PANORAMA LITERARIO

Noches, de Miguel Arteche. (Ed. Nascimento)

por Juan Antonio Massone

Sin contar sus cuatro antologías de versos, ésta es su décima obra lírica. Algunas otras fueron: Cantata del desterrado (1951), Solitario, mira hacia la ausencia (1953), Otro continente (1957), Destierros y tinieblas (1963).

Noches está dividida en seis secciones, unificadas en torno a motivos y preocupaciones definidas aunque entrelazadas en la obra toda.

La primera, se inaugura novedosamente con el soneto "El adiós" y la cruza el tono elegíaco, la despedida estremecedora de otros seres y sus consecuentes ausencias y oquedades que zumban las sienes del poeta que de este modo, ve confirmada su noche esencial: la caducidad de él mismo y de todo lo existente. Aquéllos parten al misterio y, sin embargo, conservan lazos con este más acá terrestre, desde el cual se manifiestan los momentos de rebeldía y soledad de todos cuantos permanecen al influjo de los días presurosos. Pero el adiós definitivo, sellador, irreversible, se manifiesta incluso en la partida de sí mismo por el tiempo.

Volver es el exilio del pasado
si ya no encuentras al que allí tú fuiste
oyes caer la lluvia en tu memoria.
................................................(p.24)

A veces el alejamiento inaugura deseos de certeza y plenitud no encontrada en el tiempo y ante la cual no pudimos colaborarla o vivirla, tal es el motivo de uno de los poemas más bellos de la obra: "Irás y no volverás".

Dime que ya te han entregado
eso que yo te quise dar,
y que en lluviosa madrugada
con otra voz te llaman Juan.
........................................(p.14)

Para aquellos que han franqueado los umbrales del más allá existe un recuerdo que dura ¿cuánto tiempo?. Todo lo que dura fenece y todo lo del hombre pasa. Entonces la memoria tributada periclita su vigencia y el olvido acoge la distancia de los otros.

Te has quedado dormido.
Te deshaces. Y llueve.
Te olvidarán. Y nada.
...............................(p.17)

Nada vuelve, nada regresa en las esferas obstinadas de los relojes del tiempo. Las horas que vivimos y nos viven se van hasta nunca, para siempre.

Cuando veas la abominación en el lugar de lo sagrado
y el cáliz lleno de inmundicias:
coge la esponja, empápala en vinagre,
muerde dos mil años de su sabor, y piensa
que un hombre estuvo solo para siempre.

Sin embargo, existen otros poemas en los que se exalta el amor Divino, a pesar de los estigmas del pecado humano, pero la religiosidad de la obra está inclinada a lo carente de firmeza, a las sombras apretadas en torno a la desfalleciente dignidad del hombre.

La tercera parte manifiesta la idea de las dos orillas -presente con anterioridad en su ensayo La extrañeza de ser americano (1962) y en su novela La otra orilla (1963), riberas constituyentes del ser continental y que son en el poeta: España y Chile.

La sección siguiente nos introduce en la presencia de otro mundo -visto desde el más acá- nos lleva al ser en el tiempo de su noche y a la distancia que media entre los hombres y, al mismo tiempo, hasta las zonas escurridizas, de repliegues inextricables donde se anuncia el amanecer de Dios, aunque siempre amagado por el "tal vez" inseguro y nocturno de la fe del poeta.

El árbol de oro que no desaprece,
allí en la noche siempre.
La lluvia que lo empapa,
los años que en la noche me lo acechan,
el hacha que desea degollarlo"
...........................................(p.77)

La penúltima parte nos lleva hasta el ámbito de comunión humana: en amor. Este unifica identidades, derroca obstáculos interpuestos por la maraña diurna buscando sellar más allá de los labios, pero también en la carne, la entrañable unión de dos seres anhelantes en la noche.

Mientras ahora nos miramos
como si fuéramos jamás.
...................................(p.98)

Las dos últimas partes referidas son, cualitativamente, las más parejas. No aparecen versos explicativos sino sugerentes, no a la estructura extensa sino al ritmo unitario de idea y expresión en cada uno de aquellos. La poesía se hace crítica y más profunda. "Cuando se fue Magdalena" y "Hojas de la tormenta" son poemas bellísimos, mostrando en ellos como en tantos otros al gran poeta que es Arteche.

En esta sección no sólo está el amor como búsqueda y encuentro del hombre, sino también la muerte que nos ama desviviéndonos. No sólo el cuerpo cercano en el tierno laberinto sino la "Dama sola" que marcha incesantemente para esposarnos un día.

La obra concluye con el poema "El olmo", a través del cual el yo lírico asume las más variadas dimensiones: diálogo interior con el árbol de los misterios y los años, las dos orillas del poeta ya aludidas, marcando y definiendo sus contornos, el desdoblamiento de sí ante la futura muerte y el transcurso del tiempo que lo completará un día:

Alguien me toca el hombro
y señala mi mano de medianoche: tú
serás el que escriba por mí y yo seré el otro.
...............................................................(p.110)

Y aquéllas raíces chilenas enroscadas de nostalgia desde la tierra hispana, donde las más antiguas yacen fecundas en los siglos, alargan sus tentáculos por encima de la separación que le acontece:

Aquí nací, y no allí, aunque mar me llame:
las olas de ese norte que vieron mis abuelos
y que en mi sueño vuelven. He de dormir aquí,
perdida mi memoria, en tierra de mi tierra.
...........................................................(p.111)

La caducidad de lo existente, el gran motivo de la obra de Arteche remata estas noches dolientes, reiteradas una y otra vez e todos los poemas que clausuran finalmente en tono apostrófico, el habla del poeta con el árbol que le sobrevivirá en el tiempo.

Olmo que permaneces
cuando me llames sin que pueda responderte
...............................................................(p.111)

en: diario La prensa, Osorno, martes 21 de abril de 1981, p.10.

 

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