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Con la multiplicación mecanizada del libro aparece el problema de la distribución. Los impresores del siglo XV tenían un mercado restringido y disperso, puesto que la mayor parte de la población europea de entonces ni siquiera sabía leer. Los factores, unas especies de vendedores viajantes, recorrían las ciudades, tratando de localizar a las pocas personas que podían interesarse por este producto tan nuevo y extraño. Como la Europa de ese tiempo era principalmente rural, los factores visitaban las ciudades en los días en que llegaba más gente a ellas, es decir, cuando se celebraba alguna fiesta local o una feria. Así nació la costumbre de vender libros en las ferias, como un artículo más, entre los barriles de vino, los pollos, los garbanzos y las sartas de longanizas. En París, Londres y en otras ciudades como Lyon, Medina del Campo, Frankfurt y Leipzig, las grandes ferias empezaron a convertirse en lugares de reunión de libreros e impresores, que vendían sus libros, compraban materiales tipográficos y comentaban sus proyectos editoriales.

Una enorme importancia adquirió a fines del siglo XV la feria de Lyon, a la que llegaban sedas, especias, condimentos, plantas medicinales, tinturas y vinos. Esta feria se convirtió en uno de los grandes mercados del libro, condición que se desplaza en el siglo XVI a Frankfurt, donde además llegaban los grabadores, tipógrafos y prensistas en busca de trabajo. Los libreros voceaban sus mercaderías, que iban desde grandes obras jurídicas y teológicas hasta almanaques y pliegos sueltos con relatos de sucesos de actualidad. Allí podía verse también a los sabios más ilustres de Europa, enfrascados en discusiones eruditas.

Desde su nacimiento el libro convoca a la cultura, a la discusión, a la reflexión. Desde muy temprano también, fue considerado un producto noble y de arte. Los primeros tipógrafos tuvieron una preocupación especial por la belleza del libro, por el diseño de los tipos y la armoniosa disposición del texto en la página.

Se dice que el libro nació perfecto y es uno de los pocos productos que a lo largo de más de cinco siglos, con algunos retoques y ajustes, sigue siendo el mismo desde que se inventó, aún con todos los adelantos técnicos que ha experimentado la industria gráfica.

De todos los muchos productos que ha generado la civilización occidental, el libro es el que tiene más tradición e historia.

Además ha sido el gran soporte de las ideas, de la creación literaria y de las grandes teorías científicas y culturales de la civilización occidental.

Tal vez el primer libro es la Biblia de 42 líneas, impresa alrededor de 1455 por Gutenberg,en Maguncia. Su tipografía imitó la letra de los manuscritos alemanes de su tiempo, que era la gótica. Al expandirse la imprenta hacia toda Europa, se reprodujo este mismo tipo de letra, dura y difícil de leer. Poco a poco se va suavizando y distintos impresores van creando nuevas familias de letras: la de los Aldos y los Guinta, en la Italia del siglo XVI; la de Garamond, en Francia, en el mismo siglo; la de Giambattista Bodoni y de John Baskerville, en Italia e Inglaterra, respectivamente, en el siglo XVIII, y las de Joaquín Ibarra y Antonio de Sancha, en España, en el mismo siglo.

Hasta hoy día, en plena era de la computación, se siguen usando los tipos Bodoni, Garamond, Baskerville, etc.


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