Palabras del Prof. Luis A. Riveros, Rector de la Universidad de Chile en los funerales del señor Ives Zegers.

Me corresponde el triste deber de despedir a nuestro querido amigo Ives Zegers Lynch a nombre de sus amigos por 40 años. Ives fue una persona de extraordinarias condiciones humanas, tolerante, de firmes convicciones, generoso, formal y estricto en los deberes adquiridos.

Lo conocimos en aquellos tiempos de la juventud radical y el grupo universitario radical en la década de 1960. Ives era quien conducía con sus ideas y con la seriedad que le caracterizó siempre en su vida profesional. Le profesábamos respeto y gran cariño, porque siempre podíamos aprender de sus llamadas de atención, de sus comentarios, de sus propuestas. Era un conductor innato; un líder de esos que no necesitan del discurso encendido para hacerse notar, sino que despertaba adhesión por su actitud y sentido de la responsabilidad.

Hombre inteligente y leal. Fuimos testigos de su viaje a Estados Unidos para recuperarse de una enfermedad que a nos impactó y preocupó seriamente. De vuelta a Chile, le elegimos Presidente del Regional Santiago de la Juventud Radical, donde continuó enseñando su dedicación y amor por la causa de la democracia, la libertad de pensamiento y la fraternidad.

Fue en esos días, en que nos preocupábamos atribulados de las elecciones en la federación de estudiantes secundarios, que visite su hogar en la calle Serrano al llegar a la Av. Matta. Vivía allí con su abuela, una gran mujer siempre atenta a Ives con dedicación y casi con veneración. Me decía que Ives era su orgullo, y que no había enfermedad ni fuerza que pudiera desviarlo de un futuro destacado, con una gran carrera después de todos sus esfuerzos en la vida universitaria.

Perdí contacto con él varios años, hasta que nos reencontramos en la Universidad de Chile un buen día del año 1997. Ya estaba cumpliendo responsabilidades en el Sur, donde pudimos compartir su presencia en actividades de la Universidad de Chile en Puerto Montt, que disfruto enormemente. Tuvimos allí la primera noticia de la enfermedad que culminaría con su partida.

Por ello, nos comprometimos a visitarlo en Temuco. Así lo hicimos en un día de invierno hace más de un año atrás. Compartimos en su casa, nosotros que fuimos desde Santiago a expresarle nuestro cariño, y a escuchar sus opiniones siempre firmes y certeras sobre el momento político y sobre la necesidad de un cambio fundamental en materia de la Educación Pública chilena, aquella que el tanto defendió y a la cual perteneció, incluyendo los tiempos en que fue inspector alumno y después inspector universitario del Internado Nacional Barros Arana. En esa oportunidad le entregamos la medalla rectoral de la Universidad de Chile por su labor como Contralor de la Araucanía, y su adhesión a la Universidad de Chile y defensa de sus valores Nacionales y Públicos.

Todos tuvimos una lágrima en ese instante emocional, porque comprendíamos el momento crucial que comenzaba para el en el curso de la enfermedad que terminó con sus días.

En este momento sublime, en que despedimos sus restos y en que Ives ya ha traspasado la frontera en su marcha al oriente eterno, nos queda la pena de perderlo; nos queda la profunda tristeza de su familia, que es por razones sinceras también la nuestra, nos queda la pregunta agobiante acerca de porque tenía que suceder de esta manera.

Pero más allá de toda inconformidad y del dolor, nos queda su ejemplo vibrante y bello: de un hombre que enfrentó la adversidad con decisión, carácter y buena disposición. Nos quedan las lecciones del maestro, que no olvidaremos en cuanto ellas nos dejaron a cada uno un capital de imprescindible trascendencia para nuestra realización personal y para la construcción que hemos dado al curso de nuestras vidas. Nos queda el ejemplo del amigo de sonrisa escasa, pero profunda y amplia; de las ideas serenas; del juicio critico y muchas veces ácido pero fundado; del hombre fraternal que tanto nos enseñó acerca de laicismo, de fraternidad, de vida plena y humana.

Gracias Ives por todo lo que nos dejas. Gracias por tu presencia junto a nosotros; gracias por enseñarnos un camino que podemos mostrar orgullosos a quienes nos siguen. Gracias por ser un ciudadano que aporto maravillosamente a la patria querida; gracias por dejarnos ejemplo y entrega por siempre.

A tu esposa y los tuyos, nuestro cariño sincero y profundo.

A ti amigo nuestro, hermano querido, compañero de tantas jornadas, un saludo fraternal con un hasta pronto para volver a contemplar tu rostro sereno y tu mano firme y generosa.

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