Columna de opinión

La nueva ciencia que explica el funcionamiento y la evolución de las ciudades

Francisco Martínez: La nueva ciencia urbana
Francisco Martínez, decano de la FCFM - U. de Chile.
Francisco Martínez, decano de la FCFM - U. de Chile.

Podemos decir que nace la nueva Ciencia Urbana, como la denomina M. Batty, basado en la existencia de una ley universal que regiría a todas las ciudades del mundo y en una teoría que la explica. La sorprendente ley proviene de observación empírica que presenta G. West en su libro titulado Scale (2017), donde utiliza datos de muchas ciudades para mostrar que existe tal ley universal que describe la evolución de las ciudades. Esta ley, conocida como ley de potencia, establece que hay buenas razones para congregarse en ciudades porque al aumentar población, la producción per cápita (patentes, investigación, bienes y servicios, los salarios y también el valor del suelo) crece en forma exponencial, es decir, hay un crecimiento más que proporcional a la población.

En otras palabras, como diría Mario Benedetti, juntos somos mucho más que dos. De esta ley se colige que la ciudad es un sistema complejo ordenado, que podemos estudiar rigurosamente con la matemática conocida y que tiene una notable semejanza con otros sistemas, como los cuerpos orgánicos y la astronomía, lo que motiva a West a sugerir un posible y notable encuentro formal entre las ciencias naturales y sociales.

La existencia de una ley universal urbana convoca a todas las disciplinas a contribuir en la construcción de una nueva ciencia de las ciudades. Urbanistas, ingenieros en transporte, economistas urbanos y geógrafos, que hemos escrutado diferentes aspectos de las ciudades, estamos ahora interpelados para entender esta ley desde las miradas de cada cual, pues tales miradas parciales deben converger a esa única ley universal.

Este desafío me motivó a investigar si los modelos matemáticos, de uso del suelo, de transporte y de la producción y consumo de bienes y servicios, que geógrafos, ingenieros y economistas habíamos desarrollado en las últimas décadas para predecir el desarrollo de las ciudades, permiten reproducir esta la ley urbana. El resultado lo presenté en el reciente libro Microeconomic Modeling in Urban Science, que analiza la ciudad como un sistema complejo y describe un cuerpo teórico que reproduce la macro ley universal a partir del estudio de las micro interacciones individuales de las personas, las que se organizan en familias, empresas e instituciones para desarrollar muy diversas funciones.

Así como el biólogo explica cómo funciona un cuerpo vivo desde la célula, y de allí, cómo los animales de diferente tamaño (o masa) siguen una ley de escala universal, el libro explica cómo las interacciones entre individuos aumentan las oportunidades para el desarrollo social y económico, permitiendo que las organizaciones sociales como las ciudades constituyan fábricas sociales muy eficientes.

De paso, esta teoría explica por qué las ciudades crecen, a pesar de las dificultades obvias de la congestión, la polución y el crimen, que también crecen con el tamaño de la ciudad; por qué las ciudades no colapsan en una sola gran ciudad para aprovechar el crecimiento per cápita; por qué se produce la segregación espacial entre grupos socioeconómicos; cómo se producen las migraciones; y también, por qué percibimos que en las grandes ciudades la vida transcurre más rápido que en los pueblos.

Estos son temas clásicos de los planificadores urbanos, quienes han pretendido doblegar, o al menos paliar estos efectos, mediante la instalación de regulaciones e incentivos económicos como subsidios. El escaso resultado de estas políticas se entiende ahora en base a la nueva teoría, debido a que hay una fuerza universal, que la podemos llamar gravitación urbana, de la cual no podemos escapar, aunque, convengamos, que sí queda un amplio espacio para planificar una mejor ciudad en forma efectiva si tomamos en cuenta esa poderosa fuerza.

Ciertamente, conocer que existen leyes que rigen nuestras estructuras sociales nos hace más efectivos en la búsqueda de una vida mejor, pero a la vez nos genera nuevas e intrigantes preguntas que nos convocan a reflexiones filosóficas. Si las ciudades de hoy nacieron en diferentes épocas, con muy distintas tecnologías y bajo diversas culturas, y sin embargo siguen una única ley universal, ¿qué implicancias tiene esta observación en nuestra arraigada creencia de que los humanos somos creativos y libres pensadores? ¿Hasta qué punto queda reducida esta supuesta creatividad? ¿Significa esto que nuestra percepción de libertad en realidad no es tal?

Pienso que el nacimiento de esta nueva disciplina, que llamamos Ciencia Urbana, no podía hacer menos que abrir nuestra mente a esas nuevas interrogantes fundamentales. Junto al conocimiento nuevo, reconocemos, una vez más, nuestra ignorancia, a la vez que nos llenamos de ansiedad por saber más y aplicar este conocimiento para construir mejores ciudades. La Ciencia Urbana nace para para entender mejor al ser humano, reconocer sus límites y el potencial de sus acciones individuales y grupales, y para permitirnos una vida mejor en comunidad.

Esta columna fue publicada originalmente en Qué Pasa de La Tercera.