sus poemas en prosa declara:

 

Nunca gocé de su intimidad, por suerte. La intimidad habría destrozado mi amor, como me ha destrozado tan tos otros. Lejos de su presencia, yo divinizaba su vida sencilla, aureolada de romanticismo provinciano. La llevaba en mi mismo, como un eco, como un perfume, como un dulce pensamiento de felicidad. Por eso, Ella vive más alta que todas en mis recuerdos; cubre, como un vasto cielo puro, mi pasado inocente, y se prolonga infinitamente en todos los caminos que recorro. Por eso tiene sobre las demás mujeres de mis recuerdos la vaga superioridad de lo ideal, de lo que casi fue y todavía espera ser. Por eso es Ella, entre ellas.

(De "Atolondradamente, vivía su adolescencia", en Clara Ternura).

 

No es quizás por causalidad que se nos viene a la memoria el nombre de la Mistral. Pero más que ella, hay cierto acercamiento de Romeo Murga a Ángel Cruchaga Santa María, alabador también de la mujer lejana e inaccesible: "Era tu amor el único digno de hacerme triste / se me volvió una llaga eterna tu belleza"... o "Tú que eres pura y clara / como si eternamente el Cristo te mirara". ("En el éxtasis"). Un poema esencialmente instructivo sobre la concepción del amor en Murga lo da su poema "Lejana", justamente incluido en numerosas antologías, y quizás el más difundido de los poemas de Romeo Murga:

 

Como el sendero blanco porque vuela mi verso,
eres tú, toda llena de cosas lejanas.
Llevas algo de extraño, de sutil y disperso
como el polvo que dejan atrás las caravanas.

Amas la lejanía y emes la lejanía.
No has soñado jamás con la paz de tus lares.
Tienes el gesto claro y la blanca osadía
de las velas que parten hacia todos los mares...

Todo camino sabe de tu huella. Los montes
y el viento te desean. Tú –sin saber, acaso–
reclinas tu cabeza sobre los horizontes,
como sobre un regazo.

Y otra vez al camino, al viaje comenzado,
a las cosas lejanas del dolor y la muerte.
Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lado
yo no podría detenerte.

Me quedaría inmóvil. No me querría asir
a tu pálida veste de ensueños y azahares;
sólo por la tristeza de mirarte partir
como una vela blanca hacia todos los mares...

(De El Canto en la Sombra).

 

Se ha hablado de la similitud evidente de tono entre los primeros poemas de Neruda y los de Romeo Murga. Creemos que no será ocioso detenerse en este punto un momento. Como ya lo hicimos notar en el estudio sobre la poesía de Rojas Giménez, todo el grupo de poetas que se reunía alrededor de la Federación de Estudiantes del año 20 y de Claridad presenta una constante común, en temas y tonos. Más estrecha que la relación entre Rojas Giménez y Neruda es la de Murga y Neruda. ¿Acaso no podríamos leer estos versos como versos de Crepusculario de los Veinte poemas?:

 

Todo yo fui un camino que tú hollaste, al acaso
Todo yo fui un camino y sobre ese camino
no ha de borrarse nunca la huella de tus pasos.

Tú eras la que hubiera podido ser un día
amadora de todas las horas del amado.

Y hasta la tierra en sus surcos profundos
tiembla de gozo como una mujer.

Brillan las estrellas. Sollozan los álamos.
Al extremo del camino se ven las casas
que aguardan al desesperado.
Y llega, de lejos, el canto.

 

Incluso, hay un poema de Murga: "Cuando seamos viejos", que parece ser la contrapartida del "Nuevo soneto a Helena", de Neruda.

Ambos amigos quizás trabajaron juntos sobre un mismo tema. Citaremos como ejemplo el "Poema de la ausente", de Neruda y "Ausencia", de Romeo Murga.

Citaremos sólo algunos fragmentos de este poema en prosa, de Neruda:

 

A ti este arrullo, Pequeña, donde estás, donde vayas.
Caliente río trémulo, la ternura moja mi voz, mi voz
que te nombra.
Un hueco aquí entre mis dos brazos... eso eres, Pequeña.
Te llamo y mi voz arrastra, pero la oyes...

 

Y de Murga:

 

Veinte ciudades de hombres me separan de ti,
pequeñita que llenas mi corazón tan grande.
Entre nosotros dos, la distancia enemiga
aleja nuestros cuerpos ávidos de estrecharse.

Estás ausente tú, la que no ha muchas tardes
se ceñía a mi cuerpo con amoroso lazo;
la que llenó de amor con su carne aromada
la trémula oquedad que le hicieron mis brazos.

 

Sin embargo, existe entre Neruda y Murga una diferencia de fondo. La poesía de Neruda presentan desde sus comienzos un tono desesperado y rebelde, una sensualidad casi vegetal o pantanosa, una vitalidad que son ajenas al espíritu de Murga. Este mismo dinamismo nerudiano hace que rompa cada vez más con las formas, que entre en contradicción de estilos, contradicción que se resuelve en nuevas formas y dicción. Al revés, nos parece que Murga tendía más bien a un ahondamiento en el mismo estilo, una depuración expresiva a partir del estatismo. Pero el campo de las conjeturas es demasiado vasto. Lo que se debe tomar es la obra que nos llegó de Romeo Murga, y no la obra que pudo realizar.

Volviendo al tema amoroso, esencial en la obra de Murga, estimamos en especial su poema "Y morirás un día", en el cual se plantea como todo poeta de verdad, el problema de la supervivencia del amor sobre la muerte, y la consideración de que el amor y la muerte son, en verdad, hermanos gemelos.

Dignos de nombrarse son dos poemas: "La niña rubia" y "Morena", ambos realizados con un sabio tratamiento técnico.

"La niña rubia" está escrito en octosílabos que acentúan la claridad cromática, la impresión de levedad que requiere el tema:

 

Melena como el sol de rubia,
cuerpo de dulces líneas claras,
rostro risueño y de ojos puros
como el cielo que ella mirara;

toda luz, de aurora y de oro
por los anchos caminos va,
y entre la claridad del día
pasa como otra claridad.

 

Este poema, bañado de luz, contrasta con el tono grave y nocturno de "La morena", donde cambian incluso las vocales, primando las a y las o.

 

Morena como el sueño, como la sombra y como
la cara eternizada de la tierra morena.

 

Es necesario considerar que en ocasiones Murga no lograba superar un lenguaje gastado poéticamente, y cae en formas de expresión ya hechas; sin lograr transmutar su sentimiento –como lo hace muchas veces– en su tono personal, intransferible, que puede iluminar las palabras más simples, como las que usa habitualmente: soledad, ausencia, canto, camino, arroyo, agua... o esos colores simples y puros, como los de los pintores prerrafaelistas: oro, azul, blanco, amarillo... Sí, a veces nuestro poeta no logra la transfiguración del lugar común en poesía. Así:

 

Te esperé esa tarde nublada;
vino la lluvia y no viniste.
Cayó una sombra acongojada
sobre mi gran ensueño triste.
Vino la llama no esperada
y no viniste.
("La lluvia y tú").

 

O:

 

Pero al hallarnos fuimos como dos barcos locos
que se cruzan en medio de la mar.
Tus ojos me miraron, te miraron mis ojos
y ya no nos veremos nunca más.

 

Como reacción tal vez contra la agitación de la época, al tenso ambiente de los años del 20, la poesía de Romeo Murga se hace contemplativa, y el poeta anhela llevar una vida que llamaremos bucólica, exalta esa vida. Es un fenómeno que ha afectado a muchos poetas en épocas análogas, recuérdese el ejemplo de Luis de León, cabalmente analizado por Dámaso Alonso. El volver a la tierra es un cauce de evasión para Murga, como lo es para varios poetas de su generación: citemos a Ulloa, Barberis (que reside largos años en provincia) y Joaquín Cifuentes Sepúlveda, de quien podríamos citar estos versos del "Adolescente sensual":

 

Mi abuelo fue labriego. Yo también quiero serlo.
En el campo conozco que me mejoro mucho.
¿Será porque en los pueblos hallo junto a tu imagen
la imagen de mi negra vida de trotamundos?

 

La provincia es mirada como una entidad incomparable por Romeo Murga, que traslada al poema las virtudes de un medio comarcano, del cual se espera la salvación:

 

Sería una casa rústica, y a su espalda una ancha
huerta perfumada. Allí terminaría mi mundo
Hablaría casi sin nostalgia de los viejos caminos, de
las ciudades, de los barcos.


(de "Sería una casa rústica" en Clara Ternura).

 

Romeo Murga loa a "las buenas gentes del campo", entre quienes (sin decirlo explícitamente) se adivina que él quisiera vivir, porque:

 

No hay inquietud que en sus almas florezca,
no hay ilusión que los vende los ojos.
Aman con clara ternura lo humilde:
gleba y maleza, guijarros y abrojos.

 

Creemos que el poema que describe mejor su estado de ánimo frente al paisaje, su deseo de alejarse de las ciudades es "El viaje", que nos parece también quizás el mejor de los poemas de Romeo Murga (al lado de "Madres de los poetas", ese poema de estirpe baudelariana, impresionante muestra de madurez). "El viaje" parece escrito quizás en el mismo tren que lleva al poeta de la ciudad a la provincia, como aquel personaje de "El pintor Pereza", o aquel del famoso "Apunte", de Jerónimo Lagos Lisboa: "Parte el tren y el vocerío se dispersa. ¡Adiós poeta!" Con unos pocos trazos, Murga describe un paisaje escueto, de colores intensos y puros, donde en la lejanía se ven algunas figuras. El lenguaje es sobrio, el poema esta hábilmente construido, y es digno de observar el recurso de la reiteración, que proporciona a la primera estrofa un tono más intenso, de mayor fuerza expresiva:

 

Mi espíritu sonríe como un espejo claro
que recogiera todos los tonos del paisaje.
Voy buscando un rincón de soledad y amparo
pero siento el deseo de eternizar el viaje.

Voy buscando un rincón de soledad y amparo
pero el paisaje enorme me da su emoción ruda.
Mi espíritu sonríe como un espejo claro
que copiara la imagen de una mujer desnuda.

(de "El Viaje", en Canto en la Sombra)

 

Para no hacer excepción a los poetas de su grupo, Romeo Murga es un personaje vuelto en numerosas ocasiones a la infancia (ese reino secreto, de propiedad personal): el paraíso perdido que suelen tener los poetas.

La niñez es vista como una época edénica, pura, hasta en el amor; que es claro, desarrollándose en un escenario preparado por la mano de Dios, expresamente casi para que pasee la pareja infantil:

 

Fue nuestro amor de niños como un comienzo de égloga,
lleno de sol, de paz, de horizontes inmensos.
Dios doró aquel año, con amor, los trigales
y embelleció de amor los soles y los vientos.

("Como una égloga" en El Canto en la Sombra).

 

Esta reminiscencia de una época edénica, no puede sino terminar en forma elegíaca. Se canta al irrecuperable "paraíso perdido", añorado como Franz de Galais, ese héroe de El Gran Meaulnes, añoraba su infancia aventurera.

 

Se me ha muerto una vida mía,
vida de juegos y alegría
bajo el sol de los mediodías
del verano;
vida de risas transparentes
y de beber en las vertientes
con el hueco de nuestras manos.

Haber podido hacer eternos los instantes
de esa aurora perdida,
y con los ojos húmedos y el corazón fragante,
haber quedado niños, para toda la vida.

(de "Elegía en recuerdo de mi infancia", en El Canto en la Sombra).

 

Poesía del corazón, sin aderezos; evocación de la infancia, deseos de volver a esa provincia remota y cercana, en donde aún existe la pureza; todas esas características románticas natas las hallamos en Romeo Murga: ¿será reprochable a un poeta de no más de veintiún años? Su vocación era tan firme que ya a los ocho años escribía poemas –según testimonio de su hermana Berta. Su obra mejor, casi sin parentesco en la poesía chilena basta para darle un lugar preferente en la historia de nuestra poesía. Pese a las dificultades para transmitirlas, pese a los años en que su voz permaneció virtualmente inédita, no hay quien no escuche, entre los amantes de la poesía chilena, la voz de este adolescente que llega a conmover a gentes de tan distintas generaciones a las suyas.

La tisis –ese "mal del siglo" de nuestros años 20– nos privó, que duda cabe, de un poeta excepcional. Pero basta lo que alcanzó a decir. No dejará de ser oído. Y como verdadero poeta, "vate por encima de todo, ya lo señala Romeo Murga, al decir en una de sus estrofas:

 

Mi voz ungida en suavidades
irá a través de las edades
como el rumor de un claro río.

Así sea.

 

En Atenea, Concepción, Nº395 (01-02.1962) pp. 151-171.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Obras de Romeo Murga

El Libro de la Fiesta, en colaboración con Víctor Barberis. Publicado por la Federación de Estudiantes. Contiene el "Poema de la Fiesta", premiado en las Fiestas de la Primavera. Publicado en 1925.

El canto en la sombra, con prólogo de Norberto Pinilla. La aparición de este libro había sido señalada por una nota de Claridad, de agosto de 1924, Nº124. Fue publicado tal como el poeta la dejó listo para las prensas, por su hermana Berta, veintiún años después de la muerte del poeta. Contiene 51 poemas, en 175 páginas. Editorial Tegualda, Santiago, 1946.

Clara Ternura, con prólogo de Andrés Sabella y una "Evocación fraternal", de Berta Murga Sierralta. Contiene 10 poemas en prosa. Cuadernillo Nº3 de las ediciones Hacia. Edición de 300 ejemplares. 16 páginas. Antofagasta, julio de 1955.

En el prólogo a El Canto en la sombra, Norberto Pinilla indica que entre los papeles del poeta se han encontrado notas y apuntes para los proyectos de un libro titulado Voz Clara. En su nota que precede a Clara Ternura, Berta Murga indica que esa publicación es una síntesis de Alma, obra que componía Romeo Murga desde 1923.

"Noticias Literarias", en Claridad, agosto de 1924, Nº124.

"A la muerte de Romeo Murga", poema firmado por Manzur. Iris, de Copiapó, 16 de octubre de 1925.

"Romeo Murga", artículo de Hersalí. Iris, Copiapó. 28 de junio de 1925.

"Romeo Murga", por Mario Vergara Gallardo. La Provincia, Iquique, mayo de 1926.

"Romeo Murga", en El Trabajo, Vallenar, 12 de mayo de 1924.

"Hora de Romeo Murga", Revista Letras, diciembre de 1928.

"Romeo Murga Sierralta", artículo en el Diccionario Histórico y Bibliográfico de Chile, por Virgilio Figueroa, 1931.

"Crónica del año. La poesía en 1923", El Libro de la Fiesta, comentado por Raúl Silva Castro. Claridad, diciembre 8 de 1923. Nº117.

"Romeo Murga Sierralta", por Hernán Sánchez Alister, en Revista Atacama, mayo de 1932.

"Romeo Murga", por Andrés Sabella. Millantún, Nº11, julio de 1943. Acompañada de algunos poemas de Romeo Murga.

"Invitación al recuerdo de un gran poeta muerto", por Elías Ugarte Figueroa. Atenea, septiembre de 1934.

"Romeo Murga", por Andrés Sabella. Últimas Noticias, 9 de junio de 1946.

"El Canto en la Sombra", por Ricardo Benavides. Atenea, marzo, 1947.

"Romeo Murga, poeta de ausencia", por Claudia Solar. Las Noticias de Victoria, 9 de marzo de 1953.

Nuestros Poetas, antología de Armando Donoso. Nascimento, 1925.

 

Artículos:

"Divagaciones sobre Poesía", Claridad, junio 9 de 1923, Nº91.

"Cosas de Francia", Claridad, 14 de julio de 1923, Nº96.

 

Poemas (no incluidos en libros):

"Canciones" (Soledad y silencio, Evocación, Eva de todos los caminos):

Claridad, julio 7 de 1923, Nº95.

"Canciones" (En ese hondo silencio, El último día), Claridad, Nº104, septiembre 8 de 1923.

"Poemas en prosa", Claridad, octubre 13 de 1923, Nº109.

"Sombras de mujeres" (La harapienta, La zagala), Claridad, Nº117, diciembre 8 de 1923.

 

Traducciones:

Como ya lo indicamos en el texto de nuestro trabajo, Romeo Murga realizó numerosas traducciones, publicadas en Claridad, Zig-Zag, y el periódico Iris, de Capiapó. Tradujo trabajos de: Anatole France, Marcel Shwob, Paul Fort, Andrea Chénier, Henri Barbusse y Charles Nodier.

Nota:

Romeo Murga ha sido incluido en las antologías de poesía chilena de Armando Donoso, Rubén Azócar, Hernán del Solar, Carlos Poblete, Carlos René Correa y Hugo Montes (Antología del Medio Siglo, Ed. Pacífico, 1955).

 

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile