Reflexiones sobre la Contingencia Actual desde las Ciencias Sociales

De la revolución de la chaucha a la guerra de Piñera

De la revolución de la chaucha a la guerra de Piñera

¿Cómo comprender desde la historia reciente las movilizaciones sociales que están teniendo lugar desde el 18 de octubre? (aunque podríamos fijar su origen en las evasiones masivas convocadas y protagonizadas por estudiantes secundarios los días previos). El primer referente que se nos viene a la memoria son las jornadas de protesta nacional que ocurrieron durante la dictadura entre 1983 y 1986. Sin embargo, además de la obvia diferencia de estar actualmente en una democracia, deficitaria, pero democracia al fin, hay otro elemento que marca una diferencia significativa: aquellas eran convocadas por los partidos políticos y organizaciones sindicales. A pesar de la brutal represión que enfrentaban por una década, esas organizaciones eran -en tiempos donde no existían las redes sociales virtuales- las que articulaban el entramado del descontento público contra la dictadura.

Se ha insistido mucho en el doble sentido de las protestas. Inicialmente habrían sido pensadas como una solución pacífica (...) Sin embargo, con el correr del tiempo y a causa de su propia dinámica, las protestas se volvieron algo distinto, más espontáneo, anárquico, y, horror de horrores, poblacional, popular. Volvía el rotaje compañeros (...) Estas jornadas se expresaban en un escenario preferentemente nocturno (...) configurado por toque de queda, patrullas militares, encapuchados, automóviles sin placas, a veces disparando a diestro y siniestro, explosiones de bombas, ataques a ferrocarriles y líneas férreas, sabotaje, apagones, sirenas de ambulancias, barricadas, fogatas, peajes, caceroleos, neumáticos humeantes, luces de bengala, redadas, “ráfagas de metralleta, balines, bombas lacrimógenas y tanquetas, de una parte; y piedras, bombas molotov, y gritos de la otra” (...) Santiago, sin que nadie lo pudiera prever, de repente se vio asediado por “un verdadero cinturón de fuego” (...) El espectro de poblaciones marginales enteras amenazando con sitiar la ciudad y hacerla estallar, viejo miedo en este país, se tornó en una pesadilla permanente. (1)

Lo que estamos viviendo ahora, en cambio, aparte de la convocatoria de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios a la evasión masiva (2), no fue producto de llamados de organizaciones sindicales o políticas a las primeras expresiones de ruptura del orden, ni menos a los caceroleos o a las posteriores agresiones a la infraestructura del metro. De hecho, la alusión de Piñera en el tercer día de movilizaciones a que estaba en guerra con “un enemigo poderoso [de] grupos organizados” (3), develó precisamente su imposibilidad de nombrar a ese enemigo poderoso. Y no es por falta de ganas: ya quisiera el gobierno poder culpabilizar a alguien del tsunami social que se le ha venido encima, pero este tsunami no cesa de presentársele más que como una maldad ominosa e inasible que ha invadido el territorio nacional.

No habiendo convocantes claros, sin demeritar los avances de “UNIDAD SOCIAL. NOS CANSAMOS, NOS UNIMOS”, estamos ante una acción colectiva principalmente espontánea, en que algunos descontentos individuales han encontrado vías colectivas para expresarse y articular de ida y vuelta los mundos hasta hoy separados de lo social y lo político. Sin duda que la memoria reciente –las jornadas de protesta de los 80, las movilizaciones estudiantiles de 2006 y 2011, el “renacer de la huelga” en el mundo del subcontrato el 2007 y 2008, los estallidos de Magallanes, Freirina, Aysén y Chiloé, las movilizaciones feministas por el aborto legal, contra el femicidio y el Mayo feminista universitario- entregaron algo más que simples indicios de lo que vemos hoy.

En Chile sí habían ocurrido explosiones de descontento popular espontáneas, especialmente en la ciudad de Santiago, gatilladas también por el aumento del precio del transporte colectivo.

Durante el gobierno de González Videla, el 16 y 17 de agosto de 1949 tuvo lugar la “revolución de la chaucha”. A esa fecha, el gobierno de González Videla estaba enfrentando serias dificultades porque la crisis económica de postguerra determinó la caída del precio del cobre, afectando el presupuesto del Estado chileno. El proceso inflacionario desatado dañaba especialmente las condiciones de vida de las más pobres. Además, en 1948 se había promulgado la Ley para la Defensa Permanente de la Democracia, que ilegalizaba al Partido Comunista y daba amplias atribuciones al gobierno para reprimir al movimiento sindical. En ese contexto, y dado la disminución de disponibilidad de divisas, se procedió al aumento del precio de los combustibles, que redundó en el alza del valor de los pasajes de la locomoción colectiva.

A grandes rasgos, se trató de un súbito y espontáneo estallido social, protagonizado por estudiantes, obreros, empleados y público en general en contra de las alzas del costo de la vida durante el mandato de Gabriel González Videla. El blanco principal de las protestas fue la locomoción colectiva, que el día12 de agosto había alzado sus tarifas, provocando la ira de los santiaguinos. Marchas, interrupciones del tránsito, volcamientos de micros, incendios de garitas, enfrentamientos con Carabineros, balaceras, heridos, muertos; en fin, durante aproximadamente una semanala capital chilena vivió momentos muy tensos, que culminaron con la aprobación de Facultades Extraordinarias en el Congreso y una violenta represión de los manifestantes. (4)

Entre el 12 y el 17 de agosto de dicho año, hubo diversas manifestaciones en rechazo al alza. La prensa de gobierno culpabilizó al Partido Comunista de organizar los actos de violencia, pero la versión no fue acogida por los demás medios. Por el contrario, las acciones se desarrollaron espontáneamente y, tras las primeras manifestaciones convocadas por los estudiantes en el centro de Santiago, la violencia fue escalando, utilizando los manifestantes piedras y ladrillos de la calle para atacar a las micros. Los empresarios decidieron retirar los vehículos de circulación.

Por la noche continuaron los disturbios, con destrucción del alumbrado público, apedreo del Club de la Unión y la Cooperativa de Autobuseros, dos bombas de bencina y algunas garitas. Numerosas personas fueron detenidas, pero ninguna era estudiante. Al día siguiente, se redoblaron las manifestaciones en diversos lugares, atacando esta vez el comercio del centro. Superados los carabineros, el gobierno agregó personal del Ejército y la Aviación, que reprimieron las marchas estudiantiles con caballería y ráfagas de balas. Hubo tiroteos durante toda la tarde y se habló de hasta treinta muertos y cientos de personas heridas a bala. Finalmente, el gobierno derogó el alza y obtuvo la inmediata aprobación por el Congreso de Facultades extraordinarias. El 18, La Moneda amaneció rodeada por un cordón de ametralladoras y el apoyo de pelotones de infantería y caballería. Se declaró estado de emergencia, prohibiendo las reuniones y controlando los medios de comunicación.

La evaluación política fue que, pese a la rápida capacidad de respuesta represiva del gobierno, la experiencia fortaleció la unidad de las organizaciones de base de obreros, estudiantes y empleados contra la carestía de la vida, siendo antecedente importante en la posterior formación de la CUT (1953) y marcando los conflictos sociales más relevantes de la década del 50 (5). No obstante, en 1952 fue electo Presidente con mayoría absoluta, el ex dictador Carlos Ibáñez devenido en “el General de la Esperanza” que barrería la corrupción y la politiquería y sacaría al país de la pobreza. Para 1957 la esperanza se había esfumado, nuevamente la economía estaba en crisis y las medidas neoliberales que proponía la Misión Klein Sacks para contener la espiral inflacionaria, volvían más crítica la situación de los trabajadores (6).

En Valparaíso se había conformado un Comando Contra las Alzas integrado por la CUT, federaciones universitarias y de secundarios, trabajadores portuarios y los partidos políticos del Frente de Acción Popular, el Radical, y la Falange Nacional. Este comando diseñó un plan de acciones que se inició con mitines el 27 de marzo y culminó con marchas y un mitin no autorizado en la Plaza O’Higgins. La policía disparó contra los manifestantes, matando a uno de ellos y dejando numerosos heridos. En respuesta, el Comando llamó a paros que el 2 de abril detuvieron completamente la producción en Valparaíso.

En Santiago, en cambio, la organización era más precaria. No había Comando y los partidos no tuvieron mayor protagonismo. La lucha fue iniciada por los estudiantes universitarios y secundarios. El 1° de abril desafiaron a los carabineros cantando, formando rondas y gritando consignas contra la carestía. Por la noche la represión policial aumentó, disparando e hiriendo manifestantes. Entre ellos, murió la estudiante de enfermería Alicia Ramírez.

La noticia de este asesinato generó una gran indignación, intensificando las protestas, y la policía no tuvo capacidad de contener a los manifestantes. Hubo destrucción de alumbrado público, ataques al Congreso, a medios de comunicación y saqueos al comercio especialmente en el centro. Carabineros fueron retirados y reemplazados por tropas del Ejército, que demoraron 3 horas en alcanzar un control precario, usando el toque de queda. Por la noche, gran cantidad de personas se movilizaban desde diversas poblaciones y recorrían barrios por Estación Mapocho, San Diego, San Miguel, Plaza Chacabuco, Barrio Matadero, entre otros.

Las organizaciones estudiantiles rechazaron los actos vandálicos y los saqueos y se consideraron sobrepasados. El jueves 4 de abril hubo un fuerte temblor por la mañana; las manifestaciones violentas disminuyeron, y el viernes 5 el Gobierno creó una comisión para revisar las tarifas de la locomoción colectiva, para luego enviar un proyecto de Facultades Extraordinarias que fue aprobado por la mayoría del Congreso, con la sola oposición del FRAP y el Partido Radical, con lo que pudo detener, encarcelar y relegar a decenas de opositores. Producto de la represión hubo 21 muertos, cerca de 500 detenidos –muchos de los cuales fueron luego relegados- y un número indeterminado de desaparecidos.

Incomprensible en su momento, el movimiento dejó a casi todos los actores políticos sin respuesta. Solo la reacción, violenta en extremo, del gobierno pudo aplacar la fuerza de estallido. A pesar de la intensidad, violencia y el gran número de muertos y heridos, los sucesos de 1957 no tuvieron grandes repercusiones institucionales. (7)

Hay numerosos elementos comunes entre estos dos eventos y los actuales sucesos. Una situación económica precarizada, el malestar social, el alza de la locomoción colectiva como gatillante. Los estudiantes encabezan las primeras expresiones de descontento, que luego se materializan en agresiones a los servicios de transporte: las “micros” y el Metro. La explosión social que viene después también supera a la convocatoria inicial y se integran diversidad de sectores sociales, sin conducción propiamente tal de partidos políticos, con alguna presencia de organizaciones sociales, y con gran violencia hacia símbolos del poder. El descontrol atemoriza a las autoridades políticas quienes desatan la represión desproporcionada presentándola como la única alternativa de control.

Como el actual, los estallidos del 49 y el 57 dejaron en evidencia el descontento social y la incapacidad de la mayor parte de la corporación política civil, para dar respuestas a ese descontento. Los tres estallidos también tienen en común las expresiones de violencia que surgen de la injusticia social. Injusticia que para los sectores dominantes solo se hace visible cuando surgen las agresiones a los símbolos de los abusos. También es compartido por los tres estallidos la respuesta es violenta del Estado en nombre del orden. Por último, se verifica el elemento común de la falta de conducción política que limita la capacidad de negociar imponiendo las demandas del movimiento.

Hay también importantes diferencias. En el siglo XX, la respuesta represiva le permitió al gobierno recuperar el control de la situación, con costos de vidas y detenidos para los manifestantes. Ahora, a pesar de la represión, las manifestaciones del 2019 continúan, extendiéndose por más de una semana; lejos de disminuir una vez que el gobierno declara el estado de emergencia, se replican por toda la ciudad y por todas las ciudades. Es primera vez que las expresiones colectivas de descontento no se limitan a las grandes ciudades, ni sólo a ciertos barrios de ellas. Por cierto, la represión ha tenido características muy particulares: estando los militares en las calles parecen cuidarse de no usar el armamento de guerra de manera visible, dejando a carabineros los disparos con perdigones, la mayor parte de las palizas y la captura de manifestantes. Decimos “parece”, porque los relatos sobre la violencia y tortura indican que no se trata de menos represión, sino de no visibilizar el castigo, pese a lo cual el balance habla irrefutablemente de Graves Violaciones a los Derechos Humanos con responsabilidad política directa de los gobernantes.

La capacidad de respuesta del gobierno, en manos de una derecha endurecidamente sorda a las señales sociales de los “otros”, ha sido de tal ineptitud que por extendidos momentos no ha existido institucionalidad. Atrapado por la historia, no cuenta con la posibilidad de reprimir abiertamente (como sin duda gustaría) y se ve obligado a agazaparse en las mismas formas de violencia estatal practicadas por la dictadura: asesinato de manifestantes, secuestro de opositores y muy probable habilitación de lugares secretos de detención y tortura.

Por otro lado, la notable capacidad del pueblo chileno para coordinarse mediante las redes sociales solo se explica por la experiencia adquirida desde el 2006. El estallido actual hay que entenderlo en el continuo de movilizaciones sociales que se han desarrollado desde entonces, involucrando diversidad de nuevos y antiguos actores y formas de lucha. Desde la barricada a la cicletada, desde el panfleto al whatsapp. Todo ello es buen indicador de la densidad cultural que han ido adquiriendo las luchas sociales, expresada también en la recuperación e innovación en las expresiones artísticas de la protesta.

La ausencia de la tradicional “conducción política” está siendo reemplazada por la capacidad de la propia sociedad civil de generar propuestas comunes. Cabe esperar que sean las innumerables organizaciones de base, locales o por demandas específicas, las que puedan ser la trama donde se empiece a configurar una propuesta social y política que, por primera vez en nuestra historia, sea lo que las personas que trabajan y hacen sociedad, desean para sus vidas.

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(1) Jocelyn-Holt, Alfredo (1999). El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar, Planeta/Ariel, Santiago. Pp. 194-195.
(2) https://radio.uchile.cl/2019/10/17/aces-por-evasiones-en-el-metro-demostramos-la-indignacion-colectiva-que-existe/
(3) http://piensachile.com/2019/10/pdte-pinera-estamos-en-guerra-contra-un-enemigo-poderoso/
(4) Palma, Daniel (2005). La “Revolución de la Chaucha”. Santiago de Chile,16 y 17 de agosto de 1949. Alternativa, Revista Trimestral del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz. ical@ical.tie.cl • www.ical.cl. Santiago de Chile.
(5)  Palma, op. Cit.
(6) Milos, P. (2007). Historia y memoria: 2 de abril de 1957. Lom Ediciones.
(7)  Contratapa de Milos, P. (2007). Historia y memoria: 2 de abril de 1957. Lom Ediciones.