Vivir con miedo

Vivir con miedo

Entre los días 13 y 15 de noviembre recién pasado, se realizó el XIV Congreso Chileno de Psicología, organizado por la Universidad de Tarapacá (UTA), en la ciudad de Arica. Dada la situación que vive nuestro país, a casi un mes del inicio de protestas masivas y extendidas a lo largo de todo el territorio, se nos invitó a repensar nuestras presentaciones para contribuir, desde nuestro ámbito de conocimiento, a la reflexión sobre el contexto actual. Asumimos el desafío entonces de contribuir con una de nuestras presentaciones (titulada “Del laboratorio a la clínica de los trastornos de ansiedad: un modelo asociativo de su etiología, tratamiento y recaídas”) al análisis, a partir de los resultados de la investigación en procesos básicos de aprendizaje, de uno de los fenómenos que a nuestro juicio representa una de las mayores amenazas –en el corto, mediano y largo plazo- para la salud mental de la población, a saber, “vivir con miedo”.

Desde el 18 de octubre del presente año, día que se señala como el inicio del estallido social en Chile, gran parte de la población ha estado expuesta o ha experimentado diversas situaciones de violencia en vivo, a través de la televisión, de las redes sociales, y/o recogiendo las experiencias de familiares, amigos, miembros de la comunidad, etc., las cuales se presentan en medio de una gran cantidad de claves contextuales: gritos, caceroleos, disparos, olor a bombas lacrimógenas e incendios, canciones, clamores, sonido de balizas, sirenas, carros lanza agua y los distintos artefactos usados por carabineros y sus fuerzas especiales, incluyendo a las personas que visten el nombre de la institución, jóvenes encapuchados y un sinfín de etcéteras.

Los estudios sobre aprendizaje asociativo nos señalan que dichas claves contextuales se asocian a la violencia experimentada en forma directa o vicariamente, adquiriendo la capacidad de generar miedo por sí solas en el futuro. Así, es muy probable que más adelante, aun reestablecida la calma en el país, sentir olor a humo, escuchar gritos, escuchar las balizas de las fuerzas de orden, etc., nos evoquen los malos recuerdos de las situaciones vividas en estos días y volvamos a sentir miedo, aun cuando prontamente, y así esperamos que sea, dejen de representar una amenaza real.

Aprender a temer a ciertas situaciones que antes no provocaban miedo cobra especial relevancia en una población que uno podría hipotetizar que es vulnerable a este tipo de aprendizaje dada su historia reciente. Las sistemáticas violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura cívico-militar liderada por Augusto Pinochet durante los años 1973 y 1989, se configuran como eventos traumáticos tanto para quienes las vivieron directamente, para quienes padecieron el dolor ajeno y/o de la pérdida de un ser querido, y para quienes son hoy víctimas de un sistema que, aparentemente, le robó la dignidad a las personas. Lo anterior se desprende de la investigación reciente sobre diferencias individuales en el aprendizaje del miedo, la que nos muestra que personas con experiencias traumáticas o algún tipo de vulnerabilidad para el desarrollo de trastornos de ansiedad son más propensas a adquirir miedos robustos ante situaciones que se asocian a amenazas reales, del mismo modo, les es más difícil disminuir dichos miedos aun cuando reciban el tratamiento adecuado.

Uno de los tratamientos más efectivos para abordar los miedos clínicos es la terapia de exposición, que involucra una exposición graduada y sistemática al objeto o situación temida. Este procedimiento genera un nuevo aprendizaje. Se aprende que en condiciones normales (no en las condiciones actuales en que tener miedo es normal e incluso adaptativo), la probabilidad de que las claves contextuales sean el preámbulo de una situación peligrosa, es más baja que la probabilidad de que no lo sean. Sin embargo, este nuevo aprendizaje no borra el aprendizaje inicial, la experiencia traumática, la que puede volver a la memoria bajo diversas circunstancias. Esto permite explicar por qué personas que vivieron eventos traumáticos asociados a la dictadura hace incluso más de cuarenta años atrás, podrían hoy estar experimentando un fuerte malestar psicológico debido a que, las claves contextuales que están presentes en estos días, los llevan a revivir el miedo e incluso a experimentar lo que algunos llaman re-traumatización.

Una buena forma de abordar los miedos adquiridos fuera de un contexto terapéutico es pensar en las situaciones, trayendo a una conversación el recuerdo de una situación temida, visitando los lugares asociados al peligro en ausencia de amenazas reales y si es necesario en compañía de alguien de confianza. De esta forma la reacción emocional gatillada por estas situaciones debiera disminuir progresivamente. Evidentemente si esto no ocurre de manera natural lo más apropiado sería consultar con un/a especialista para afrontar el problema.

Lamentablemente, por estos días, no nos queda más que vivir con miedo, las amenazas persisten y son reales. El miedo tiene una función adaptativa y nos protege, nos lleva por ejemplo, a usar antiparras para ir a una marcha o a huir cuando el peligro es inminente. Sin embargo, el miedo no mata, mientras que si lo hacen las condiciones indignas en las que vive una parte importante de nuestros compatriotas.