Bello en Chile (3)

Chile llamó su atención no sabemos bien por qué; lo que sí sabemos es que se comprometió de por vida con la joven república de la cual no volvió a emigrar, y donde realizó una insigne contribución que perdura hasta el presente en una multiplicidad de campos, particularmente en lo jurídico, educacional, político y literario. Andrés Bello llegó a Valparaíso junto a su familia el 25 de junio de 1829, en el barco inglés “Grecian” que lo condujo a través de la ruta del Cabo de Hornos. Estaba por cumplir 48 años de edad. En esos momentos se vivían los últimos meses del período que los historiadores han llamado –para muchos equivocadamente– como “la anarquía”. Así lo testimonia el sabio venezolano en una carta enviada al político, diplomático y poeta José Fernández Madrid, fechada el día 8 de octubre de 1829 en Santiago de Chile, donde le expresa: “La situación política no es tan lisonjera: facciones llenas de animosidad, una constitución vacilante, un gobierno débil, desorden en todos los ramos de la administración” (Salvat, 1973: 42-43).


En 1830 se inicia en Chile el llamado régimen portaliano, que comprende, durante la vida de Bello, los gobiernos de Prieto, Bulnes, Montt y Pérez, también llamados de los decenios. Entonces se consolidó una organización institucional, se experimenta un renacimiento cultural, se vive, hacia el final, un despegue económico, pero por sobre todo prima una estabilización institucional, al ser el período donde se da efectivamente forma al devenir Republicano. Se trata de un período de construcción nacional, en que el país se integra y se consolida como una unidad política, donde de las necesidades materiales más básicas se salta a las intelectuales y científicas, y en donde se anima el desarrollo de un Estado con clara noción de futuro y visión de real independencia.


El 13 de julio de 1829, el Presidente de la República Francisco Antonio Pinto lo nombra oficial mayor del Ministerio de Hacienda, con un sueldo de 2 mil pesos anuales. No ejerció, sin embargo, en ese ministerio, sino en el de Relaciones Exteriores, ocupando el cargo que correspondería hoy al de Subsecretario. El Bello diplomático o funcionario consular, antecedía así al Bello académico, intelectual, jurista, educador, literato y político. Como oficial mayor de Relaciones Exteriores, Andrés Bello, según sostiene Raúl Silva Castro: “durante más de veinte años aplicó en la práctica las lecciones de derecho de gentes del que formó un libro especial y dio, en fin, a la obra internacional de Chile, una coherencia y una orientación cierta que, en mucho, contribuyeron a otorgarle al país la respetabilidad que ha disfrutado” (Silva, 1964: 17).


En 1830 se fundó el periódico oficial El Araucano. Se encargó a Andrés Bello la redacción de las secciones extranjera y cultural, una responsabilidad que revestía notoria importancia, dado que la tarea de construir una República precisaba de todos modos de un “periódico oficial”, cuyo contenido debía reflejar en plenitud la madurez intelectual y política que era menester al nuevo estado de cosas. Entre otros tópicos, Andrés Bello se enfrenta con el fuerte legado de la Colonia, respecto de la sistemática censura de libros; para poder internar textos al país se debía contar con la autorización de las dignidades eclesiásticas que se regían por el llamado Índice elaborado por la Inquisición. Andrés Bello reclamó airadamente de esta situación en El Araucano, en especial por el decomiso de unos libros en la aduana, sosteniendo con fuerza los elementos de principio sobre este asunto. A poco andar, Bello, Egaña y Ventura Martín pasan a formar parte de la Comisión Revisora, modificando los criterios.


Como resultado de su brillante, importante y trascendental contribución en variados campos, en 1832 se otorgó por ley la nacionalidad chilena a Andrés Bello. Ese mismo año pasó a integrar la Junta de Educación que debía proponer los planes y programas de todos los colegios del país; con ello ingresó al campo en el que, probablemente, haría su contribución más determinante a Chile y al Continente Latinoamericano. En cuanto a su tarea magisterial, hay que señalar que el gran caraqueño ejerció la tarea formativa en su propio hogar, desde 1831 hasta la apertura de la Universidad de Chile en 1843. Pertinente es también citar el hecho que mantuvo un curso de Humanidades, en cátedras como Gramática Castellana, Literatura, Legislación, Latín, Derecho Romano y Filosofía.

En 1837 es elegido Senador de la República y reelegido en dos períodos sucesivos, hasta el año anterior al de su muerte. Introdujo en el desempeño parlamentario su visión equilibrada, y profundamente informada, acerca de la realidad y de las necesidades materiales y espirituales de una nación. Largo fue su desempeño como oficial de gobierno y parlamentario.


Hacia 1850, a los 70 años de edad, Bello desempeñaba simultáneamente las funciones de Rector de la Universidad de Chile, Subsecretario de Relaciones Exteriores, consultor de gobierno, Senador, redactor de El Araucano.


Además, trabajaba intensamente en la elaboración del Código Civil y en sus obras de Derecho, de Filología y sus producciones literarias. Naturalmente, lejos de los días del internet y de la computación, no deja de maravillar su extraordinaria productividad intelectual, el apego con que desempeñaba sus cargos oficiales y la dedicación a su familia. Tal productividad ha sido luminosa, y ha quedado para siempre entre nosotros como un ejemplo inspirador. Por ello, Francisco Bilbao de modo lúcido y claramente reproductor de un sentimiento nacional, describió a Bello como el “árbol majestuoso de la zona tórrida trasplantado a Chile” (Véase Amunátegui, 1893: 217).


Andrés Bello López murió en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865. Su fallecimiento fue motivo de duelo para todo el país, una pérdida que afectó principalmente a la clase intelectual chilena y a la Universidad de Chile, donde hasta el día de hoy nos sentimos “sus hijos”, y donde el sentimiento de adhesión a su personalidad y a su obra nos ha llevado a concebir su gran creación como la “Casa de Bello”.


Suerte y privilegio constituyó para Chile la decisión del egregio maestro al elegir nuestro país para proseguir su elevada tarea de sabio y educador. Por ello, cuando arriba a Valparaíso, la intelectualidad chilena sintió honda satisfacción y brindó al Maestro todos los honores que su alto espíritu merecía. Por ello también, su muerte introdujo un profundo sentimiento de pérdida, no sólo de la gran figura, sino también del magnífico ser humano que adornó con generosidad a la República.

 

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