Palabras del Prof. Norbel Galanti en Ceremonia de entrega de la Medalla Rectoral Juvenal Hernández Jaque

Palabras del Prof. Norbel Galanti en Ceremonia Medalla Rector JHJ

 

Señor Rector, Señora Pro-rectora, Señora Decana, Sr. Director del Instituto de Ciencias Biomédicas, Autoridades, Académicos, estudiantes, funcionarios, alumnos, familiares y amigos.

Cuando recibí la muy amable carta del Sr. Rector en la que me informaba sobre el otorgamiento de la Medalla Juvenal Hernández Jaque, tuve la inmediata sensación de que se trataba de un error de destinatario. Tengo muy en claro quien fue el Rector Hernández así como el rol fundamental que jugó en nuestra Universidad y en el país. Don Juvenal Hernández corresponde a personas que reúnen condiciones de liderazgo, que además ejercen, junto con una enorme cultura y una claridad de las necesidades urgentes de desarrollo que requiere Chile. Todas estas cualidades unidas a una disposición, hacen a estas personas improbables. Pero el rector Hernández fue una maravillosa realidad. Su enorme tarea, realizada sin estridencias, lo colocó como un ejemplo a seguir. Estos hechos hacen que me sienta sobrepasado por este hermoso homenaje, en el que se me impone una medalla con su nombre.

Les cuento que egresé de la Universidad de Chile desde Vicuña Mackenna 20 y me integré a ella en la manzana de Santos Dumont, Independencia, Zañartu y Avda. La Paz. Cuando me rodearon los viejos edificios que alojaban laboratorios y salas de clases de la Escuela de Medicina, nunca imaginé que ese iba a ser mi entorno de por vida.

En efecto, allí se desarrolló toda mi vida, no sólo la científica. Toda ella. Rápidamente quedó claro en mí que me encontraba en uno de los espacios de libertad donde se desarrollan las ideas que mueven a nuestro país.

Poco tiempo después de mi ingreso sobrevino la Reforma Universitaria, maravilloso movimiento que buscaba una Universidad menos autocrática, más crítica, con un empleo más eficiente de sus potencialidades. Como todo movimiento, no careció de errores. Pero no me cabe duda alguna que provocó un cambio radical en la estructura y organización de nuestra Universidad, que rápidamente se reflejó en un aumento importante de su producción científica y artística, así como en una aproximación a la sociedad chilena y sus problemas.

Este tremendo movimiento de cambio se interrumpió abruptamente en 1973. Sin embargo, ni la aplicación de la fuerza, ni la desarticulación de nuestra Universidad, quitándole su presencia nacional y su compromiso con la formación de los profesores que requiere el país, ni el enorme endeudamiento derivado de las medidas de re-estructuración que se le aplicaron, ni la formulación de una ley de Universidades destinada a desperfilarla y minimizarla, ni la sucesiva presencia de los llamados "rectores-delegados", pudieron contra la tozuda resistencia de nuestros profesores, estudiantes y funcionarios. Mucho sufrimos en esa época y mucho del sufrimiento que padecemos actualmente deriva de los compromisos políticos que se acordaron en los últimos años de la dictadura y que se consideraron necesarios para regresar a un sistema democrático. Acuerdos manipulados para crear un sistema político y una organización socioeconómica adversas a las Universidades públicas y que desperfila la responsabilidad del Estado para con sus Universidades y para el sistema educacional en general.

Se fijó como para el país el crecimiento económico, sin consideración alguna a la equidad, a la igualdad de oportunidades, al desarrollo del poder creativo del hombre libre en las Artes, las Letras y la Ciencia. Una política basada en palabras equívocas, tales como Innovación y Emprendimiento, entre otras, llevó a proponer como crecimiento tecnológico el aumento en la producción inmediata de bienes y servicios. Este discurso, que podría haber tenido aristas importantes, derivó en la explotación al máximo de nuestros recursos naturales para exportación.

Adicionalmente, se planteó la hipótesis de que la mejor forma de crecimiento para Chile es convertirnos en productores de alimento para el mundo desarrollado. Esta hipótesis no contempla las bases científicas requeridas para un aumento en la producción de alimentos, ni tampoco los daños ecológicos, algunos irreversibles, que ella trae aparejados. Tampoco tiene en cuenta que un aumento en la producción de alimentos para exportación no significa necesariamente una mejor alimentación de todos nuestros conciudadanos. No se comprende que para convertir a Chile en un país del primer mundo, con igualdad de oportunidades para sus ciudadanos y con un aumento creciente de la cultura de su pueblo, se requiere, entre otras cosas, basar el aumento de la productividad en la Ciencia fundamental y para que nuestro pueblo adquiera el grado de cultura esperable se necesita además el apoyo sostenido para desarrollar el Arte, las Ciencias Sociales y la Filosofía. En resumen, la hipótesis que propone a Chile como proveedor de recursos naturales y alimentos no considera que, para que un país verdaderamente crezca, uno de los objetivos primarios de ese crecimiento debe ser el aumento vertical y permanente de su cultura, entendida como bien social y no como oportunidad reservada a unos pocos.

El actual movimiento estudiantil, que derivó en un despertar de la conciencia social, ha dejado en claro que nuestros estudiantes se encuentran muy lejos de estar "ni ahí" y que nuestros ciudadanos no compraron el engaño de un crecimiento que no los consideraba.

Y en todo este período, la Universidad de Chile se ha presentado como lo que es: la reserva moral de nuestro país, basada en su espíritu humanista y su ideario ético. De nuestra Institución emergieron y emergen proposiciones para el desarrollo de las Ciencias, de la Letras y de las Artes, así como para una mejor organización de las leyes que rigen nuestra sociedad. Nuestra defensa de la educación superior, pública y de calidad, se da siempre en el contexto de la necesidad de desarrollar la cultura en nuestro país. Nunca nos ha templado la voz para hacer presente al Gobierno de turno que somos una Universidad del Estado de Chile y, como tal, ese Gobierno de momento debe hacerse cargo de la responsabilidad de cuidarla y facilitar su desarrollo, porque ello implica cuidar y facilitar el desarrollo del país.
Hemos llevado a cabo nuestro trabajo en las condiciones más adversas, estructurales y de funcionamiento. A pesar de todos los intentos de minimizar nuestra presencia, somos hoy lo que siempre fuimos: la mejor Universidad del país, republicana, pluralista, laica, libre, sin otro dueño que la Nación chilena, representada por el Estado de Chile. Solo nos debemos a esas Nación, es decir, al pueblo de Chile.

Soy hijo de un artesano italiano, que amó el mármol desde su niñez y lo convirtió en sustento para su familia y fuente de creatividad en las escasas obras de arte que logró plasmar en realidades. Un hombre cabal, que gozaba e interpretaba la música y era amante de las flores. Un hombre que no tenía duda alguna acerca de que el trabajo serio, el estudio sistemático, la honradez, el cumplimiento de los compromisos adquiridos y el respeto a principios de bien público, eran el único camino posible para lograr una vida respetable. Soy hijo de una mujer campesina, que aprendió a caminar y cabalgar al mismo tiempo, que cumplía no solo el trabajo que se esperaba de la mujer en el campo sino también tomaba responsabilidades mayores. Una madre que tenía clarísimo que el amor al hijo no significa evitarle responsabilidades sino, muy por el contrario, dejarle en claro que el rigor es parte de la vida y del hacer creativo. El cariño era enorme pero no implicaba renuncias fáciles a las obligaciones.

Soy hijo de la educación pública. Mi educación primaria ocurrió en una escuela municipal, en aulas de altísimas murallas. En invierno, la primera hora se utilizaba para que golpeáramos los pies en el suelo y, con las manos, la espalda del compañero que ocupaba el asiento anterior. Era la técnica empleada para entibiar nuestros cuerpos. Mientras tanto, la tinta pasaba de un estado de gel denso a otro un tanto más líquido, que permitía, aunque con dificultad, el uso de la punta de acero. La otra dificultad era lograr que los dedos y la mano hicieran el recorrido esperado sobre el papel. Los profesores, con una paciencia infinita y con una sabiduría basada en el conocimiento y en el amor, nos introducían a la maravilla del leer y escribir, del pensamiento matemático, de nuestra ubicación física en el planeta y en el tiempo histórico.

En esa Escuela pública y gratuita aprendí no solo a leer y escribir, sino que además a amar el conocimiento y, más aún, comprender con asombro que este conocimiento pudiese ser permanentemente modificado. Además, aprendí lo más importante: el hecho que todos los seres humanos tenemos el derecho a educarnos. Algunos compañeros llegaban a pie, otros a caballo y algunos pocos en automóvil. Pero en el aula, todos teníamos el mismo derecho y éramos tratados con los mismos parámetros.

Todos mis estudios se realizaron en Escuelas y Universidades públicas y gratuitas. Incluso en mis dos estadías largas en Estados Unidos, no solo no debí pagar sino que me pagaron para recibir una formación de excelencia. Así, las becas, particularmente la Guggenheim, llegaron como un regalo más de la vida. Y la Universidad de Chile me dio todas las facilidades para cumplir con esta etapa de mi formación. Con esta experiencia:!Cómo me pueden pedir que entienda que es necesario pagar por un derecho¡ Porque la educación es un derecho, que duda cabe. Que tiene un costo, es obvio. Que ese costo es elevado, nadie puede negarlo. Pero, al igual que la Salud, el cuidado de la tercera edad y otras necesidades sociales, deben ser financiados por la Sociedad. Decir que nada es gratis, es tan obvio que resulta absurdo. El asunto es como financiar los derechos de las personas, sin convertir la Sociedad humana en un sistema de clases, en las que algunos gozan de los beneficios y las mayorías trabajan y sufren para el goce de unos pocos.

En Chile, financiar los derechos de las personas depende solo de una decisión política porque los recursos están. Solo se trata de reasignar cifras del presupuesto, por un lado, y por otro, constituir un fondo para el desarrollo de la educación y la cultura en base a nuevos impuestos dirigidos a quienes pueden hacerse cargo de ellos, por el enorme volumen de ingresos que reciben de la explotación de recursos naturales no renovables, que a todos nos pertenecen, explotación que surge de manos y cerebros chilenos. No se toma la decisión políticamente correcta solo por un motivo: la aplicación fundamentalista de un modelo socio económico basado en una ideología deshumanizada, que transforma a los seres humanos en número de tablas y puntos de gráficos. ¡Qué valor tiene que aumente el índice de ingresos "per capita" si ese modelo impide la distribución de esos en el bienestar de la población! Adicionalmente, la Historia nos informa el enorme daño que los fundamentalismos hacen a la sociedad humana.

Don Juvenal Hernández Jaque estudió y trabajó duramente para darle a nuestro Chile una gran Universidad. Desde la política, desde la cátedra, desde la administración pública, colocó toda su fuerza en el logro de objetivos que permitieran el desarrollo de la cultura. Sus acciones se consolidaron en obras tales como el Teatro Experimental, la orquesta Sinfónica, los Institutos de Investigación, el Bienestar Estudiantil, las Escuelas de Temporada, entre muchas otras. Construía el presente con una visión de futuro. Estaba claro en su mente que Chile necesitaba de un pueblo culto, cuyo desarrollo se basara en la igualdad de oportunidades para sus ciudadanos.

Me permito recordar aquí a todos mis maestros, aquellos de mis primeros años y a los otros, quienes me llevaron al camino de la ciencia. Y un recuerdo muy especial a todos mis alumnos de la diferentes profesionales del área de la salud y de la ciencia dura, muy particularmente, a mis tesistas, muchos de ellos actualmente profesores de nuestra Universidad y de otras, en Chile y en el extranjero. Con ellos se dio aquella máxima: Enseñando, aprendí.

Agradezco a mis padres y hermanas, por la hermosa familia que ellos me dieron. A mis cinco hijas, ocho nietas y dos nietos. Y a Ulrike, quien me acompaña y alienta en esta, la última etapa de mi vida.

Por último, como hijo de la Universidad de Chile, declaro que recibo esta medalla que lleva el nombre de Juvenal Hernández Jaque con inmenso orgullo. Fui sorprendido con este galardón y encontré sorprendente ser su destinatario.

Prometo llevarlo con la dignidad y el honor que corresponde


Muchas Gracias