Prof. Sonia Pérez: Pobre, pero ... ¿feliz?

Prof. Sonia Pérez: Pobre, pero ... ¿feliz?
  Profesora Sonia Pérez
Profesora Sonia Pérez

Extrañeza y curiosidad ha causado en la población la novedosa incorporación a la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) de una batería de preguntas que consultaban sobre la satisfacción de las personas con su vida "en este momento". Más aún impactaron sus resultados, recientemente anunciados por el Ministerio de Desarrollo Social: en una escala de 0 a 10 puntos, los chilenos promediaron un puntaje de 7,2 que fue llamado "felicidad". Es más, el 20,8% de los aproximados 13 millones de personas encuestadas declararon estar "completamente satisfechos con su vida".

Un primer debate abierto al respecto es el uso que hace de una respuesta sobre satisfacción general como indicador de felicidad. Mas un problema mayor se encuentra en la utilización de esta información como indicador de éxito de las políticas públicas. Ésta es una relación espuria que pretende correlacionar dinámicas subjetivas con variables de orden estructural para la evaluación de procesos políticos, nada menos que una falacia de la causalidad.

La correlación entre satisfacción y bienestar objetivo o niveles de deprivación material, en los llamados estudios de felicidad, ha sido permanentemente cuestionada en los países que han hecho mediciones similares. Se ha criticado la capacidad predictiva que se pretende dar a la definición de la propia felicidad respecto al bienestar y el desarrollo; al mismo tiempo, se critican los estudios sobre "bienestar subjetivo" por el bajo valor explicativo que muestran sobre los procesos de movilidad social.

Cabe señalar que este debate se da en sociedades de bienestar objetivo mucho mayor que el chileno, lo que significa un problema si se pretende importar un modelo de análisis de la felicidad hacia una realidad social en donde los satisfactores vitales no están siquiera resueltos. En los países en que se ha medido la satisfacción, la desigualdad, la exclusión y la vulnerabilidad social no son el problema principal como lo son en Chile, y por tanto la discusión se reduce a las paradojas del tener y sentir, expresadas en los inexplicables diferenciales entre estar en un nivel objetivo del bienestar y no representar satisfacción al respecto... Este no es claramente el problema chileno. ¿Qué podemos obtener entonces de este tipo de mediciones?

Considerar la subjetividad en la comprensión de los fenómenos de la pobreza es complejo no sólo por el carácter relativo al que se suele asociar todo "lo subjetivo" (temor mayor de los estudios de tradición económica en las mediciones que pretenden precisamente lo contrario, es decir, normas, comparaciones y objetividad), sino más bien porque la información que se necesita para crear y/o evaluar políticas sociales radica en la construcción de subjetividades que se relacionan con dichas políticas en un contexto histórico y social determinado. En otras palabras, estar satisfecho con el estilo de vida familiar que se ha logrado mantener a duras penas, en condiciones de precariedad laboral, insuficiencia de habitabilidad y falta de acceso a educación de calidad, nada dice de las efectivas posibilidades de mejora en las condiciones de vida de dicha familia, objetivo último a ser garantizado por las políticas sociales. Es más, nada dice de los posibles caminos por los cuales los programas sociales puedan "encontrar" a esta familia (o a sus integrantes por separado), ni cuáles modalidades serían más pertinentes de ser aprovechadas por las subjetividades específicas.

En los casos de pobreza, de esa clásicamente definida por los ingresos sublineares ¿La satisfacción representa un recurso activable para la llamada "superación" o movilidad social? ¿O es interpretado como un efecto subjetivo, anímico, convertido en factor protector que mitiga mejor el impacto de una situación estructuralmente difícil de cambiar? ¿De qué hay que alegrarse cuando se constatan ciertos niveles de satisfacción en situaciones de pobreza? Puede incluso argumentarse que la satisfacción, más que un recurso, se convierta en una barrera en la movilización de otros recursos, al disminuir las expectativas, el esfuerzo y las aspiraciones de superación. Claramente, la información no es suficiente y las intenciones de sacar rápidamente conclusiones son peligrosamente precipitadas.

La importancia del análisis de la subjetividad, en este aspecto, es innegable. Pero la comprensión del sujeto en pobreza no puede reducirse al conocimiento de sus estados subjetivamente anímicos. El análisis necesario pasa por comprender sus racionalidades con y sin sentidos, los recorridos de su acción, las definiciones que se hace de sí mismo como sujeto colocado en una estructura social que, a su vez, es significada de determinada manera, todo lo cual redunda en la forma en que actúa y se relaciona con la sociedad, sus instituciones, políticas y estructura. De esta comprensión finalmente depende que no se sigan creando políticas de asistencia o protección social que quedan finalmente planteando interrogantes sobre la falta de participación de las comunidades beneficiarias o de sus inconsistentes e incomprensibles prácticas de resistencia a ser considerados sujetos beneficiarios de política (formas eufemistas de decir que las políticas han fracasado en sus inalienables objetivos).

¿Qué explica que en Aysén se dé un promedio de 7,7 puntos cuando el malestar social se ha emblemáticamente organizado a niveles históricos? Más allá de las discusiones técnicas sobre la construcción de la muestra o el posible ocultamiento de las disparidades tras la media, este solo ejemplo abre una discusión profunda sobre la subjetividad, las racionalidades o razonabilidades con que los grupos sociales actúan y se definen a sí mismos en una situación histórica y culturalmente producida.

En síntesis, la discusión sobre la medición de la satisfacción o la "felicidad", puede abrirse en dos líneas: para qué (y a quién) sirve conocer las evaluaciones de la propia situación de vida y qué aspectos de las evaluaciones subjetivas son necesarias de conocer. Pretender generar políticas que influyan en una satisfacción positiva con la vida, tal como se ha señalado, significa comprender los componentes de la satisfacción que, ciertamente, no responden solo a una actitud ante la vida, sino también - como señalan estudios internacionales de medición multidimensional de la pobreza y algunos estudios nacionales sobre subjetividad y pobreza - con la posibilidad de ejercer capacidades y derechos respecto de la participación ciudadana, establecer relaciones sociales significativas, mantener estilos de vida familiares, tener un lugar estable en la estructura social o ser visibilizado y reconocido por el sistema. Todos ellos componentes con un fuerte correlato estructural que no están siendo considerados en la batería de preguntas CASEN.

A diferencia de la "paradoja de Easterlin" de países desarrollados, descriptora de situaciones en que el ingreso no explica la felicidad, en Chile pareciera que ciertos sectores buscan definir una suerte de "paradoja de optimismo alienado", sugiriendo relaciones (por lo demás vacías de inferencia) que permitan describir que la falta de ingreso, en nuestro país, de todas formas permite la felicidad. Relación espuria que sólo puede dejar satisfechos a quienes la crean. Ser pobre pero feliz parece ser la metáfora que más tranquilo deja al gobierno.