Opinión:

"¿Y el arte cuándo?: La crítica situación de los trabajadores de la cultura", por Diego Parra

Opinión: ¿Y el arte cuándo?", por Diego Parra
"¿Y el arte cuándo?: La crítica situación de los trabajadores de la cultura", columna de opinión del crítico y profesor del Departamento de Teoría de las Artes, Diego Parra.
"¿Y el arte cuándo?: La crítica situación de los trabajadores de la cultura", columna de opinión del crítico y profesor del Departamento de Teoría de las Artes, Diego Parra.

Hace unas semanas fue publicado el primer catastro de trabajador@s de las artes visuales, realizado para diagnosticar la realidad económica del sector frente a la actual pandemia de covid-19. El estudio fue hecho por la Plataforma de Artes Visuales (PAV), que agrupa a distintas asociaciones vinculadas a artistas, mediadores, críticos, investigadores, etcétera. Sus resultados son de entrada dramáticos, puesto que rápidamente dan cuenta de un sector altamente precarizado a nivel laboral (33.7% declaró desarrollar trabajos informales y el 15.1% estar a contrata), y con un nivel de ingresos bajo (el 31% gana entre $301.000 y $500.000).

¿Qué ocurre con un sector productivo tan disminuido al momento de ingresar a una crisis, como la que está generando la covid-19? Para entender mejor esta pregunta, hay que destacar que las fuentes de trabajo propias de la mayoría de los agentes culturales provienen fundamentalmente del desarrollo de proyectos de tiempo limitado, ya sean independientes (como los desarrollados por fondart) o asociados a instituciones (como municipalidades, ong’s o fundaciones), y para que este tipo de actividad se haga efectiva se requiere una relativa normalidad en el funcionamiento de todo. Hoy, a más de un mes de la declaración de estado de catástrofe y que se iniciaran distintas cuarentenas “selectivas”, la mayoría de estos proyectos se han visto modificados, recortados, pospuestos o derechamente cancelados. Entonces, no es solo la salud la que peligra frente a esta crisis, sino que también los limitados ingresos económicos que son justamente los que permiten tomar las medidas de resguardo que la autoridad sanitaria recomienda. Dicho de modo simple, sin dinero no se puede mantener aislado en el hogar y se hace obligatorio salir a exponerse para conseguir algún ingreso.

Quizá alguien podría argüir que es responsabilidad exclusiva del trabajador regularizar su situación laboral y económica, mediante la preocupación de ahorrar cuando se gane bien y buscar “buenos” trabajos donde se pueda gozar de los derechos laborales mínimos que todo trabajador contratado tiene (versus la intemperie en la que vivimos aquellos que “boleteamos”). Pero esa respuesta desconoce la realidad del circuito artístico (no solo local, sino que internacional también), donde tanto la producción de obra, así como la escritura y las investigaciones se desarrollan mediante proyectos con horizontes temporales limitados, en una sucesión infinita de “eventos” que organizan el año de un agente artístico de acuerdo con convocatorias y fechas importantes conocidas con antelación. Pongamos como ejemplo la preparación de una exposición, donde l@s artistas dedican trabajo específicamente a una propuesta con deadline claro, y generalmente con un presupuesto ajustado a conseguir las obras para una determinada fecha. Ese artista trabaja de modo exclusivo para una fecha, que probablemente sea una de las dos grandes actividades que desarrollará en el año, y según la cual organizará sus respectivas finanzas. Lo mismo ocurre con investigadores que trabajan generalmente en proyectos algunos meses, hasta un año o dos máximo. Si un trabajador programa a inicios de año su actividad así, cualquier acontecimiento que clausure espacios, obligue a recluirse y, además, a gastar en ítems extra no planificados, significará una fragilización profunda de su vida.

Frente a este complejo sistema de producción, países como Francia, Alemania e Inglaterra decidieron apoyar económicamente a este sector mediante políticas públicas dirigidas, comprendiendo que las peculiares condiciones laborales de los agentes culturales les hacen más afectos a la inestabilidad en este contexto. En estos países, es importante mencionar, hay una mayor organización colectiva de los trabajadores culturales, cuestión que los hace más fácil de reconocer a la hora de planificar políticas de ayuda, cuestión que aquí no ocurre, dada la alta atomización del sector que tiende a desconfiar de la asociatividad y opta por fomentar el trabajo individual (fenómeno en parte explicado por el incentivo perverso de la concursabilidad propia de los Fondos de Cultura). Eso no debería ser una excusa para el Estado a la hora de formular proyectos que vayan a asistir a una población altamente precarizada, pero que sin embargo contribuye mediante impuestos al erario, como cualquier otro ciudadano o empresario. ¿Qué acaso los artistas y sus mediadores no merecen también un salvavidas, como se ha hecho con algunos deudores bancarios, las pymes y otros?

Hasta hoy, no existen posibilidades de ayudar a artistas y mediadores desde el Estado, puesto que no hay herramientas legales y tampoco catastros que permitan discriminar a la hora de distribuir las posibles ayudas. Pero al mismo tiempo, hay otro elemento que es el que alimenta en el fondo la precariedad laboral que aqueja al sector, y es la baja valoración del arte y la cultura en nuestra sociedad. Ya vimos las desagradables reacciones que generó en cierto sector el anuncio de la ministra de las Culturas sobre redirigir $15 mil millones del presupuesto de su cartera hacia algún proyecto vinculado con la actual crisis por la que pasa el sector artístico. Se dijo que no era momento de dedicar dinero a “frivolidades” habiendo tantas necesidades “urgentes”, así como también se habló de la identificación política de la mayoría de los artistas, que no los haría merecedores de recibir ayudas (ya que habrían apoyado la revuelta popular de octubre pasado). Obviando los débiles argumentos, lo que emergió ahí es un total desprecio al trabajo artístico e incluso una impugnación a la propia condición de trabajo de la producción artística (esto es lo que sustenta la idea de que hacer arte es un “hobby” o que aquello que se hace “por amor al arte” es forzosamente sin remuneraciones). Y esto viene también del propio Estado, que de acuerdo a lo que informa sobre esta redirección de recursos, apuntaría a favorecer el consumo cultural, pero no a ayudar económicamente a sus productores. Es decir, al Estado le urge más aumentar el consumo de bienes culturales (cuestión difícilmente mensurable), que generar rescates económicos a quienes producen tales bienes. Quizá el actual gobierno juzga que la actividad cultural es algo que simplemente aparece y nadie produce, por lo tanto no es un asunto que merezca mayor atención; o tal vez considera –como se suele decir– que trabajar en arte y cultura es un tema para privilegiados, y por lo mismo, sus agentes no necesitan ayuda.

De cualquier modo, pareciera que entre los proyectos caídos, los despidos, la reclusión y la recesión que se viene (confesada por el propio gobierno), la ya grave precarización laboral que aqueja a l@s trabajador@s del arte seguirá creciendo y profundizándose, si no se generan programas sectoriales que atiendan a la especificidad del campo artístico. Y tal solución solo puede llegar en la medida que los múltiples agentes que conforman al sector, ya sean artífices o mediadores, logren asociarse de modo que ni el Estado ni el mundo privado sigan usufructuando de una masa de trabajadores que por un lado, desconocen sus derechos, y por otro, no tienen la fuerza colectiva para hacerlos valer al no participar de gremios, sindicatos o asociaciones. Un sector atomizado e individualista como el nuestro tiene pocas herramientas para dirigirse al Estado a pedir ayudas, y ni este gobierno ni cualquier otro dará prioridad a nuestras necesidades si no tenemos capacidad de organización mínima. Hoy más que nunca parece que repolitizar nuestras prácticas pasa por el colectivo, por formas de imaginar el seguir viviendo en conjunto y organizados para reclamar lo que por derecho nos corresponde, más que por seguir idealizando una supuesta “autonomía” del Estado que esconde por sobre todo la comodidad de un individuo aislado.