Entrevista de Palabra Pública

Silvia Federici: "El Cono Sur está trayendo al mundo la lucha de las mujeres"

Silvia Federici: "El Cono Sur trae al mundo la lucha de las mujeres"
La académica, escritora y activista feminista Silvia Federici. Crédito: Analia Cid.
La académica, escritora y activista feminista Silvia Federici. Crédito: Analia Cid.

En "Reencantar el mundo. El feminismo y la política de los comunes" (2020), Silvia Federici (Parma, Italia, 1942) dice que su principal preocupación en este libro es “demostrar que el principio de los comunes, tal y como lo definen actualmente feministas, anarquistas, ecologistas y marxistas no ortodoxos, contrata con el supuesto que comparten los desarrollistas, los aceleracionistas y el propio Marx sobre la necesidad de privatizar la tierra como vía hacia la producción a gran escala y sobre la necesidad de la globalización como instrumento para la unificación de los proletarios del mundo”. Ese párrafo y, por supuesto, todo el libro y los anteriores, han sido un camino para quienes transitamos en el aprendizaje feminista, intentando decolonizar incluso el feminismo occidental. Por eso, cuando decidí entrevistarla, pensé en las innumerables veces que la he citado en clases y en esos días en que en Valparaíso y Santiago, antes de la revuelta, estuvo en Chile compartiendo con jóvenes de todas las edades.

Silvia Federici es feminista al pie de la calle, no de salón. Trabajó durante años enseñando en Nigeria y ha promovido que es un derecho que el trabajo doméstico sea reconocido y remunerado. Se considera autónoma dentro de la teoría marxista y ha creado escuela, con una obra marcada por textos como "Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria" (2004); "Revolución en punto cero: trabajo doméstico y luchas feministas" (2013), "El patriarcado del salario" (2018) y "¿Quién le debe a quién? Ensayos transnacionales de desobediencia financiera", publicado junto a otras autoras en julio de 2021.

Hablamos largo de la vida en casa, del teletrabajo, de los huertos urbanos, los gestos de humanidad, las luchas, el racismo y los enclaves patriarcales que, como la deuda, determinan la existencia y aceleran la máquina, expulsando cuerpos, amenazando las vidas. Ella es parte de una trenza larga de mujeres que durante el siglo XX y mucho antes, desde las trincheras de la furia y el cariño, hoy salen a la calle nuevamente. Este es parte del diálogo que entablamos para Palabra Pública.

En Reencantar el mundo… la política de los comunes es la clave del giro cultural. En Chile, esa disputa está presente en nuestro proceso constituyente, y está en la propia izquierda, dividida entre los desarrollistas aceleracionistas y quienes estamos por el lado de los comunes, en esa interseccionalidad antirracista, antipatriarcal y antineoliberal. ¿Cómo lo ves tú?

—Veo que desarrollo es violencia y ahí podemos hablar de 500 años de evidencias, de expulsión, privatización de tierras, destrucción de comunidades. Hoy, “desarrollo” significa expulsar a personas u obligarlas a estar en sus tierras, pero como trabajadores dependientes, no como gente que puede disfrutar de la riqueza natural. El plan es poner todo en cuestión de dependencia: que podamos ser despedidos cuando ellos quieran, que nos den el salario más bajo, y también concentrarnos en las ciudades donde nos puedan controlar. Por ejemplo, no podemos controlar lo que comemos porque ellos controlan la agricultura. No es paranoia, es lo que vemos. Está pasando en todo el mundo y también están las guerras. Esa situación de guerra infinita y permanente es parte de la condición material del desarrollo. Desarrollo significa prácticamente transformar todos los bienes naturales en bienes comerciales. El mundo se está transformando en un gran campo de refugiados; no hay vida, no hay futuro, no hay alegría, no hay nada. Es la historia de las últimas décadas: Somalía, Yemen, Afganistán, Irak, Siria. La guerra y el terrorismo permiten bombardear, destruir, y expulsar millones y millones de personas que tenían el derecho de vivir en sus países desde tiempos ancestrales pero que son desplazados por compañías. Esto también involucra a los planes de desarrollo verde. Por eso, pensar el desarrollo en los términos en que se ponen hoy es realmente suicida en la izquierda. Es la visión de un marxismo ortodoxo, ciego, que piensa que el desarrollo es todo. No, toda la historia del desarrollo es una historia de conquista, de racismo, de divisiones. Lo repito miles de veces: la acumulación capitalista es acumulación de jerarquías, de desigualdades, de riqueza privada. Su éxito ha sido la capacidad de hacer que proletarios maten a proletarios, que hombres controlen y exploten a las mujeres, que blancos controlen y exploten a los racializados. Eso es desarrollo. No sé qué pasa por la mente de esta gente: hay una izquierda que tiene una concepción capitalista del mundo.

En América se ha dado una relectura de la izquierda desde los pueblos originarios, quienes han puesto sobre la mesa la filosofía del buen vivir —con sus diversas definiciones—, que también es una forma de resistir. Por ejemplo, en Bolivia hay un lema desde el nuevo gobierno que dice “sin Marx, sin Cristo, pero sí con el mundo aymara”, es decir, retomemos la filosofía aymara y no esperemos a que ni Marx ni Cristo nos salve. En Chile se puja por un Estado plurinacional donde se reconozca a todas las naciones que viven en el país. ¿Qué fuerza puedes ver ahí?

—Creo que hay una gran fuerza. Es un lugar común reconocer que hubo, a partir de los zapatistas, una indigenización de la política que ha sido muy positiva, y eso no significa idealizar a los pueblos indígenas o, por ejemplo, desconocer que hay formas patriarcales en ellos. Son sobre todo pueblos indígenas los que se han levantado para defender los regímenes comunitarios y los bienes naturales. Sé también que hay una parte del movimiento indigenista, y esto lo ha dicho mucho Silvia Rivera Cusicanqui, que apoya el desarrollo, que ha sido cooptado, así que los pueblos indígenas están divididos también. Pero pensando en general, son ellos los que han defendido más un concepto comunitario de la vida. La presencia de las compañeras indígenas en los movimientos feministas y en el feminismo popular ha sido muy grande. Pienso en particular en compañeras como Gladys Tzul Tzul (Guatemala, 1982). Me ha impactado mucho su pensamiento, porque me parece que mujeres como ella son una expresión muy potente de los cambios que se están dando en las comunidades indígenas también, donde son las mujeres quienes quieren confirmar un régimen comunitario y liberarse de una visión patriarcal.

“Sin comunitarismo no se puede vivir”

Silvia Federici ha vivido en Nueva York la pandemia, durante la que ha quedado en evidencia más que nunca los estragos de la privatización de la salud mental. Le comento sobre el lema que circula en Chile: “No era depresión, era neoliberalismo”. La tragedia pandémica ha volcado los vasos, los ha hecho estallar. Ella advierte: “(La crisis de salud mental) no es solo de la pandemia, es que estos sistemas sociales nos dan trastornos, crean formas de enfermedades mentales, exasperación, ansias, miedo, competencia. Todo esto es una contaminación emocional, intelectual, mental. Por eso lo comunitario es tan fundamental, y lo hemos visto en este periodo. Por ejemplo, para mí, ha sido esencial salir al patio, ver gente, ver a los niños, a compañeras de mi grupo, de mi colectivo. En los peores momentos del covid nunca hemos dejado de encontrarnos. Ha sido una gran alegría. Da la posibilidad de no deprimirse”.

Esas micropolíticas de resistencia en red son una fuerza muy poderosa. Ahí hay una lucidez del feminismo.

—Es algo muy necesario, porque sin ese comunitarismo no se puede sobrevivir. Estoy en una situación que viven millones de mujeres: mi compañero está bastante enfermo, tiene una enfermedad crónica, y para mí es un trabajo de cuidado inmenso y mis fuerzas no son suficientes. Lo que me ha permitido sobrevivir es que tengo compañeras que dicen: ¿no has cocinado hoy? Voy a cocinar para ti. Me telefonean todos los días. Es lo que me permite continuar y no deprimirme.

Hay una frase del movimiento feminista chileno de 2018 que nos hacia tanto sentido: “Ahora que nos encontramos, no nos soltamos”.

—Te voy a mostrar algo (Silvia se levanta y busca una tela roja estampada con una imagen en blanco y negro, donde se lee “Población La Victoria 1957, 30 de octubre”). Me lo regalaron y lo tengo aquí, porque cuando fui (a Chile) llegué a La Victoria y me impactó mucho. Conocí ahí a una mujer, he perdido su nombre, pero fue una de las primeras que empezó con las ollas populares, y me contó cómo era la vida cuando en la noche los tanques llegaban a la comunidad. Visité también la radio (La Señal 3 de La Victoria, en 2018).

Hablemos de la Convención Constitucional chilena. Su presidenta es Elisa Loncon, y también hay una impronta feminista importante entre varias constituyentes. Ahí hay ciertas señales simbólicas que van a tener repercusiones materiales, finalmente.

—Es fantástico lo que está pasando en Chile. El Cono Sur está trayendo al mundo la lucha de las mujeres, de los movimientos. Todas miramos a Chile, a las compañeras de Argentina, Uruguay, Bolivia, entonces creo que los 500 años de historia en que América Latina ha conocido el capitalismo, la conquista, el racismo, las torturas, el imperialismo y un desarrollo homicida, han generado una sabiduría en torno a hacer política que no encuentro en otros lugares que también han vivido una historia de represión, de esclavitud. Por eso, creo, vemos en Chile un proceso que se ha construido reflexionando, reorganizando, aprendiendo de la represión. Es un momento muy importante.

*Extracto de la entrevista publicada en el número 23 de revista Palabra Pública. Leéla entera aquí.