Manuela Gumucio frente a la televisión pública:

"La televisión acompaña una visión autoritaria sobre cómo se toman las decisiones"

Manuela Gumucio y la televisión pública
Manuela Gumucio.

¿Cuál es su opinión respecto de la libertad de expresión e información en la televisión en general y la televisión pública en particular?

Creo que es un hecho que la televisión chilena no le da cabida a muchas corrientes de pensamiento, amparada en una especie de gran consenso nacional que legitima el que los canales elijan a quién se le da la palabra o qué sectores son los que pueden expresarse. Esto está implícito en su funcionamiento, aunque no se formula públicamente.

Para ilustrarlo con un hecho reciente, recordemos el debate que se ha dado en torno a la elección de la mejor norma técnica de televisión digital. Todos los canales existentes prefieren que se establezca la norma técnica norteamericana. En un principio mantuvieron completamente en silencio el tema, prefiriendo que aquello se definiera entre ellos y las autoridades, para así hacer más eficaz su poder de presión. Pero un día se percataron de que estaba surgiendo un debate en la sociedad sobre el tema y que, por tanto, tenían que expresarse públicamente. Para esto utilizaron sus noticiarios, de modo unilateral y sin escrúpulos, dando a conocer solamente su punto de vista, sin dar ningún espacio a las posiciones alternativas.

Un país diferente

¿Cómo ha sido su experiencia como productora en televisión, con programas como La Manzana de la Discordia de TVN?

Mi experiencia fue excelente en un plano de algo que siento que se acabó. Recordemos que La Manzana de la Discordia se dió inmediatamente después de recuperada la democracia; en base a un proyecto gestado con Eduardo Tironi como Director de Programación y con Jorge Navarrete como director ejecutivo de TVN. Enfrentaba el desafío de ser un programa de debate, fiel al lenguaje televisivo, y en circunstancias que la opinión pública se había desde hace muchos años acostumbrado a no presenciar debate alguno.

De allí que nuestra idea como grupo creativo y el mío como productora fue plantear que lo primero que había que lograr con el programa era que contribuyera a legitimar la diferencia; a socializar la idea de que pensar diferente no merecía la tortura, la prisión ni el exilio; ni que fuera algo dramático, aunque las diferencias de pensamiento fueran enormes.

Luego, para hacerlo televisivo , propuse adaptar un programa que había visto en Italia, que era sumamente insólito y divertido. Se trataba de un ring donde había una pareja puesta en cada ángulo, en que se decían los horrores más grandes. Servía para plantear un formato en el que todos los temas de debate fueran posibles; y que obligara al pensamiento dominante a explicitarse y fundamentarse. Una vez, por ejemplo, el tema en debate era si había o no que pegarle a los niños. Hay gente que, efectivamente, golpea a sus hijos; pero que viniera alguien a explicitar públicamente sus razones para ello era completamente novedoso e interesante.

La explicitación de los fundamentos de ciertos usos y costumbres es muy útil desde la perspectiva del respeto de los derechos humanos; ya que así se devela su carácter cultural y no natural. De este modo, se puede generar una conciencia crítica respecto de instituciones o prácticas atávicas, dañinas para una justa y armónica convivencia social.

Pero tenemos entendido que la dirección del canal consideró que se trataba de un programa demasiado conflictivo…

No exactamente. Lo que pasa es que el programa acentuaba a priori la bipolaridad, sin términos medios. Se invitaba a los que defendían o condenaban el box, la pena de muerte, el castigo físico, etc.; y con Jorge Navarrete teníamos unas reuniones de análisis muy simpáticas en que el me decía: oye, pero es que a mí no me parece este programa, porque es muy conflictivo, porque están obviando un término medio que no se manifiesta: no estoy yo, no está mi punto de vista, que tiene un poco de un lado y un poco del otro. Entonces, yo le decía: no, no está tu punto de vista pero ese punto de vista lo va a elaborar el espectador. Nosotros no tenemos por qué decirle, ay, es que se puede pensar un poco del otro lado. Esto era un juego, un show del debate.

A pesar de que no estábamos de acuerdo, había una relación que hoy no se estila, en que tú podías sentarte y argumentar con los encargados de la programación en cuanto al contenido de los programas específicos. Él alegó y alegó todo el tiempo, pero lo dejaba pasar. Nosotros estuvimos tres años y a pesar de que no le gustaba, el programa funcionaba; con todas las dificultades del caso, pero con alto rating. Lo que pasó después fue que cuando se instaló el directorio del canal, en 1992, empezó a surgir una fuerte oposición de los sectores más conservadores. Así por ejemplo, nos prohibieron hablar del divorcio. Entonces, invitamos a un debate sobre el matrimonio. Por un lado había una pareja tomada de la mano, que hablaba del matrimonio y por el otro lado todo lo contrario. Entonces, fue una manera de hablar del divorcio, indirectamente. Después hicimos otro, en que invitamos a un sacerdote ortodoxo diciendo que Dios estaba a favor del divorcio. En ese momento el directorio se nos vino encima. Era un programa que respiraba libertad, y a cuyo animador los trabajadores de la construcción le gritaban en las calles, porque era un programa sumamente visto.

El escenario actual

Este tipo de programas, como usted dice, pertenecían a otro momento que ya pasó. ¿Cuál sería, a su juicio, la forma de hacer televisión pública hoy?

Actualmente, la televisión pública se rige por el modelo comercial, en el que se busca derrotar a la competencia en espacios de formatos de un mismo tipo. Algunos proponen una televisión pública dirigida a segmentos específicos de la población; señalando la inconveniencia de pretender llegar a grandes audiencias. A mí no me parece, ya que los contenidos interesantes, útiles e importantes para la vida democrática deben ser para las grandes audiencias. Lo que sí es fundamental desarrollar las habilidades para que, dentro de una cierta lógica de competencia, el canal público desarrolle programas de calidad que a la vez sean atractivos para las personas comunes y corrientes. Para ser un simple canal comercial no tiene sentido la existencia de un canal como TVN.

¿Qué propondría usted como alternativa al financiamiento actual de TVN?
Por cierto que no es un dogma el autofinanciamiento de TVN. Algunos dicen que un financiamiento estatal definido por la ley anual de presupuesto dejaría a Televisión Nacional prisionera de los intereses de los parlamentarios. Yo creo, sinceramente, que la televisión pública es prisionera de los intereses de muchos grupos. Me molestaría mucho menos que fuera de los parlamentarios.

¿Qué grupos serían estos?

Lo sabemos. Las elecciones del directorio de TVN y de su Director Ejecutivo se realizan con criterios no explicitados, pero que operan de forma potente, excluyendo a sectores que no están por el actual modelo económico, ni por el esquema actual de democracia.

¿Qué propondría usted sobre la conformación del directorio de TVN?

El lugar común asegura que nunca hay una buena forma de representatividad de todos los intereses. Por ejemplo, el Colegio de Periodistas no representa a todos los chilenos; el presidente de la CUT tampoco representa genuinamente a los trabajadores, porque no todos ellos están en la CUT. Siempre hay argumentos para desarmar la idea de un directorio con una composición más ciudadana y de menor correspondencia con los equilibrios políticos del país, expresados en el Parlamento.

Sin embargo, éste es el peor modelo de todos. Una forma interesante de convertir al directorio en un organismo más democrático fue la que yo le propuse a Pablo Piñera cuando era Director, derivada del modelo de televisión francés, que incluye en la planta ejecutiva un nuevo rol. Se trataría de una persona de alto nivel, que no dependiera del Director, autónoma y con posibilidad de participar de todas las reuniones, encargada de verificar qué se está haciendo para llegar a los objetivos que nos planteamos como televisión pública. Hay otras posiciones que dicen que en la medida en que la misión del canal esté suficientemente clara, el directorio importa muy poco. Otra cosa que se está proponiendo es que este directorio, sea el que sea, responda ante sus dueños, que son todos los ciudadanos representados en el Parlamento, sobre cómo está cumpliendo su misión.

Es decir, hay una gran cantidad de cosas que se pueden y deben reformar. Hoy los canales ya no tienen la permeabilidad a proyectos como La Manzana de la Discordia o Mea Culpa, que buscaban abrir espacios. Y, desde el momento en que los realiza una productora externa, se produce una tensión donde el canal no puede imponer sus puntos de vista y eso es muy interesante, porque van aflorando otros lenguajes y modos de ser. Se empieza a resquebrajar, de este modo, la visión monolítica y uniforme predominante.

Hoy, todo indica que lo que le interesa a la planta ejecutiva de TVN es, que si quieres trabajar con ellos, te compres la licencia de un programa internacional espantoso y hagas un show de chistes en la calle. Esa es una manera de decirte que te vayas, porque tus ideas ya no aportan en esa línea, que consideran indispensables para el autofinanciamiento.

¿Se ha ido produciendo una menor apertura?

Yo siento que mucha gente muy interesante desertó de la televisión. Gente que tenía grandes cosas que aportar no resistió más el tipo de relación establecido, en la que hay que pasar meses esperando una respuesta de TVN; y donde estás sometido a los criterios de una sola persona, no de un equipo.

Las televisiones públicas en Francia, por lo menos, tienen comités de programación donde las cosas que nosotros seguimos alegando ya cambiaron. Aquí, en TVN, tenían en el Comité de Programación al Gerente Comercial. El no tiene por qué estar en esa instancia. Después se verá cómo se financia una idea, pero lo primero es resolver qué quieres hacer. Los comités de programación deben estar constituidos por un grupo importante de gente con experiencia en los distintos géneros y, además, presididos por los objetivos de contenido, no los comerciales. Eso todavía no se produce. Yo creo que también esto exige una cierta excelencia, es decir, personas “con buen olfato”, que capten lo que está gustando; y que tengan gran convicción y voluntad de hacer que el canal cumpla cabalmente con su misión de servicio público. Desgraciadamente, estas ideas no son compartidas por quienes dirigen hoy TVN.

Ante todo, la gran audiencia

Últimamente, la Universidad de Chile se ha cuestionado la necesidad de recuperar su canal público, actualmente en concesión. Una de las directrices de esta estación universitaria sería dirigirse, tal como usted dice, al gran público. ¿Qué opina sobre programas que se remiten a una élite alternativa que apela a la alta cultura? ¿Qué le parece tal actitud frente al concepto que usted maneja de televisión pública?

Yo creo que es un mito la idea de que no puedes hacer una televisión interesante en todos los géneros. Por ejemplo, se puede aportar mucho en un género como el de los estelares. Sin ir más lejos, en Francia vi un programa de debate masivo, cuyo tema eran las perversiones de la gente con sus mascotas. Es un tema entretenido y divertido; y que, a la vez, te presenta desde un ángulo fascinante el conocimiento del modo de ser y de vivir cotidiano de las personas en el mundo de hoy. No se trata, pues, de transmitir exclusivamente “alta cultura”. Ese no es el punto.

Es evidente que nuestra televisión pública tiene grandes falencias. Por ejemplo, uno de los objetivos principales de la televisión pública francesa es el conocimiento de otras culturas, porque eso es fundamental para un país. Aquí los canales han descubierto que la política internacional, cuando se trata en sus noticieros, baja los niveles de audiencia; y a partir de ahí han concluido que los chilenos no queremos saber lo que pasa en otras partes del mundo. En el fondo, la televisión pública debiera estar cumpliendo el objetivo urgente de permitirnos vernos a nosotros como parte del mundo y no como una sociedad ensimismada. Deberíamos estar viendo cine peruano y argentino; y algún documental atractivo que nos permitiera saber qué es la sociedad boliviana, más allá de nuestros prejuicios y estereotipos.

Invitada por TVN, tuve la suerte de asistir a la presentación del programa en que varios intelectuales generaron un primer listado de las mejores personalidades históricas chilenas. Entre ellos había historiadores como Gabriel Salazar, Alfredo Jocelyn-Jolt, Lucía Santa Cruz y Sofía Correa, y muchos Premios Nacionales. El debate que se generó entre ellos fue muy interesante y entretenido. De inmediato me surgió la idea de escribirle al director del canal, preguntándole porque todos ellos que hablaron maravillosamente no los vemos nunca en pantalla. Nunca. Me dio gran agrado ver a toda esta gente que se sentía libre, que tenía sus razones para elegir esto o aquello, y me dije: esto es Chile, esto es lo que está pasando en Chile y esta gente no existe en la televisión, salvo en entrevistas como las de Cristián Warken.

A su juicio, ¿por qué no está esa gente que usted considera interesante?

Creo que, en parte, por flojera mental. Claro, es más seguro para un buen rating exhibir a Raquel Argandoña o Patricia Maldonado. Tampoco se trata de poner a todos estos señores y señoras interesantes hablando juntos. Hay que idear formatos adecuados para tratar temas relevantes, de manera tal que sean atractivos para el común de la gente. Y no creo que sea tan difícil lograrlo. Hay, sí, que tener convicción y ser persistente y creativo para eso.

La gran excusa de los canales, amparada en el autofinanciamiento, es que estas personas y estos contenidos no son lo que la gente quiere ver. ¿Usted está de acuerdo con eso?

No, yo creo que ellos se resguardan en la idea de que la gente siempre declara que quiere ver cultura en televisión y que cuando le ponen a Huidobro nadie lo ve. Yo encuentro normal que la gente no lo vea. Si ese tipo de programas son una excepción dentro de la programación, es evidente que la gente no lo va a ver, porque la televisión se articula en torno a hábitos que requieren tiempo para instalarse. Yo postulo que frente a la televisión somos todos iguales. Estamos todos, en un momento y espacio dado, disponibles para ver cosas que no nos gustan u otras que nos diviertan, incluyendo programas banales. Sin ir más lejos, a mí el Kike Morandé me parecía muy interesante en su primera fase. Había ahí algo de irreverencia simpática que no era común en otros programas de farándula.

Yo creo que lo que hay que promover es un canal con un equilibrio entre los géneros tratados. El Baile, por ejemplo, creo que gustó exclusivamente porque ahí había una buena factura regida por la calidad: la luz era linda y habían cosas buenas. Por ahí va el cuento. No se trata de poner puras latas, en absoluto.

Aquí ha funcionado con piloto automático una cierta idea de lo que se puede y no se puede decir o hacer en televisión. Ha habido muy poca tolerancia al cambio. Afortunadamente, gracias a la labor crítica de muchos, percibo una mayor inquietud y apertura en quienes dirigen la televisión chilena. Creo que los canales están comenzando a abrirse a la posibilidad de que haya cambios y a acoger propuestas de innovación. Ya no están tan conservadores y despectivos frente a las críticas.

Otro de los aspectos escandalosos de la televisión pública en nuestro país es que frente a todas las reformas sociales que se están proyectando no haya hecho un aporte. Por ejemplo, no haber hecho buenos programas especiales que apoyen la discusión sobre la reforma a la salud, a la previsión, etc. Siempre dicen que hay que poner en pantalla lo que a la gente le preocupa, y que a la gente le interesa fundamentalmente el tema de la delincuencia. Eso no es así. ¿Cómo no le va a interesar también el tema de la atención de su salud? ¿O el de las condiciones en que podrá jubilarse? ¿O de cómo podrá enfrentar de mejor forma su vejez?

Es cosa de ver los ratings que han tenido aquí los debates presidenciales. Si se prepara bien un gran debate, con público, buena iluminación y excelente promoción, con motivaciones como: no se pierda tal día, viene este debate que es importante para el país; es evidente que la gente lo vería con interés. Lamentablemente, la televisión acompaña una visión autoritaria sobre cómo se toman las decisiones. Es cosa de ver como al mismo Gobierno no le gusta que los miembros de la Concertación hagan objeciones a sus propios proyectos. Esto es gravísimo. Si aquí se debatiera sobre las reformas; sobre por qué no se pudieron aprobar tales cosas; quién se opuso y con qué razones; enfrentaríamos las elecciones de otra manera. La gente sabría que tal parlamentario se opuso a algo que a ella le importaba y que sus razones no le fueron convincentes. No podemos mantener la idea de que todas estas cosas que determinan la vida de la gente son incomprensibles o aburridas. Eso es despreciar al pueblo chileno.

A lo mejor ese es el gran pecado de la tv pública, que no ha sabido vender y tener una vocación masiva frente a estos temas. Los grandes debates, por ejemplo, son vistos por muchas personas porque se publicitan mucho y se convence a la gente de que son necesarios.

Obvio. Eso lo saben todos los operadores del canal: tienes que hacer lo necesario para que te vean y eso significa elaborar un formato atractivo, hacer un buen avance, invertir en anuncios y generar una expectativa en torno a lo que estás programando.

Sobre la televisión digital, ¿habría que regularla para que no solo los grandes grupos económicos puedan acceder a su propiedad?

Eso hay que plantearlo muy fuertemente. Hay que pelear por que el Estado reserve concesiones de televisión digital para que después puedan usarlas los grupos que tienen algo que decir y que hoy no están preparados. Estos grupos tienen que prepararse, transformarse y salir de una cierta depresión, de un cierto escepticismo, y volver a creer en la posibilidad de hacer cosas. Tenemos que recuperar a mucha gente que tiene cosas que decir, tenemos que reinstalar el entusiasmo que en algún momento se perdió, el entusiasmo que tienen los jóvenes. La televisión requiere altos grados de profesionalismo y de saberes importantes que se adquieren con la experiencia. Los grupos interesados en decir algo deben hacer ese trayecto, para convertirse en pequeñas empresas capaces de asegurar no diez minutos, sino horas de contenidos. Ese es un tránsito largo y complejo, por lo que es muy importante que pensemos, desde ya, en reservar algunas de esas frecuencias que van a estar sujetas a concurso. El Estado debe convencerse de la importancia de mejorar y cambiar nuestro modelo, de la necesidad de invertir en que la gente interesada haga esta experiencia y pase por este camino que va a tener, sin duda, muchos fracasos en esta etapa.

De cualquier forma, siento que algo ha cambiado, que se ha empezado a tomar conciencia de que la televisión es un área de la producción del país tan trascendental para la democracia y para la vida espiritual, psicológica y emocional de la sociedad, que debe estar desarrollada por gente de los más altos niveles y los más variados puntos de vista.

Texto: Programa de Libertad de Expresión
Fecha de publicación:
Lunes 3 de diciembre, 2007