Columna de opinión:

Conocimiento, producción y creación

Columna de opinión: Conocimiento, producción y creación
"Los criterios y estándares con los cuales se evalúa la calidad y el logro de las actividades académicas proceden en su mayor parte de las ciencias exactas y naturales", dice el prof. Oyarzún.
"Los criterios y estándares con los cuales se evalúa la calidad y el logro de las actividades académicas proceden en su mayor parte de las ciencias exactas y naturales", dice el prof. Oyarzún.

Se suele argumentar que, en el panorama actual, los criterios y estándares con los cuales se evalúa la calidad y el logro de las actividades académicas proceden en su mayor parte de las ciencias exactas y naturales. Sin embargo, esto es solo hasta cierto punto así. En verdad, la matriz de los criterios y estándares es económica: depende de una concepción del conocimiento que lo entiende a partir de la producción, es decir, de la contribución que el conocimiento hace y puede hacer a la producción en general. Dicho de otra manera, que aquellas ciencias definan el modelo de acuerdo al cual se juzga y evalúa toda performance académica tiene que ver con la relación en que ellas están con la producción económicamente considerada. Y esto, a su vez, lleva a la idea de que el conocimiento mismo pertenece y se subordina al régimen general de la producción. Con esto se tiene ya un principio para aplicar mediciones al conocimiento y a las actividades que éste involucra.

En consecuencia, no se puede asumir de manera acrítica la batería de criterios, instrumentos e indicadores que se aplican hoy ―y desde hace ya sobrado tiempo― en la gestión universitaria. Pero tampoco se trata de invocar una excepcionalidad rotunda. El punto es que cuando nos escudamos bajo el pretexto de que lo hacemos es tan especial, muy fácilmente se contrabandean cosas académicamente indeseables que quieren ser inmunes a todo tipo de medición simplemente para esconder su mediocridad.

Entonces, la cuestión no está en rechazar la aplicación de los criterios e indicadores que miden el cumplimiento o incumplimiento de estándares y metas. No se trata de eximirse de toda normalidad del conocimiento, porque sin ella no hay manera de percibir lo excepcional. La cuestión está en reconocer que la concepción económica del conocimiento no agota su naturaleza. En esto las humanidades (y también las artes) tienen una significación ejemplar, porque no tienen su foco en la producción, sino en la creación. La producción se mide por su resultado y su rentabilidad y esto determina su (con)mensurabilidad. En cambio, la creación (en un sentido amplio del término, no limitado a la labor artística con la que generalmente se la asocia, sino como inherente al conocimiento) tiene su medida en la variación, en la emergencia de la singularidad a la que se abre y que busca sin certeza ni garantía. Es trabajo concreto y material, que no carece de reglas y de operaciones aprendidas y es perfectamente comparable y evaluable en este alcance. Pero la variación y la singularidad solo emergen cuando se interrumpe la conmensurabilidad. De ahí que en la economía de la creación (economía que le es inseparable, como es inseparable a todo lo humano) haya un núcleo an-económico.

Pablo Oyarzún
Director Iniciativa Bicentenario Juan Gómez Millas