¡Defienden a un caballo muerto! Sobre el nacimiento de los símbolos

¡Defienden a un caballo muerto! Sobre el nacimiento de los símbolos

Vociferaba un ciudadano en torno al monumento de Baquedano “¡Defienden a un caballo muerto!”. ¿Qué nos dice esta exclamación? Quizás sea esto: que los símbolos de Chile se están anquilosando de tal manera que ya no sostienen el presente.

Pensemos un poco más el asunto: ¿para qué sirven los monumentos? Ellos son símbolos de un pasado, ayudan a crear una concepción de unidad nacional y a generar un sentir común en torno a una representación de un acontecimiento que habitualmente se considera heroico. Unen el pasado con el presente de una colectividad que se identifica con ellos.

Los símbolos han sido utilizados para reunir y generar lazos, crear puentes entre los individuos, los grupos sociales y las instituciones. La etimología misma de la palabra alude a un objeto (normalmente de arcilla) partido en dos, que permite a dos seres (que han de separarse) reconocerse al momento de su reencuentro del compromiso o deuda adquirida.

Entonces, queda claro que los símbolos son extremadamente importantes para la constitución de una unidad e identidad personal y colectiva. Y queda en evidencia también que los símbolos no son estáticos ni pueden permanecer indemnes ante el paso del tiempo. Por el contrario, son dinámicos y nuestra relación con ellos cambia según los significados del presente.

No son sólo objeto de la historia, además son interpretados y reinterpretados según las fuerzas de la memoria, en permanente reconfiguración.

Si los símbolos ya no se reconocen en la memoria individual y colectiva, entonces ellos se oxidan y se deterioran. En vez de lucirse se muestran como figuras obstinadas que se resisten al paso del tiempo. Anquilosados pierden su vigencia y se transforman en un obstáculo para el ejercicio de recordar, así como para proyectarse al futuro.

¿Qué debemos hacer con los símbolos, es decir con las palabras que nos vinculan con otros? Sin duda no se trata de desecharlos, pero tampoco se trata de conservarlos y acumularlos con un afán vigilante para replicar una historia que ya no hace sentido para el presente.

Se pueden mudar y transformar, no cabe duda. Y ello no es violencia, no es deprecio por las generaciones precedentes. Ello es tan solo un reclamo del presente para permitir reconstituir un lazo social, que ya no resiste ser sostenido por cuerdas que no encuentran anclaje en las representaciones del hoy.

La hiperabundancia de la memoria no puede ser obstáculo para reprimir los símbolos (palabras, representaciones, obras de arte, etc.) que pujan por nacer, que quieren ver la luz en un presente que ha perdido su conexión con el pasado, y donde los actos de fuerzas y las luchas imaginarias son las chispas y estrellamiento de lo pretérito con lo que está por nacer.

¿Qué debemos hacer? Tan sólo permitir la conformación de nuevos símbolos, dar un lugar a los de antaño en otros espacios para permitir que germine una nueva semilla. ¿Ello asegura que se terminarán las luchas y el ejercicio de la violencia? Podemos responder que esto no basta por sí solo, pero abrirse a la invención del presente podrá permitir que aquellos que se sientan convocados por los nuevos brotes, puedan crear el almácigo para que germinen. Lo que está por nacer son nuevos ciudadanos y nuevos grupos que están por instituirse y que están deseosos de participar de un acto de creación. Las fuerzas renovadas permitirán reorganizar las fuerzas ágiles, frenéticas y vivas de una sociedad que está en búsqueda de nuevos emblemas que los puedan representar, habitar y, por fin, hablar.
¿Es tan difícil para los poderes instituidos permitir que los procesos históricos puedan desarrollarse sin tener que derramar sangre propia, vistas arrebatadas para siempre, luchas fratricidas que pierden toda racionalidad o sentido, hasta que la destrucción dé lugar a una nueva y obligada reconstrucción?

El desafío es claro, permitir la reinterpretación del pasado gracias a la reflexión sobre el presente, la cual se puede traducir en nuevos símbolos. No es ni más ni menos de lo que, como una constante, ha acompañado la historia de la humanidad en su intento de unir el pasado con el presente, que, en otros términos, es el vínculo de la memoria con el acontecimiento.