Competitividad insostenible

Santiago, 24 de Noviembre de 2004

El reciente Informe Mundial de Competitividad destaca los significativos progresos de Chile en la materia, subrayando el dinamismo económico y comercial que el país ha adquirido. No es un logro menor que Chile figure a la cabeza de Latinoamérica en materia de productividad, y que en ese plano se ubique dentro de las primeras economías del mundo. Pero este informe también destaca lo poco sostenible que estos resultados son al considerar las debilidades del país en dos materias fundamentales: educación e innovación. Es posible agregar otra debilidad fundamental derivada de las mismas: la precaria situación de distribución del ingreso que nos coloca entre los diez países más desiguales del mundo. Todos los discursos acentúan la necesidad de mejorar nuestra educación, de hacer un esfuerzo por levantar la alicaída situación de la educación pública, que siempre deber ser vista como el estándar del sistema educacional. Pero siempre debe ser vista como el estándar del sistema educacional. Pero siempre prevalece, finalmente, la mediocridad de las políticas, la falta de definición sobre los instrumentos para mejorar la gestión, los débiles mecanismos de financiamiento para una actividad que muchos ven como un simple tema del mercado. Prevalece una desatención a este problema mientras, por otra parte, nos satisfacemos de los resultados económicos que la gran mayoría de los chilenos ni siquiera percibirá producto de sus medradas calificaciones.

Un país en que más del 50% de su fuerza laboral es analfabeta funcional no puede ser exitoso en el largo plazo. Un Chile en que existe conformismo con una creciente inflación de notas, con la que acallamos la conciencia sobre nuestros pobres resultados educativos, no puede ser un país ganador. Si no hay mejores instrumentos de gestión, no habrá cómo evaluar y mejorar dichos resultados. Si no existe innovación en lo educacional, si los programas obedecen más al pasado que a la innovación que necesitamos crear como enfoque de futuro, si no existe una visión integral, nacional y revolucionaria en educación, no tenemos nada que hacer frente a lo que ocurra en el mundo. Hasta ahora la mano de obra barata y los recursos naturales nos han dado la oportunidad de crecer y de figurar entre las altas productividades del mundo. La cuestión es que cuando avance aún más la sociedad del conocimiento, las exigencias serán otras, los competidores del país avanzarán mucho más allá que nosotros, y sólo entonces reconoceremos que gobernar es educar con calidad.

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