Selección universitaria

Santiago, 08 de Diciembre de 2004

Las universidades tradicionales están empeñadas en seleccionar a sus estudiantes por calidad. Esa es una señal clara e inequívoca para un sistema escolar que ha tendido más bien a relajarse y a disminuir los estándares educativos, para así responder de manera preferencial a los criterios financieros. La inflación de notas es una realidad que todos evitan reconocer: lo que para una generación constituía una nota destacada y apreciada como recompensa al conocimiento adquirido, hoy día constituye prácticamente la nota base de jóvenes que ni siquiera tienen los mismos estándares de aprendizaje. ¡El 90% de nuestros jóvenes de enseñanza media tiene nota 5.0 o superior!. Ni siquiera es posible destacar bien, en este esquema, a los mejores de un curso, ya que la nota tampoco se usa para discriminar a los mejores.

Esta crisis de calidad se puede tapar, como hasta ahora se ha hecho, entregando premios a los mejores promedios, para así efectuar la discriminación que el propio sistema no ha llevado a cabo. Entregarle un porcentaje más a los promedios más destacados no hace más que entregar nuevos incentivos para que exista inflación de notas. No ayuda, sin embargo, a corregir el tema de fondo que es la pobre calidad de la educación; esconde un problema que hay que poner a la vista de todos los chilenos. No corregir la distorsión que traen las notas es llevar la misma hasta el propio sistema de selección universitario, y de alguna manera validarla.

Por eso, que las universidades acentúen la calidad en sus procesos de selección, constituye un objetivo justo y adecuado a los del país. Es evidente que esto no corrige los problemas de inequidad que vienen desde la educación básica; pero los políticos no pueden insistir en que las universidades relajen sus estándares para solucionar un problema que es mucho anterior. Las ponderaciones a las notas de enseñanza media no deben introducir incentivos extras, puesto que esto se convierte en un instrumento de competencia para atraer estudiantes, más bien un factor correctivo (inapropiadamente) de la calidad de la educación. Esto amerita acciones correctivas que se contraponen al esfuerzo de algunos parlamentarios, que más bien vocean coros contra el trabajo universitario que desea mantener calidad y reglas transparentes para no caer en el vicio de ocultar, tras la apariencia de buenos resultados, la existencia de una deficiente calidad.

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