Opinión:

Fernando Carrasco, decano y Quilapayún: "La Unidad Popular se vistió de canción"

Decano Fernando Carrasco: "La Unidad Popular se vistió de canción"
"Cuando ganó Allende no tenía mucha capacidad para comprender lo que estaba pasando", señaló el decano de la Facultad de Artes, prof. Fernando Carrasco.
"Cuando ganó Allende no tenía mucha capacidad para comprender lo que estaba pasando", señaló el decano de la Facultad de Artes, prof. Fernando Carrasco.
"Para mí, grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Illapu y otros que formaron parte de lo que en un momento llamamos 'La nueva canción Chilena'", sostuvo el académico del Depto. de Música.
"Para mí, grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Illapu y otros que formaron parte de lo que en un momento llamamos 'La nueva canción Chilena'", sostuvo el académico del Depto. de Música.
"Si tuviera que hacer un resumen pasado el tiempo, diría que los de la Unidad Popular fueron los años más felices de mi vida", concluyó.
"Si tuviera que hacer un resumen pasado el tiempo, diría que los de la Unidad Popular fueron los años más felices de mi vida", concluyó.

Poética de la UP

Cuando ganó Allende no tenía mucha capacidad para comprender lo que estaba pasando. Por entonces vivía con mis abuelos en el pequeño pueblo de Quirihue, y a pesar de que este tipo de celebraciones no llegaban tanto hasta allá, venía desde hacía un tiempo entendiendo la realidad de otra manera. Por esos días escuchaba ya la música de Violeta Parra y estaba inmerso en un proceso de aprendizaje que no era parte de lo que se difundía mayoritariamente en diarios, revistas y diarios. Comencé a sentir una total empatía con lo que se estaba armando en términos de proyecto político, social, cultural.

A Santiago llegué en el 72, con la idea de integrar todo lo que estaba ocurriendo con los nuevos movimientos de la cultura. Todo era muy bello, tenía una poética y fue por esto que comencé a acercarme a la Unidad Popular. Lo hice por el lado de la música, sobre todo en virtud de lo que estaba apareciendo en relación a la Nueva Canción Chilena: Pedro Yáñez, Eduardo Carrasco, el mismo Víctor Jara y mucha otra gente que en ese tiempo estudiaba o trabajaba en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, donde acababa de ingresar.

El artista y profesor Fernando Carrasco fue invitado a los elencos de Quilapayún a inicios de los 70, cuando estudiaba pedagogía en Educación Musical en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, la misma donde actualmente se desempeña como decano. Más tarde se uniría definitivamente y sin fecha de término a esta, una de las bandas chilenas que con una trayectoria de más de 50 años sigue totalmente vigente. Aquí, algunos de sus recuerdos.

Por siempre Quilapayún

Conocí a Eduardo Carrasco mientras yo cursaba pedagogía en Música. Él era uno de los fundadores de Quilapayún y se estaba formando por ese entonces en composición. Un día me escuchó tocar quena en una sala y me invitó de inmediato a participar en un grupo que ampliaba sus posibilidades escénicas y en el que, pese a las intermitencias, me quedaría para siempre. El grupo era Quilapayún, y estaba por ese entonces generando nuevas iniciativas de trabajo con más personas y un elenco mayor. Eran distintos Quilapayún que aprendían el mismo repertorio, hacían cosas muy similares y podían estar en distintos lugares porque el grupo original no daba abasto. Estuve unos meses, me entusiasmé, y después dejé por un tiempo el elenco para sumarme a otros proyectos.

Trabajé en La población junto a Víctor Jara, y después en El oratorio de los trabajadores, con Jaime Soto y Julio Rojas. También trabajé en la Peña de los Parra con Los Curacas. Hice muchas cosas en muy poco tiempo porque era una época llena de iniciativas y se requería mano de obra para levantar todos los proyectos. A diferencia de lo que ocurre hoy, el “derecho de autor” no existía, no tenía importancia. Todos trabajábamos en equipo y a nadie le importaba si le pagaban o no, o de quién era la obra que estábamos haciendo. En general, todas las obras que estaban surgiendo se abordaban así, colectivamente, en una tarea mancomunada que surgía desde el taller.

En La Población, por poner un ejemplo, todas y todos los que participábamos éramos muy creativos: estaban Pedro Yáñez, la Isabel Parra, la gente del grupo Huamarí y de Cantamaranto, entre otros. Lo que hacía Víctor (Jara) era que traía un esqueleto, un esquema, y todos los demás lo arropábamos con las ideas y los conocimientos que teníamos.

Embajadores culturales

Para mí, grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Illapu y otros que formaron parte de lo que en un momento llamamos La nueva canción Chilena produjeron realmente un encuentro hermoso al interior de un Chile fracturado. Un encuentro entre los que estaban afuera y los que estábamos acá, lo que evidentemente aportó a la reconstitución de nuestra memoria, que estaba muy entrecortada. Los integrantes fundadores conocen muy bien el panorama de Chile desde dentro, desde fuera, y por cierto, desde antes del golpe. En ese sentido, que hayan sido nombrados embajadores culturales de la UP es algo trascendental porque el mismo presidente Allende traspasó mucho de sus políticas a través de las canciones, del canto, de la cultura, de la pintura y de la poesía. El arte y la cultura estaban absolutamente ligados al pensamiento de la mujer y el hombre nuevo, algo esencial para el Chile que se quería construir. La Unidad Popular se vistió de canción y hay un montón de hechos que así lo demuestran. Ha quedado en la construcción de esa memoria que se fracturó el 11 de septiembre de 1973.

Un proyecto colectivo

Si tuviera que hacer un resumen pasado el tiempo, diría que los de la Unidad Popular fueron los años más felices de mi vida, donde me sentí parte de la construcción de un mundo distinto, de un mundo nuevo. Y lo mejor de todo: sin que fuera un proyecto individual, sino un gran proyecto colectivo, hecho con otras y otros. Era una poética nueva, algo que se respiraba en el aire. Esos tres años me fueron útiles para sentirme realmente, de manera sincera, un ciudadano importante, alguien que hacía cosas valiosas y trabajaba en comunidad. Nunca me sentí solo, como me siento ahora y como me sentí durante mucho tiempo, sobre todo por las cosas tan tristes que ocurrieron después del golpe de Estado. El cambio fue brutal: de esos días terribles nació la idea de la sobrevivencia y la de tener que ser el cuidador de uno mismo. Antes de eso yo me sentía seguro, no tenía miedo, me bastaba con encontrarme con los demás para construir.

Esa era la tónica de mi experiencia en esos años tan importantes, esos años que nunca voy a olvidar y que llevo en el corazón hasta el día de hoy. Es cierto, de alguna manera me quedé pegado a esa época, y todo lo que siguió después no fue más que rememorar ese mundo que perdimos. Tuvo que pasar mucho tiempo –¡cincuenta años!– para que algo de aquello se recobrara con el nuevo estallido social. Lo del 18 de octubre no ha terminado. Es algo que está latente, hay una nueva alegría, otro ánimo, y estoy seguro que traerá nuevas cosas para este país, ya las está trayendo. Está esa energía que uno siente de nuevo en las calles, y no estamos solas, no estamos solos: la humanidad ha vuelto a importarnos y ni siquiera esta pandemia da atisbos de poder borrar lo que estamos consiguiendo.