Discurso de la Vicerrectora Montecino en Día Internacional de la Mujer 2012

Discurso de la Prof. Montecino en Día Internacional de la Mujer 2012

En primer lugar quiero agradecer a las participantes en estos Diálogos con el conocimiento con los que inauguramos las actividades de extensión de la Universidad de Chile y recordamos el 8 de Marzo. A María Soledad Barría, Daniela Isla, Carla Lheman, Verónica Soffia, Camila Vallejo y Ana Lía Uriarte por su generosa disposición. A nuestra periodista de la Radio de la Universidad de Chile Vivian Lavin por su colaboración. También a Evelyn Cornejo por su mensaje musical y Antonio Vargas por su colaboración en los saludos masculinos. Como siempre, mi reconocimiento al equipo de la VEX y a la Dirección de Comunicaciones por su esmerado trabajo. Asimismo mi gratitud a todas y todos los presentes por acompañarnos este caluroso mediodía"

Porque ese sentimiento de ser la paria de lo sagrado fálico puede conducir tanto a la depresión ("no soy nada, no llegaré a serlo nunca" como a la competición descarnizada de la virago fálica, que da a las figuras bien conocidas de la impertinente razonadora, la homosexual viril o la jefa de campamento...Pero es también ese sentimiento de extrañeza el que confiere a algunas mujeres ese aire de madurez desengañada y condescendiente, de serena indiferencia, de eso que Hegel llamó tan enigmáticamente "la eterna ironía de la comunidad". En efecto, las mujeres no se quedan fuera del poder fálico, sino que acceden a él para mejor poder pasar revista a su omnipotencia. Esa indiferencia que es el indicio mismo de la feminidad proviene de nuestra inmersión en el Ser y lo sensible intemporal. Lo que da a algunas de nosotras (¿la mayoría?, ¿las mejores?) la posibilidad de llevar a cabo esta sociabilidad asocial que el mundo percibe como una intimidad o una ternura". (Julia Kristeva, en Lo femenino y lo Sagrado (2000:81).

Tal vez estas palabras de una de las intelectuales que con mayor sagacidad y profundidad ha escudriñado el nexo y cruce permanente entre las subjetividades femeninas y lo social, entre los límites sinuosos de naturaleza y cultura que los distinguen, de biología  y destino que los tensionan, sirvan para iniciar los giros del debate con que hoy conmemoramos el Día Internacional de la Mujer. Sin duda, lejos estamos en Chile de producir una conversación y una reflexión sobre la condición y posición de las mujeres que vaya más allá del sentido común instalado y ritualizado como lema. Así, nociones como la igualdad de oportunidades, la paridad, el machismo, la discriminación, entre otras, se han ido convirtiendo en una suerte de significantes flotantes o fórmulas que se pronuncian sin conocer sus implicancias epistemológicas, sus orígenes políticos y sus proyecciones en la transformación del mundo, por ello cuando, y si es que, se las llega a discutir es como si hubiera un consenso de leerlas -interpretarlas- en blanco y negro: o se está a favor o en contra, y allí radica precisamente una de las aristas más seductoras y perturbadoras de este problema. Cuando hablamos de mujer o género lo que aparece sin ambages son las arraigadas concepciones ideológicas, éticas y de repartición del poder, el orden de las cosas y los sentidos que cada sociedad propone para las relaciones entre hombres y mujeres y para los símbolos asociados a ellas. Más aún pensar en esas relaciones trae consigo, de manera indefectible, la actualización de un sistema de prestigio y poder en el cual reverberan todos los ecos de la estructura social. Las intelectuales europeas conceptualizaron ese sistema como uno fálico, es decir aquel donde la dominancia de las representaciones culturales se liga a lo masculino y a su despliegue en las distintas esferas del orden colectivo. En América Latina surgió la noción de "machismo" para dar cuenta de esa organización político cultural que coloca en la cúspide del prestigio social a las masculinidades y a su secuela de desigualdades: de clase, de etnia, de generación, de género. La politización creciente de las demandas de las mujeres por romper esos paradigmas de prestigio y poder, la politización de lo "privado" (la discusión de las natalidades, la legitimidad de los hijos, el divorcio, por ejemplo) y su creciente incorporación al ámbito público, conllevan un conjunto de interpelaciones que deben ser resueltas y respondidas desde una perspectiva crítica, es decir tomando en consideración las maneras de habitar el mundo, interrogándolas desde el lugar en que las relaciones de género se tornan en desiguales, deconstruyéndolas y desnaturalizándolas para arrancar desde allí nuevos modos de concebir las diferencias. Esa mirada no complaciente pone de manifiesto que las inequidades de género se vinculan a otras, y desplazan sus signos a todos los sujetos marginados, excluidos, elididos, a todos aquellos y aquellas que están fuera de la mesa donde se negocian los sentidos -es decir la interpretación de las cosas-. Ese estar fuera, es el punto de arranque de la violencia simbólica y de la violencia política. En el primer término, es la negación, la obliteración, el "ninguneo" -chilenismo que apela a la acción de convertir a alguien en "nadie", humillándolo-, en el segundo la carencia de participación en la lucha por la construcción de proyectos y lenguajes de futuro. Pero, no sólo la marginación, sino que la participación en esa mesa es problemática para el segmento femenino de la sociedad, tal como dice Kristeva se trata de la "eterna ironía de la comunidad" hegeliana, pues a la repartición del poder fálico las mujeres claro que se han asomado en la sociedad contemporánea, pero no siempre ello ha implicado cambios para la condición femenina y el conjunto de las subalternidades; por eso es preciso recordar siempre que no basta con ser mujer para cambiar el orden de lo social, para ser sensible a lo "intemporal" (es decir a los nudos permanentes del despoder), para tomar conciencia de las vulnerabilidades de las otras que no están en la mesa de la discusión de las ideas y de las negociaciones simbólicas, de las significaciones y de las decisiones. Cuerpo y poder, por cierto ha sido la trama de una batalla que metaforiza las contradicciones, las paradojas y las cárceles femeninas, sobre todo hoy día que la sociedad del espectáculo y del valor de la mercancía, del exitismo, de la materia, de la baratija y de lo desechable, dominan el sentido de lo humano. Más que en el pasado ser sujeto u objeto, individua ajena a los problemas colectivos, conforma un dilema en que la existencia de las mujeres se debate y deviene no sólo en "depresión o competencia descarnizada" citando a Kristeva, sino en subjetividades que se estrellan con el vacío reflexivo de una comunidad que se niega a pensar más allá de los eslogan, que teme pensar en su develamiento porque se puede disolver la argamasa que mantiene en pie una determinada cohesión social, sobre todo la actual que se goza en su propia y alucinada lógica mercantil. Sin embargo - es lo que escucharemos este mediodía- hay una polifonía de sociabilidades femeninas críticas que han ido experimentando el poder, conociéndolo desde sus bases para configurar nuevos modos de inclusión, nuevas y más justas maneras de concebir las relaciones sociales y el lugar de cada quien en el mundo.

La "indiferencia" -el desapego, la desconfianza y muchas veces el desprecio- al poder ha sido la característica de lo femenino, no obstante, su problematización puede posibilitar la creación de otros significantes en los cuales arropar, apañar y concebir nuevos significados y lenguajes que permitan la ruptura con el orden simbólico preñado de machismo, de violencia y de cultura fálica. ¡Esa es la utopía que enfrenta el cuerpo a cuerpo de las mujeres con el poder¡ Eso fue quizás lo que quisieron decir las obreras textiles en el siglo pasado cuando se rebelaron ante la injusticia laboral: sus cuerpos quemados, sus cuerpos sacrificados fueron la respuesta del dominio patronal, no olvidemos que ese es el mensaje del 8 de marzo que hoy recordamos, no tiene nada que ver con flores ni  con el "homenaje" que el mercado promueve para aumentar sus ganancias, sino una memoria  siempre presente de lucha femenina por su dignidad. Espero que las distinta tesituras y experiencias de nuestras invitadas nos re-envien a ese cuestionamiento permanente de estar "fuera-dentro" del poder con un cuerpo y con un proyecto en los términos que Simonne de Beauvoir ya formuló: la biología no es destino, asumiendo que la diferencia puede construir un camino hacia la igualdad -no hacia la identidad- y que desactivar los nudos que la cultura teje (que los símbolos tejen, como la "buena presencia") tiene como resultado la creación de nuevas categorías, de nuevas subjetividades que eclosionen el núcleo duro del poder.