Columna de Gustavo González Rodríguez, ex director de la Escuela de Periodismo de la U. de Chile

Alipio Vera Guerrero, el mejor de nosotros

Columna: Alipio Vera Guerrero, el mejor de nosotros

Vengo a despedir a nuestro querido Alipio Vera en nombre de la Generación Planetaria, en nombre de quienes fuimos sus compañeros de curso en el numeroso contingente de jóvenes que ingresamos a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile el año 1966.

Transmito nuestras condolencias a su esposa, Sonia, y a sus hijos Carolina, Paula y Rodrigo. Rodrigo, nuestro colega, a quien tuve el honor de tener como alumno en nuestra Escuela junto a Loreto Cristi, su compañera, allá por 1998. El dolor de ustedes, de Sonia, Carolina, Paula, Rodrigo y Loreto, es nuestro dolor.

Con la muerte de Alipio Vera Guerrero se va el mejor de nuestra Generación. Y cuando digo el mejor, no lo hago como una frase de circunstancia para esta triste despedida. Lo puedo decir invocando el Premio Nacional de Periodismo 2013, el Premio de la Asociación Chilena de Seguridad 2008, el Premio Rubén Darío 1987, el Premio de Periodismo Científico Hernán Olguín 1989 y su reconocimiento como Hijo Ilustre de Puerto Montt. Es cierto que todos estos merecidos galardones dan cuenta de su extraordinaria carrera profesional, por encima de todos nosotros.

Pero decimos que fue el mejor de nuestra generación fundamentalmente porque nadie como él reunió cualidades que son cada vez más escasas en este mundo individualista y de dobles estándares. En Alipio confluyeron la sencillez, la modestia, la generosidad, un sentido de la amistad profundo y a toda prueba, la solidaridad, el sacrificio y el esfuerzo, la tolerancia que lo situaba por sobre nuestras pequeñas rencillas universitarias.

Alipio Vera Guerrero fue el mejor de nuestra generación porque junto con todas esas cualidades fue sobre todo un hombre bueno, porque fue también un hijo del pueblo, un trabajador incansable.

Alipio Vera, un hombre bueno que a la vez fue un periodista excepcional. Tal vez nadie como él supo aplicar y enriquecer en la práctica las enseñanzas que nos inculcaron nuestros maestros en la Escuela de la calle Los Aromos: el rigor reporteril de Alejandro Cabrera, la capacidad de asombro y análisis de Mario Planet, la correcta redacción de Abelardo Clariana, la creatividad literaria de la mano de Ariel Dorfman y Antonio Skármeta, la captura de la imagen y el manejo de las cámaras de Domingo Ulloa, para mencionar solamente a algunos de nuestros docentes.

Nuestra Generación vivió pendiente de Alipio estas dos últimas semanas. Entre la preocupación y la angustia, entre las oraciones de los creyentes y los mensajes de esperanza de los no creyentes, asistimos a la última batalla de Alipio y en un ejercicio a la vez personal y colectivo fuimos tomando conciencia del gran compañero que estábamos perdiendo.

Un compañero que desde su ingreso a la Escuela se forjó en el esfuerzo, cuando alternaba su condición de alumno universitario con la de inspector en el Internado Nacional Barros Arana, porque él mismo se financiaba sus estudios y su residencia en la capital. Alguna vez me enteré que también trabajaba de garzón en restaurantes en agotadores horarios nocturnos.

En nuestra vigilia fueron aflorando los recuerdos y las anécdotas, siempre vinculadas a grandes y a la vez silenciosos gestos de Alipio, como cuando a fines de 1969 recibió en su casa de Puerto Montt con una abundante mariscada al numeroso grupo que retornábamos del viaje de estudios desde Punta Arenas. Francisco Villagrán relata que fue en 1967 o 68 que se vistió de carpintero para levantar la ramada dieciochera de un grupo de compañeros del curso en Ñuñoa, pese a que para las Fiestas Patrias él viajaba al sur. Max Laulié recuerda que en 1982 Alipio le consiguió un empleo en Valdivia, cuando la persecución política le impedía trabajar en Santiago. Roberto Quiroga acompañó desde Estados Unidos nuestra angustia con dos hermosos poemas. Oriana Zorrilla rescató los mejores pasajes y ejemplos de la trayectoria de nuestro compañero en una nota que difundió hoy el Colegio de Periodistas.

En fin, podríamos llenar varias páginas más de estos recuerdos, y también de sus hazañas periodísticas, en especial la de diciembre de 1972 cuando caminó toda la noche para ascender por los Andes y ser el primer periodista que entrevistó para TVN a los sobrevivientes del equipo de rugby uruguayo del avión siniestrado en la Cordillera.

Cuando el año 2013 recibió el Premio Nacional de Periodismo, Alipio dio también un golpe a la cátedra, porque la suya no fue una postulación forjada por algún comité ad-hoc de personalidades, sino que su candidatura fue lanzada por los modestos pescadores de la Caleta Chañaral de Aceituno, apoyados por sus antiguos compañeros de Informe Especial. Este merecido galardón, como lo destacó el propio Alipio al recibirlo, fue una demostración de que más allá del sensacionalismo y la farándula de una prensa comercializada, el buen periodismo es el que se nutre de buenas noticias.

Nuestra compañera María Teresa Maluenda escribió en esa ocasión:

“Yo quiero hacer un brindis por mi querido amigo y colega, Alipio Vera y por su muy merecido Premio Nacional de Periodismo.

Y quiero destacar los méritos de Alipio para recibir este premio, que van más allá de su excelencia profesional y su aporte a las nuevas generaciones de periodistas: su elección tiene para mí un mérito especial, es como signo de los tiempos. De una época en que el ciudadano de a pie por primera vez se hace escuchar con fuerza y su opinión empieza a ser seriamente respetada.

Y en este contexto, el nombre de Alipio ha sido levantado no solo por sus pares y académicos, sino por gente común y corriente, pescadores y humildes dueñas de casa del norte y el sur de Chile, que de alguna manera sintieron que el trabajo de este periodista, con las palabras e imágenes que él mostró en sus reportajes, mejoró sus vidas.

Y ser capaz de hacer que nuestra labor como periodistas pueda cambiar algo del mundo para mejor, es lo que yo soñaba cuando entré a la Escuela.

Por eso, gracias Alipio por representar con tu vida y tu trabajo, lo mejor de nosotros”.

Hasta aquí las palabras de María Teresa.

Alipio Vera, retirado en los últimos años a sus lares patagónicos, estaba organizando un encuentro con compañeros de nuestra Generación en su casa de Lenqui, en Carelmapu, a orillas del canal del Chacao. Alipio le escribió a Juan Araya: “En mis pagos no sólo el amanecer es estimulante querido amigo, también el ocaso con colores maravillosos que te tranquilizan y te llevan a dormir en paz. Cuando me pases a visitar, tendrás larga playa para caminar y oscuros bosques nativos con chucaos y pudúes”.

A través de Juan barajábamos fechas y apuntábamos a hacer este encuentro patagónico con la hospitalidad de Alipio en mayo, luego de la conmemoración en abril de los 70 años de nuestra Escuela de Periodismo. “Ningún problema, ustedes pongan la fecha”, nos respondió Alipio, que pensaba dedicarse a preparar esta cita colectiva luego de los exámenes médicos que vino a hacerse a Santiago.

Una mala pasada del destino, o como queramos llamarlo, nos tiene hoy aquí. Hay una dolorosa ironía en todo esto y me atrevo a concluir estas palabras con una situación personal, que todavía me golpea.

En diciembre distribuí por mail a mis compañeros de Generación un relato, una saga de 500 años de una familia con aspiraciones históricas y futuristas, que envié a un concurso para adultos mayores. Con su generosidad habitual, Alipio me envió el siguiente correo:

“Muy buena la historia. Sólo me permito el abuso de confianza para decirte que con tu enorme capacidad narrativa (ya he dicho que Alipio era demasiado generoso) bien podrías ahondar en los personajes, en las situaciones y lugares que vivieron, en sus dificultades, en los sentimientos, en sus angustias y en sus logros, en los amores que fueron originando la descendencia, en fin. Podrías armar la trama de una gran novela, al más puro estilo del escritor Gustavo González.

Me gustó; te felicito, pero creo que tienes la base para que el literato agregue ficción para una obra mayor.

Con un abrazo para ti y tu familia, con la admiración de siempre”.

Mi respuesta fue:

Querido Alipio, Mil gracias. Es la misma recomendación que me hizo María de la Luz Hernández, que este relato es el guión para una gran novela. Espero escribirla.

Un abrazo.

Respuesta de Alipio: Espero leerla en este mundo; no en el otro.

Hasta ahí el último intercambio que mantuve por correo electrónico con Alipio Vera. Se fue entonces dejándome una tarea que ojalá yo sea capaz de cumplir. Se fue dejándonos a todos un enorme vacío, un gigantesco ejemplo de vida y el orgullo de haber sido sus compañeros de Generación que honraremos para siempre su memoria.

 

Gustavo González Rodríguez, 21 de marzo de 2023.