Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor

Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor
Biblioteca del Departamento de Teatro. Fotografía de Lucía Espinosa.
Biblioteca del Departamento de Teatro. Fotografía de Lucía Espinosa.

Nombres, papeles, colores, cajas, tipografías, lomos, solapas, imágenes de portada: son algunos de los elementos que están en los libros impresos, perennes y fascinantes en la medida en que cruzan el mundo de los vivos con el de los muertos. Los libros destruyen esos límites y escribir, como decía Lihn, es siempre una manera de vivir más allá de la vida. Por supuesto que a lo largo de la historia, de las tablillas a los papiros y de los pergaminos a la revolución de Guttenberg, los libros sufrieron modificaciones, cambiaron sus soportes, sus distribuciones, sus formas de ser concebidos y reproducidos, y por supuesto que no pocas veces se vaticinó su desaparición, alentada por tenebrosos poderes o extraída con inocencia de una técnica de desplazamiento de los públicos masivos hacia formatos más novedosos. Sin embargo persisten, siguen ahí; forjan un mundo paralelo, hecho de anécdotas impalpables o pequeñas teorías que llaman a una nueva sublevación. En una tesis reciente, minuciosa y brillante, Isidora Sims le recuerda al lector que “el libro se ha utilizado no solo con el propósito de sostener textos, sino también con una finalidad artística (…), separándose de su estructura tradicional con el fin de expandirse a otros formatos”. Corren días de encierro e incómodos enclaustramientos, y los libros viajan por nosotras, cosen las latitudes y conforman una memoriosa serpiente de papel. Una parte del sistema universitario -y de la investigación profesionalizante- llama a no tenerlos tanto en consideración, privilegiando la discreta circulación de artículos indexados por sobre los libros que tantas y tantos escribimos de madrugada, entre horas, con inexplicable fervor y misteriosa pasión por un efecto desconocido. Es de esperar que este fervor, esta pasión misteriosa sigan su curso y no claudiquen, que los libros sigan migrando de los anaqueles a las manos de la lectora abierta y curiosa. Hoy es su día, el día internacional del libro, y la Facultad de Artes de la Universidad de Chile no puede dejar de cursarle un súbito y breve homenaje. Aquí estamos, la extensión y las comunicaciones serían muchísimo más difíciles sin ese milenario medio de transporte de las ideas, las memorias y los pensamientos. 

Artes Extensión UChile

El libro del día

Un amigo tenía la costumbre de leer el periódico al revés, comenzaba desde la última página y avanzaba retrocediendo hasta la portada que, no obstante, era lo que primero veía y leía. Iba de la portada a la última página y de ésta a la editorial y los titulares. Pero el periódico es de suyo un dispositivo de lectura constelada que se puede leer en todas las direcciones, saltando de enunciado en enunciado y de título en título, subiendo y bajando las páginas, sin un trazado prestablecido. Ignoro si mi amigo leía los libros de la misma forma, de modo que cualquier página podía ser la primera y cualquiera la última. Porque también tenía la costumbre de escribir en fragmentos, lo cual hace suponer que su lectura pudo ser igualmente fragmentada, seccionada, desmontada y constelada. 

Tengo la sensación de que todos los días podrían ser el día del libro y me gusta la idea de pensar en “los libros y los días”, como “los trabajos y los días” o “los placeres y los días”. El libro, que siempre es plural en su hilván con nuestra marca biográfica, es decir con la escritura lenta de los días. Así la vuelta al día en ochenta libros o la vuelta al libro en ochenta días. Porque del libro, aunque sea en un día, en sus más complejas y diversas dimensiones, está ligado con la lectura y la escritura, dos de las prácticas decisivas en la historia de la humanidad y en la historia personal. El libro, la lectura, supone la inscripción del lector y del escritor, la firma, la producción y el mercado, la colección, la enajenación, el olvido y el placer. 

Hacia 1934 Tomás Lago escribía: “lo mismo que con los paños o los vidrios, sucede con los libros”, yo pienso que al menos dos cosas permanecen todavía ligadas al libro y la lectura: la naturaleza material y la experiencia de los signos. La lectura es un arte de la microscopía y de la perspectiva, asunto de óptica y de luz, dimensión de la física del papel o del cristal (R. Piglia).    

Un texto, ya sea canónico u ordinario, depende de las formas que lo dan a leer, de los dispositivos propios de la materialidad de lo escrito. Así, por ejemplo, para los objetos impresos: el formato del libro, la construcción de la página, las divisiones del texto, la presencia o no de imágenes, las convenciones tipográficas y la puntuación. (R. Chartier)

Cuando se pasa de la literatura que se escucha a la literatura que se lee, se realiza un acto importante y peligroso. No son pocos los que pierden, creo, una gran proporción de su placer; desde ese momento leen únicamente con los ojos y nunca más vuelven a oír la melodía de las palabras bellas o la marcha del período majestuoso. Pero es un acto peligroso para todos; implica madurar; se podría decir que es un segundo destete. En el pasado elegían los demás; elegían, asimilaban, leían en alta voz para nosotros y cantaban en el tono adecuado a su voz, los libros de la niñez. En el futuro sólo podemos acercarnos a las silenciosas, inexpresivas letras de imprenta, como pioneros; y la elección de nuestras lecturas, de ahí en adelante, depende de nosotros. (R. L. Stevenson) 

De modo que, cualquiera que sea la entrada en un libro, desde el final, desde el comienzo o desde cualquiera de sus páginas, aún podemos tener la posibilidad de preguntarnos ¿en qué dirección, hacia qué horizonte nos lleva la lectura?

Gonzalo Arqueros, académico de la Facultad de Artes