Columna de Opinión

La administración mediática del miedo o cómo restauramos el orden

La administración mediática del miedo o cómo restauramos el orden

Hace un año todos celebrábamos que por fin la TV chilena se hacía cargo de la memoria visual del país cuando daba cuenta de imágenes sobre la dictadura de Pinochet poco conocidas por la gran mayoría de las personas. También podíamos apreciar que en programas magazinescos, inclusive, se entrevistaba a otras fuentes, distintas a las tradicionales (políticos conversos, ex militares, etc.), cuando se intentaba recordar y/o analizar el golpe militar y los severos y trágicos atentados a los Derechos humanos en Chile. Hoy, sin embargo, la prensa, escrita y televisiva, dedica sus prácticas a construir y administrar el miedo social, por lo menos eso hemos visto o leído a propósito de los bombazos detonados en distintos puntos de Santiago. ¿Qué ha ocurrido? ¿No es el mismo periodismo del año anterior? Se puede construir otra realidad distinta al mundo en caos contorneado?

La respuesta tiene varias capas de resolución: la primera, se explica por las mismas prácticas periodísticas que han tenido lugar, por lo menos, los último cuarenta años: se han naturalizado unos modos de acercarse a la realidad, cuando se entrevistan a las mismas fuentes oficiales (con un mínimo de esfuerzo, por cierto), cuando se anteponen y se despliegan en los medios una batería inagotable y repetitiva de prejuicios ramplones. Se reemplaza la investigación de los hechos por la prefiguración de un mundo asediado por una genérica "barbarie terrorista". Lo que importa no es esclarecer los sucesos, ni menos poner en perspectiva los problemas sociales: lo que hay que hacer es probar que el mundo se cae a pedazos y, para eso, las prácticas mediáticas, como un recetario que conjura su incertidumbre, dosifican la historia, la dan por entregas, haciendo entrar y salir personajes, acciones y, sobre todo, culpabilidades.

Tales operaciones, además, ocurren en contextos de concentración económica de los medios -sobre todo más evidente en el mercado de la prensa escrita-, que acrecienta ya sea por motivos ideológicos o económicos (o ambos), la presentación unidimensional de la realidad., y la imposibilidad de una salida que no sea, obviamente, la punitiva. Una cobertura que apele al razonamiento de las audiencias y que mitigue la histeria social, pareciera no tener lugar. La elección de las empresas mediáticas -no nos olvidemos esta condición- no sólo ha sido un modelo fácil y rápido de captación de públicos: la apelación burda a la sensación antes que a la argumentación (o al menos a una mezcla). Eso, aunque nos disguste a muchos, calza muy bien con un ánimo prevaleciente en nuestra sociedad: aquél que es capaz de entregar su libertad (aunque realmente no sea necesario) cuando percibe que el orden es amenazado, aunque no haya claridad de dónde (ni de quién) proviene el peligro.

Desarrollar un periodismo que focaliza sus rutinas en la creación, valoración y ampliación de las incertidumbres sociales se puede denominar "administración mediática del miedo", lo que supone un trabajo sistemático, repetitivo y acrítico de las formas, herramientas y estrategias con las que se confeccionan los diseños noticiosos y se despliegan los discursos. Tal administración no sólo implica "cultivar" e "inocular" (como señalan algunas teorías funcionalistas en comunicación) formas preferentes y temerosas de ver la sociedad y las relaciones que entablan los sujetos (con la sospecha permanente de "los otros"), sino que también promover y santificar un mundo que se cae a pedazos. ¿Cómo se debe operar, entonces, desde la lógica de medios? A juzgar por las recientes coberturas de la TV (el reportaje de Canal 13 es sin duda un ejemplo, significativo de lo que hablamos), la respuesta es clara y unívoca: anticipar, sugerir y promover una respuesta instintiva de los aparatos punitivos del Estado para contener cualquier situación que tensione al sistema y que aparezca como disfuncional a sus intereses.

Finalmente, cuando observamos y denunciamos que tal o cual medio, que tal o cual periodista en específico no hizo "bien" su trabajo, no se atuvo a los criterios más básicos que conformarían la profesión o no respetó un deber ser (un código de ética, por ejemplo), lo que estamos haciendo es exigirle al periodismo un cierto estándar de calidad, que no puede reducirse a un cálculo económico o a un costo de oportunidad (irresponsable) como ocurrió con el reportaje emitido por el canal 13 el mismo día en que ocurrió la detonación de una bomba en Escuela Militar. Cuando leemos una portada como la de La Segunda que crea alarma social desmedida, sólo podemos abogar porque ese periodismo que enseñamos en las escuelas se verifique, la mayoría de las veces, y se ciña a normas que pongan un énfasis en la investigación sólida antes que en el sentido común más burdo. Mientras tanto, ese periodismo deseado e imaginado, no ha tenido lugar