Bioética: Una Palabra con Historia

Fernando Lolas Stepke,

Director, CIEB (El Mercurio, Marzo 1997)

Introducción

Entre los dias 23 y 24 de Septiembre de 1992 se realizó en la Universidad de Washington, Seattle, una reunión bajo el epígrafe "El nacimiento de la bioética." A ella asistieron los "pioneros" (unas sesenta personas, de las cuales concurrieron cuarenta y dos) a celebrar lo que consideraban el trigésimo aniversario del nacimiento de esta disciplina. Tomaban como punto de referencia un articulo de la revista Life del 9 de noviembre de 1962 que contaba la historia de un comité, establecido precisamente en Seattle, cuya misión fue seleccionar pacientes a quienes se pudiera ofrecer la hemodiálisis, tratamiento posibilitado por el doctor Belding Scribner al inventar la conexión y la cánula arteriovenosa, en 1961.

Como pronto se hizo evidente, muchas personas requerían tratamiento y no todas podían ser atendidas. La solución fue encomendar la delicada seleción a un grupo de personas, preferentemente no médicos, quienes juzgarian en base a antecedentes distintos de los clinicos. La periodista que escribió el artículo, Shana Alexander, diría que la historia constituyó una de las más fascinantes de su carrera. La tituló "They decide who lives, who dies" (Ellos deciden quién vive, quién muere).

El Comienzo

Albert R. Jonseu, quien convocó a la reunión de 1992, es profesor de la Universidad de Washington, Seattle, que en su opinión podría reclamar el derecho a ser la cuna o el origen de la bioética. Omite decir que en 1962 nadie hablaba aún de "bioética". Ni la palabra había visto la luz pública ni los casos famosos que debatió la prensa habían sido difundidos.

El artículo de Life puede considerarse un hito importante por describir la constitución de un comité anónino de no-médicos que toma decisiones cruciales respecto de la vida, la muerte y el destino de personas. Señala la compartición por parte de expertos y no-expertos de decisiones tradicionalmente ligadas a la profesión médica. Demuestra, además, la importancia de una innovación técnica-la cánula arteriovenosa-para el dessarrollo de una consideración moral. Muestra el interés público que despierta la tecnologia salvadora de vidas. Sin duda, elementos importantes de lo que iba a ser el "movimiento bioético".

La primera "historia" de la bioética, escrita por un profesor de ciencias sociales y humanidades en una escuela de medicina, parte del asombro que causan a un extraño a la profesión (en 1982) que las decisiones cruciales se vuelvan colectivas y dejen de ser individuales, que se formalicen a través de comités dialogantes a que no médicos tengan influencia en ellas. El paciente, dicho así genéricamente, empieza a gozar privilegios de las minorias (en Estados Unidos, negros, mujeres y todo grupo capaz de articular un discurso de defensa de derechos es "minoría". Los grupos que no articulan derechos semejantes son por definición "mayoría"). Su reflexión respecto de la tecnología es que ella, en y por si misma no es importante. Lo importante es cómo siente la gente que debe responder a la tecnología.

Otro ímpetu para el "movimiento" provino de un artículo de Henry Boecher, profesor de anestesia en la Escuela de Medicina de Harvard, publicado en la prestigiosa revista New England Journal of Medicine. En él y bajo el aséptico título "Ethics and clinical research", declaraba no éticos "doce de cien artículos consecutivos publicados en 1964 en un aexcelente revista médica". Por cierto, el clamor que se levantó delataba la extrema susceptibilidad de los médicos, originada en muchos lustros de equívoco "servicio a la humanidad" a través de la ciencia médica. No hubo que esperar a la Alemania nazi para saber de transgresiones a los derechos humanos perpetradas en nombre de la ciencia, ni las declaraciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial terminaron con ellas. Sin embargo, no es del tipo de asuntos que se ventilan en las revistas profesionales, or al menos, no se ventilaban en 1966, año en que se publicó el articulo de Boecher.

Un tercer ímpetu provino del primer trasplante cardíaco realizado por Christian Barnard, en Sudáfrica, en 1967. Aunque ya se llevaban cerca de quince años de trasplantes renales, el corazón no sólo era más impresionante por las asociaciones sentimentales que despierta sino por el muy trivial hecho de que su traspaso a otro cuerpo exige la muerte del donante. La pregunta evidente era sólo la primera pregunta. Como demuestra la historia ulterior, las cuestiones generadas por los trasplantes abarcan desde conocer la intención del muerto de donar su órgano hasta saber el estatuto juridico del "cadáver viviente" que hay que mantener en buen estado hasta concretar la operación. Ya en 1968, un comité de la Universidad de Harvard, presidido por el propio Boecher, intentaba cerrar una cuestión delcarada abierta por el Papa Pio XII en 1958 al proponer la noción de "muerte cerebral", que tan diversa suerte ha corrido en legislaciones de distintos paises. Si algo puede decirse de ella es que es útil, y eso lo han granjeado sostenedores y detractores.

Se incubaba hacía tiempo en los Estados Unidos un proceso de revisión de las metas y las prácticas de la medicina. Manifestaciones de ello fueron los libros de Joseph Fletcher, "Morals and Medicine" (1984) y de Paul Ramsey, "The Patient as Person" (1970). Casos famosos habían llevado a establecer temas como el "Consentimiento informado" en 1957, la diferencia entre vida consciente y vida vegetal hecha pública por el caso Quinlan en 1976; el derecho de la mujer al aborto en el caso Roe versus Wade el mal uso de personas incapaces de defenderse como en el famoso Tuskagee Syphillis Study y otras circunstancias. Todas pusieron sobre el tapete de la discusión el enfrentamiento entre los hechos y los valores, entre lo factible y lo legítimo, entre el caso y el principio.

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Largo Pasado y Breve Historia

El término bioética ha suscitado, desde que se puso en circulación, más de algún debate, algo de resistencia y una final aceptación. Fue acuñado en Madison, Wisconsin, y en Washington D.C.

Van Renssoluer Potter, un oncólogo de la Universidad de Wisconsin, usó el término en un sentido evolucionista, algo diferente del que tiene actualmente.

Por su parte, Andres Hellegers, de origen holandés, dio el nombre al Instituto que se fundara en 1971 en la Universidad de Georgetown con el titutlo de The Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of Human Reproduction and Bioethics, el que más tarde se transformaría en el Kennedy Institute of Ethics.

Contribuyó al establecimiento definitivo del término en el horizonte intelectual la publicación de la Encyclopedia of Bioethics, editada por Warren T. Reich, aparecida en 1978, cuyos 285 colaboradores fueron convocados al proyecto desde 1971. El libro fue reeditado en 1982 y tuvo un edición revisada en 1995. Para entonces, el número de colaboradoes había subido a 437.

La intención original de Potter era un proyecto global, que combinara el conocimiento biológico con el conocimiento de los sistemas de valores humanos. Su proyecto era el encuentro, o reencuentro, entre los hechos y los valores, lo que originaría un paradigma disciplinario en todo semejante al programa holístico de algunas versiones de la medicina psicosomática, otro movimiento integrador que se propuso un fin semejante. En al caso de lo psicosomático, lo reunido eran "psique" y "soma", entendiendo por lo primero el ámbito de los deseos, los sentimientos, las emociones y por lo segundo el cuerpo como campo de intencionalidades, en el que la enfermedad no sólo tiene un carácter biológico sino también un significado biográfico. La dicotomia que la bioética intenta superar es la de ´bios´, entendido no como vida a secas sino como vida humana (esto es, antopologia) y ética, en su doble acepción de carácter o disposición moral (ethos) y costumbre o hábito (éthos), sin descuidar su acepción ontológica y no moral, como lo propio, lo intimo, lo hogareño. Vida de ética y ética de la vida son pues dos aspectos que el término connota y si bien ha adquirido un carácter esencialmente instrumental en la cultura que le dio origen (la estadounidense) todavía hay mucho que "da que pensar" en la combinación de estos vocablos. A fin de cuentas, como dice el nuevo Humpty Dumpty en "Alicia en el país de las Maravillas", se puede usar el lenguaje para decir lo que uno desea decir y punto, prerrogativa que desde siempre han empleado los científicos. La "Wortsohopfung" (creación conceptual) es sin duda la faz creativa de la ciencia, pues es gracias al lenguaje, por él y en él, que se instalan los objetos de la ciencia en al ideario social.

Es un ejercicio interesante datar el origen de una disciplina. De todos los quehaceres intelectuales podría decirse que poseen un largo pasado y una breve historia. Todas las historias, en tanto miradas retrospectivas, tanto inventan cuanto relatan, pues suelen ser selectivas, llamar "pioneros" a los que dijeron lo que después fue moda y poner en germen aquello que después fue moda y poner en germen aquello que después se realizó. En 1962, fecha del artículo de Life, no sólo no existía el término bioética con una acepción semejante a la que tendría. Faltaban muchos años para que se fundaran instituciones como el Hastings Center (1968) o el Kennedy Institute of Ethics (1971) o se establecienran las famosas comisiones, la Nacional primero y la del Presidente, después, que tuvieron el encargo de "proteger" a los pacientes de quienes supuestamente deberían beneficiarlos:los investigadores médicos. Por la práctica razón de que pusieron el término en letras de molde, la publicación del libro de Potter y el establecimiento del Instituto de la Universidad de Georgetown suelen emplearse como marcadores históricos. Jonsen observa que si de origen intelectual se trata, debiera declararse la publicación del libro de Ramsey el comienzo de la disciplina, si bien no empleó el vocablo bioética. Potter, introductor de éste, lo reemplazó luego por "ética global" retomando su idea original, que había podría decirse asimilada por la profesión médica.

A las asociaciones relativamente laxas y de gran adaptabilidad de la palabra hay que agradecer en parte el éxito de lo que bajo su alero fue realizado posteriormente. Ello refuerza la tesis de que las palabras no son simples vehículos del trabajo intelectual. Lo constituyen, son su entraña. Las disciplinas son discursos, imbricaciones de lenguas con hablantes, que se gestan y sobreviven en las comunidades en tanto "den que hablar" y "dejen hablar" a los intereses sociales que las engendran. Algunas se rigidizan y esclerosan en cotos de especialistas o pierden vigencia las necesidades que en su día satisficieron. Cuando el término bioética hizo su aparición, muchos suponían que la ética era una suerte de conjunto de normas y prohibiciones que se aplicaban a la investigación médica y biológica como la estadistica de los ignorantes: simplemente para saber qué "se pude" y qué "no se puede". La filosofía en las aulas de las escuelas de medicina desempeñaba una función cosmética, cercana a las "bellas letras" y otras formas de "humanidades", sin pensárselas esenciales para el trabajo médico real. Bioética era un híbrido y los híbrodis son fuertes. Costó mucho-y no puede decirse que haya habido éxito-desterrar el término "psicosomático" y, de no ser por la postura invasora y soberbia de sus cultores, podría augurarse un buen futuro para la "sociobiología". Especialmente en épocas de "interdisciplinariedad", las palabras que designan contornos y limites difusos tienen mucho que ganar, reclutan adeptos marginales y limítrofes y, cuando tienen la suerte de ser empuñadas como espadas o blandidas como estandartes por grupos poderosos de opinión, se convierten en ortodoxia y son fuente de autoridad.

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Producto Cultural

No hay que olvidar, aunque esté repetido de sobra, que bioética es producto específico de una cultura y que su momento germinal acaeció en un punto de desarrollo del liberalismo individualista norteamericano que le fue favorable, bajo el impacto de desarrollos tecnológicos impensables en otras latitudes y en un clima de "descubrimiento" de actos y prácticas no compatibles con la imagen que de si misma tenía la sociedad norteamericana. Su tarea de "desmitificación", "denuncia", "compromiso", que podría haber compartido con las ciencias socials cuando combativamente invadieron el reducto de lo médico, se convirtió, como dice Callahan, en un papel "regulatorio" o de "mediación" entre intereses expertos e intereses profanos en el campo de la salud. Esta mediación provino de la teología moral y de la filosofía, que revitalizadas por hechos, se convertieron en herramienta de trabajo. Debe notarse que fueron ante todo teólogos protestantes quienes contribuyeron al desarrollo de la hora prima y que todo el debate causado por "lo bioético" estuvo acomañado desde el comienzo de una cobertura periodistica espectacular. Los "casos" públicos lo fueron porque "se hicieron públicos".

Al cabo de los años, puede comprobarse que la bioética no ha sido un fuerza hostil sino amisotsa en el seno de la institución médica. Sus incursiones dentro y fuera del campo de la salud han oscilado entre los dos extremos, el de las prohibiciones totales (al modo de Ramsey) o el de las aceptaciones totales (al modo de Fletscher). No obstante, más allá de su institucionalización y burocratización, sigue manteniendo una maleabilidad aceptable. En mano más a menos conservadoras o progresistas siempre constituye-o es de esperar que así sea-una respuesta amplia, ecuménica, secular y no confesional a los problemas de las ciencias biológicas y médicas en su vertiente social. De hecho, una bioética confesional o religiosa es una contradicción en sí misma. Puede haber estudios de relaciones entre religión y bioética, pero una bioética confesional es tan absurda como la "fisiología peronista" de que me han hablado mis amigos de Argentina. Que alguien tenga un punto de vista sobre algo no quiere decir que sus procedimientos sirvan sólo para favorecerlo o "defenderlo". De hecho, la idea misma del diálogo como herramienta de consenso, que inspira la institución de los comités de ética, es indisoluble del pluralismo, y el plularismo no se aviene con el fundamentalismo y el fanatismo, esas raras virtudes del celo creyente que como un reverso del rey Midas pervierten lo que tocan.

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