Columna:

Arturo Cariceo participa de Furia del Libro con reconocido escritor español

Arturo Cariceo participa de Furia del Libro con reconocido escritor

En el fotorrealismo, los pintores muestran una impresionante destreza técnica, engañando a la vista, haciendo parecer fotografías a sus pinturas. Son artistas que pintan a partir de fotografías propias, proyectándolas sobre el lienzo o haciendo uso del tradicional sistema de cuadrícula, anulando en el proceso la expresión artística. Son obras hiperreales, opuestas al expresionismo, que llamaron mucho mi atención por lograr mimetizar un lenguaje (pictórico) en otro (fotográfico) y me pregunté qué pasaría si esta confusión perceptual era aplicada al arte de la performance.

Entendiendo la performance como una práctica artística donde el cuerpo del artista se convierte en soporte de la obra, siendo un acción donde es evidente el protagonismo del cuerpo, presentado al público de manera presencial o a través de registros de fotografía y video. Dar cuenta de que una performance puede tratarse de una  creación fotorrealista sería un fenómeno paradójico, porque no se trata de una réplica pictórica, léase, una reducción del proceso performático a un asunto disciplinar, como lo es la pintura. Por lo mismo, me interesó.

Sin descuidar que la performance es un desborde disciplinario, el foco que pongo en lo fotorrealista lo sitúo en la recepción del propio cuerpo del artista, dando a entender que participa de un acto performático sin que lo parezca. Para los ojos de los espectadores, el artista no está actuando ni haciendo obra, solo se encuentra ahí como cualquier otra persona, tal vez haciendo una actividad relacionada con el arte y la cultura, pero de ningún modo con un énfasis performático. Ésto fue lo que llamé “grado fotorrealista” de la performance. Y lo he puesto en práctica en numerosas ocasiones. La última fue con la invitación brindada por el filósofo español Ernesto Castro para presentar sus  libros “Otro palo al agua. Textos de Crítica Cultural” y “¡El gran Pan ha muerto! Palimpsestos todológicos” en el zócalo del GAM, dentro de la programación de la “Furia del Libro”.

Ernesto Castro me invitó con carta blanca, expresándome que mi intervención podía ser todo lo informal y performática que quisiera. Como artista consciente de que nunca hay dos oportunidades para realizar una obra invisible, no dudé ante tan buen espacio, ideal para una performance fotorrealista. Tuve poco más de un mes para preparar la obra, periodo donde tuve que leer no sólo las 800 páginas de los dos libros, sino las de todos sus libros a la fecha, digamos que unas 2.300 páginas en total, que leí con total gusto y me permitió preparar un texto de presentación de varias páginas, que me tomaría menos de un cuarto de hora en leer. Sin embargo, 48 horas antes del evento, en un giro de último minuto, Ernesto me recomendó dejar de lado el tocho y que habláramos sin pauta previa.

Supongo que todo salió bien, la charla la sentí cómoda, informal, nos reímos bastante y hablamos no sólo de los dos libros en cuestión sino de todos. Salió hasta Andrés Bello al tapete. Todo iba de maravillas, la performance fotorrealista era totalmente verosímil, mi personaje no era histriónico buscando quitar protagonismo a Ernesto, sino el de un tipo normal, incluso creando la interrogante de “qué hace ese tipo ahí” hasta cuando dimos por terminado el evento, momento donde con Ernesto decidimos hacer un gesto performático que clausuró nuestro encuentro de manera clásica, me refiero como una performance tradicional, donde el espectador se daba cuenta que lo que hacíamos era artístico o “raro”: nos bajamos los pantalones para fotografiarnos, como lo hemos hecho muchas veces en público junto a su padre, el también filósofo Fernando Castro Flórez. En todo caso, cómo no hacerlo, teniendo al GAM de fondo. Son experiencias que no se volverán a repetir ni como invitación ni performance.

Si observan el video o cualquiera de los registros del evento, verán que todo ocurrió sin ningún atisbo performático: se había logrado la trampa visual. Obviamente, mis operaciones performáticas nunca han coincidido con las de Carlos Leppe, Las Yeguas del Apocalipsis o la de sus seguidores. Digamos que he levantado mis propios códigos performáticos, desde la misma condición cultural, la chilena, pero de manera distinta. Lograr que una obra fotorrealista sea performance, y viceversa, es una buena excusa para transformar el acto creativo en una investigación artística sobre el desconcierto y la incertidumbre.

Ernesto Castro me brindó una buena oportunidad para realizar con su lanzamiento en el GAM, una obra invisible de estas características. Tampoco es nuestra primera vez, nos hemos fogueado en varias obras conjuntas como el disco “Sorda Oclusiva Remix”, con el cual nos fue bastante bien en su época, o el documental “Ángeles Exterminadores”, entre otros.

Digamos, que mis performances fotorrealistas son las de un artista de método cotidiano, simulando en mi comportamiento los puntos de vista de una instantánea familiar, con sus descuidos de encuadre y ángulos abruptos, con muy pocos indicios de técnica. El proceso es arduo y aunque el resultado pueda parecer chato, simplemente conduce a mi pregunta por el acto de ver, mirar, observar. Por eso, los registros que quedan de mis puestas en escena no son fotografías, aunque eso parezca. La fuente son performances que no lo parecen.