"La Universidad de Chile y sus casi 400 años: a propósito de 'Enriquecerse tampoco es gratis' de Miguel Orellana Benado"

Columna del Senador Eric Palma: "La U. de Chile y sus casi 400 años"

La Editorial Usach publicó en diciembre de 2013 el libro del filósofo, profesor Miguel Orellana, Enriquecerse tampoco es gratis. Un ensayo de 174 páginas, seis apartados (La educación y el agradecimiento; Enriquecerse tampoco es gratis; La institución universitaria en Chile; El mito bellocéntrico; Identidad y Política; la Educación y el mercado), apéndice, bibliografía e índice onomástico.  Aborda como asunto principal el de los orígenes de la Universidad de Chile  y como tema accesorio la cuestión relativa a la relación entre modernidad, generación de riqueza y aprecio por la historia y la filosofía.

Estamos en presencia de un ensayo que evalúa la conducta de las autoridades directivas de la Universidad de Chile, de sus profesores y estudiantes,  a propósito de la relación entre modernidad, educación y aprecio por la historia y la filosofía. El autor se concentra en denunciar la mala educación que impera en la universidad estatal, que entiende como desconocimiento, falta de aprecio y ocultamiento de los antecedentes coloniales de la U. de Chile por la comunidad universitaria.

Su experiencia docente y su vivencia en la Universidad de Chile, han tenido lugar en la Escuela de Derecho, donde ingresó  en 1999. El ensayista nos recuerda que sus orígenes universitarios están en Oxford (relata esta experiencia en las primeras páginas de su obra). En Inglaterra, dice el autor, aprendió las normas de la buena educación, esto es, a agradecer y respetar. Tales actitudes, sostiene, están ausentes en la actual Universidad de Chile y ello se explica como un costo de la modernidad. Los nuevos ricos carecen de la educación refinada que otorga una educación que valora las tradiciones. Ocultar la historia pasada resulta en el hecho, dice Orellana, un recurso de los que sienten que carecen de historia: "… el olvido de la historia institucional anterior a 1843 que caracteriza a tantos profesores de la Universidad y, por lo mismo, a sus estudiantes… -es- el más elocuente indicador de cuan mala es la mejor educación universitaria chilena" (Orellana, 2013, 33).

Respecto del origen de la Universidad de Chile, el doctor de Oxford  se ha sumado a la historiografía tradicional católica, en concreto a las tesis de los profesores e historiadores del Derecho, Alamiro de Ávila (1979) y Bernardino Bravo (1992), que a su vez parten de las reflexiones de Aníbal Bascuñán (1942). Aporta algunas reflexiones que persiguen demostrar que hay una continuidad histórica (la llama "didáctica y jurídica") entre la universidad conventual dominica fundada en Santiago en 1622, y la Universidad de Chile.

Además sostiene que la universidad conventual, la realista y la estatal son baluartes de la libertad. Y que "la República nació de la Universidad. Es decir que en Chile la educación engendró la libertad, y no al revés" (Orellana, 2013, 26, 60).

Denuncia la falta de reconocimiento de dichos orígenes, y asocia dicho defecto con la ausencia de virtudes propias de personas educadas: lo son, aquellas que sienten agradecimiento por las instituciones que los formaron. Si en el Chile de hoy no ocurre así es por la participación de nuestra sociedad en la modernidad. La falta de virtudes propias de "personas educadas" y el desprecio por la historia y la filosofía entre los actuales profesionales universitarios son los "costos educacionales de la modernidad" (Orellana, 2013, 19).

Pero no sólo se trata de la modernidad. El rechazo a la raíz católica de la Universidad de Chile es asunto de francmasones y de progresistas de izquierda, quienes no están dispuestos, según el ensayista, a reconocer la contribución del catolicismo y su elite universitaria formada en San Felipe, a la independencia de Chile.

Las autoridades universitarias del siglo XXI, personas educadas pero carentes de las virtudes propias de una auténtica educación, los francmasones, los izquierdistas y la FECH son responsables de mantener a la comunidad universitaria en la ignorancia y en su mala educación. Han impedido que profesores, estudiantes y personal de colaboración conozcan su pasado y se muestren agradecidos. Se trata nada más y nada menos que de un proceso de ocultamiento y olvido que aleja de "la matriz normativa judeocristiana que experimentó una porción siempre creciente de la población" (Orellana, 2013, 93).

Concluye que: "Renegar de las primeras tres fases de la larga historia de la Universidad porque  fueron católicas, es un prejuicio que a estas alturas se ha vuelto indigno de la única comunidad de estudios superiores a la que la ley chilena prescribe el pluralismo como uno de sus <<principios orientadores>>" (Orellana, 2013, 104).

Orellana procura desmantelar lo que denomina el mito "bellocéntrico": una operación premeditada de olvido de la historia de la que es responsable el positivista Barros Arana y los masones Valentín Letelier y Juvenal Hernández. La idea de Andrés Bello como francmasón y fundador de la Universidad de Chile, es un invento de fines del siglo XIX  y del siglo XX (p. 47 y ss).

La obra contiene también diatribas en contra de la jerarquía de profesor titular; de un decano acusado de “plagio académico”; de la FECH; la rectoría; la triestamentalidad; del senado universitario y del Estatuto de la Universidad del año 2006.

Hace responsable a la experiencia estatutaria iniciada el 2006, de la permanencia de los estatutos otorgados por la dictadura a las demás universidades del Estado.

A partir de la página 113, se incorpora un apéndice que da noticia del debate que suscitó en el Senado Universitario la conmemoración de la fundación de la Real Universidad de San Felipe. Orellana incorporó las actas (un total de 36 páginas) de la denominada Comisión 250, de la  que él mismo fue secretario.

No resuelve Orellana el principal problema que genera la propuesta de la historiografía católica tradicional, el de la identidad. Enuncia la cuestión, pero, no la resuelve. Cree haber dado con la "esencia de la institución universitaria…: su núcleo es una comunidad de maestros y discípulos dedicados con igual fervor a la creación y la preservación del conocimiento… Esa comunidad es el sujeto histórico detrás de toda genuina universidad con independencia de cambios de nombre, de localización o de estatutos" (2013, 95). Así la comunidad de religiosos (estudiantes y profesores) que entre el siglo XVII y XVIII aspiraba a graduarse y graduar en teología, es la misma comunidad de los siglos XIX a  XXI. Todas ellas están dedicadas a crear y preservar el conocimiento.

La cuestión de la identidad, que es central en el ensayo, está a mi juicio, insuficientemente abordada ¿Cómo puede sostenerse que la comunidad de sacerdotes sometidos a la obligación de no apartarse de las verdades reveladas y de las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino, es un grupo humano dedicado con fervor a la "creación" de conocimiento?  ¿El ensayista no se hace cargo de explicar la prohibición que tenían los académicos de apartarse de las enseñanzas de Santo Tomás y de recurrir a otros autores? ¿Qué tienen  de común dichos sacerdotes con los estudiantes y profesores de nuestro tiempo, si ambas comunidades se comportan de manera muy distinta respecto del proceso de creación y preservación del conocimiento? Hay ateos, deístas y materialistas, así como judíos,  enseñando en las aulas universitarias de la Universidad de Chile ¿Qué lugar había para ellos en la comunidad colonial que Orellana describe como interesada en la libertad?.

No desarrolla suficientemente su planteamiento de la vinculación entre libertad y universidad ¿Que idea de libertad tiene el autor que le permite sostener que la universidad colonial sometida a la censura inquisitorial, aporta en este aspecto igual que la republicana?.

Orellana parece creer que lo que ha ocurrido en estos ya casi cuatrocientos años es un puro cambio de nombre o una mera reorganización de la universidad (véase su analogía de la página 74 sobre el cambio de nombre de Gabriela Mistral). No se hace cargo de la extinción de la universidad conventual y de la Real Universidad de San Felipe, fenómeno que se menciona en el ensayo y en las actas (pp. 54 y ss.). La antigua corporación dejó de tener existencia. Por ello se dice que se funda una nueva universidad. Dado que algo murió, algo nuevo emergió. Y nombrar a ese algo nuevo no es una pura cuestión de denominación sino de declaración de existencia. Si se dice que se instala una nueva universidad  a la que se llama de manera distinta a la que feneció, no puede interpretarse el fenómeno como una cuestión puramente anecdótica.

Los problemas que suscitó el que se admitiera a algunos profesores de la fenecida institución en la nueva, llevó a que el Gobierno resolviera el tema de la "continuidad" institucional. Esta continuidad no es identidad. La Universidad de Chile es distinta a la de San Felipe. Los abogados sabemos, y los historiadores del Derecho que sostienen la tesis de la identidad lo son, que ser sucesor de alguien no implica identidad legal. Heredar los bienes del fallecido no nos hace idénticos al fallecido, sino, su continuador en algunos aspectos.

Orellana tampoco se percata que su propuesta de la comunidad como elemento de la esencia universitaria, lleva a posar la vista sobre el Instituto Nacional y su sección universitaria, y no sobre la Universidad de Chile, que entre 1842 y 1879 estuvo privada de su actividad propiamente docente. 

Respecto de las actas del apéndice, lamentablemente no las comenta en todo el ensayo. Perdiendo el lector la posibilidad de conocer cómo opera la filosofía del pluralismo que promueve el ensayista, según la cual las "preguntas y verdades humanas" deben ser tratadas con igual respecto. Por otra parte, estas actas introducen un elemento de duda sobre el verdadero alcance de la acusación relativa a la "falta de educación" de la comunidad universitaria de la Universidad de Chile. Ellas dan noticia del interés de la universidad por la historia y la política.

Por otra parte, el ensayista parece tener una comprensión de sí mismo y del grupo de profesores que le han precedido en el planteamiento de la raíz católica y colonial de la Universidad (Bascuñán, Ávila Martel y Bravo) como ajenos a la comunidad Universidad de Chile, lo que no es verídico. Ser minoría no implica ajenidad.

He escrito sobre el tema del ensayo que aquí reseño en dos trabajos (2005, 2012 ) y coincidiendo con Orellana en que el catolicismo tuvo un papel relevante en la formación de la Universidad de Chile, no me parece posible sostener que la universidad chilena haya estado desde sus inicios, allá por 1619, al servicio de la libertad. Menos todavía que la identidad de la universidad se conforme con la pura existencia de una comunidad, sin importar qué saber cultiva esa comunidad y bajo qué tutela y reglas.

En conclusión, estamos en presencia de un ensayo no enteramente novedoso, puesto que reitera planteamientos hechos desde 1942, pero si altamente polémico por lo agrio de la crítica a toda la comunidad que forma la Universidad de Chile (de la que el autor parece excluirse).

La operación intelectual de identificación y destrucción de lo que el autor denomina el mito bellocéntrico, y la asignación de su creación al positivismo y la francmasonería, implica un desafío intelectual para quienes creen que Bello fue un masón destacado que fundó una universidad laica y pluralista.